Capítulo 4: Nuevo compañero.

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La noche que volvió a Madrid, Atenea decidió prepararse su propia cena y dejar los tuppers en el congelador, ya tendría tiempo para comer lo que había en ellos. Decidió ir a lo simple, unas salchipapas con mayonesa y kétchup. Se dio cuenta de que no tenía patatas ya cortadas por lo que tuvo que pelarlas por sí misma, algo que se la daba fatal. Al intentar quitarle la piel a una de ellas, se la resbaló el cuchillo, provocando que se hiciera un corte profundo en mitad de la palma de su mano.

— ¡Aaahhh! —se quejó—. Esto es una mierda.

Observó que la sangre comenzaba a manar a borbotones, por lo que decidió abrir el grifo para quitarla con el agua. Después, se dirigió al baño y se puso una venda, atravesando la mano. Fue un alivio que al menos las patatas no se quemaran al freírlas, como años atrás, cuando estuvo a punto de incendiar su casa.


Al día siguiente, se despertó notando que la herida la escocía y se cambió la venda. Pensó que durante el tiempo que estuviese en la universidad, la llevaría puesta debido a que siempre acababa con tinta de boli por todos lados y no quería que se mezclara con el corte.

— ¿Qué tal por el sur? —preguntó Sara, una vez que entraron en clase.

—Es... Un lugar fascinante —sonrió de medio lado—. El resto ya lo sabes.

—Vaya, ¿y esa pulsera tan bonita te la has comprado allí?

Atenea se tocó el complemento de plata con adornos de la torre Eiffel y otros lugares famosos en Francia.

—Qué va, era de Keyla. Esta mañana la he encontrado en uno de sus cajones y me la puesto —echó un vistazo fugaz por la ventana y suspiró. Es una forma de tenerla cerca.

— ¿Y la venda de la mano? —la morena era una persona bastante observadora y curiosa que no podía evitar preguntar por todo.

—Oh, esto —negó con la cabeza—. No es nada, me corté anoche pelando patatas —esbozó una sonrisa.

Su compañera fue al baño, momento el cual Alberto aprovechó para girarse.

Cogió la mano vendada de la pelirroja y comenzó a acariciarla lo más suave posible mientras los ojos verdes de ella se clavaban en él.

Atenea se echó hacia atrás, a la vez que el moreno la observaba con su mirada intensa y penetrante.

Sara volvió a su asiento y el chico se giró hacia adelante.

—Creo que me voy a quitar la pulsera, me molesta al escribir —extendió el brazo para que ella se la desabrochara y la guardó en su estuche, que se encontraba encima de la mesa.

En el descanso, cuando todos los alumnos salieron de clase, Alberto se quedó allí y aprovechó para rebuscar entre las cosas de la pelirroja y llevarse el complemento.

—Ya he puesto un anuncio para alquilar la habitación —comenzó a decir la más alta de las dos.

— ¿Y no te da miedo meter en tu casa a alguien que no conoces? —dio un sorbo a su refresco.

—Me parece que primero quedaré con los candidatos en algún sitio público y les haré algunas preguntas —el aire acariciaba su pelo rojizo—. Aunque siempre pueden mentir —se encogió de hombros—. Correré el riesgo.

Miró su móvil y solo un chico había contestado al anuncio. Esperaría un par de días más, antes de quedar con él.

Al volver al aula, observó su estuche y se dio cuenta de que la pulsera no estaba allí.

Hasta que la muerte nos unaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora