Capítulo 1

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Me gustaría decir que dejar todo atrás me duele profundamente, pero estaría mintiendo descaradamente. La razón es sencilla: no me estoy alejando de mi vida, estoy dirigiéndome hacia ella. O eso me digo cada vez que nos mudamos. Tal vez repetir la misma retahíla una y otra vez haga que me lo crea. Al menos iremos a un paraje diferente. Me emociona vivir cerca de la playa. Una completa incoherencia, ya que, le tengo un miedo irracional al mar. Sin embargo, mi madre, Carol, suele decir que tener la playa tan cerca hace sentir que la vida son unas vacaciones eternas. Espero con todo el corazón que no se equivoque.

Los paisajes no varían mucho durante el viaje en auto: pasto verde, potreros gigantes, casas, fincas, vacas, aerogeneradores. Observo todo por la ventana como si estuviese en el cine viendo una película sin trama. Me gusta hacer eso. Fingir que alguien me observa desde algún lugar y se entretiene con la falta de acontecimientos interesantes en mis días u observar lo que me rodea como si mis ojos fueran cámaras en un estudio cinematográfico. Fantaseo con que mi aburrimiento divierte a alguien. Romantizar mi vida la hace más llevadera.

A medida que nos acercamos a nuestro destino el nudo en mi estomago crece. El cielo está de un azul vibrante y las olas de Malibú rompen contra las rocas en una danza brusca. ¿Cómo la gente se mete a esa vastedad oscura y con peligros inimaginables? Nunca lo entenderé. Pasamos por el parque Six flags y ya siento la emoción recorriendo todos mis huesos. No me gusta sentirme en peligro, pero sí las montañas rusas. Otra incoherencia.

Mi hermana grita a mi lado y sus pequeños ojos se iluminan al ver las inmensas atracciones. No le digo que no podría montarse en la mayoría de ellas. ¿Para qué destrozar su inocente corazón? Aunque, tal vez se lo rompí un poco al contarle que Santa no existe. O aquella vez que le dije que si un niño la trataba mal no era porque le gustase, sino porque sencillamente le caía mal. En mi defensa, no le voy a hacer creer ese discurso misógino a mi hermana pequeña.

—Llegamos — dice mi padre. La casa que está frente a mí es hermosa. Se ve acogedora y cómoda. Hay casas iguales a ambos lados y al frente está el mar. Se lo tengo que conceder a mi enemigo azul: es hermoso, deslumbrante. Pérfido.

Por la acera pasan skater boys y personas que parecen dejar a su paso una estela de ligereza. Ojalá Los Ángeles cause el mismo efecto en mí, porque siento que si pudiera ver mi aura sería de un denso color negro. Estoy siendo dramática, pero sí necesito relajarme. Aunque no es posible cuando no puedo olvidar que voy a entrar a la Universidad en algunos meses, tendré que interactuar con personas que no conozco, tengo vecinos que pueden ser asesinos seriales y no sé ubicarme en esta ciudad.

—Te vas a arrugar joven — comenta mi madre en tono juguetón cuando ve que nuevamente tengo el ceño fruncido. Relajo mi expresión y sonrío.

—No puedo evitarlo. Es mi memoria muscular — respondo. No es del todo mentira, pues es un acto inconsciente.

Me dirijo a mi habitación y comienzo a organizar. Aunque la palabra correcta sería desorganizar. ¿Qué puedo decir? Mi alma creativa no puede vivir en orden. Me entretengo toda la tarde decorando el espacio que será mi lugar seguro durante un largo tiempo (al menos, eso espero). No puedo evitar recordar los ruidos incesantes de los automóviles y personas gritando por la calle a toda hora. Mi ventana ya no da a un callejón lleno de basura y un edificio, ahora muestra uno de los lados de la casa de mis vecinos. Los Ángeles y Nueva York parecen existir en dos planos completamente diferentes.

En Nueva York todo era caótico. Es una de las ciudades que más me ha gustado. El arte pertenece a las calles, así que las calles me pertenecían. Solía salir a horas de la madrugada y hacer graffitis de protesta. Sin embargo, en aquella ciudad tan llena nunca me sentí acompañada. No establecí lazos suficientemente fuertes con alguien para que el dolor de cortarlos fuera real. Mi lazo era con la ciudad, pero los edificios no fueron suficiente compañía y no bastaron para hacerme llorar su pérdida.

SummerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora