Capítulo 16. Intrusa en el hogar.

2 0 0
                                    

Rhett Miller

—¿De qué cojones estás hablando, Olivia?

Se encoge en sí misma sobre el asiento del copiloto y se le empiezan a colorear las mejillas de rojo, tal vez avergonzada de haber hablado tan rápido. De ella me esperaba algo así como una sonrisa fingida y algún comentario expresando que va a estar bien, no esto. Si vendo drogas es la última pregunta que me hubiera esperado por su parte. Lleva extrañamente callada todo el camino a mi casa y, aunque no entiendo ni por qué está así ni nada acerca de ella últimamente, no sé a qué viene esa pregunta.

—Lo siento —se disculpa—. Es que dijimos que nada de prejuicios y a mí me lo han contado y no creí que fuese cierto pero sentía que debía preguntártelo y...

—Pues a quien sea que te lo haya dicho dile que es mentira —la interrumpo con brusquedad, dejando salir el cabreo—. ¿Qué más mierda te han dicho de mí por ahí?

Olivia rehuye mi mirada, aún avergonzada.

—Nada, te lo juro.

—Me cago en la hostia —maldigo, estampando la parte de atrás de mi cabeza con el cabecero del asiento, cabreado—. ¿Quién te lo ha dicho?

—Gente de La Élite —murmura.

—Por supuesto —mascullo, soltando una risa amarga.

No entiendo qué gana la gente inventándose cosas así. Puedo ser muy gilipollas la mayoría del tiempo, pero tampoco me he ganado enemigos acérrimos. Odio todo lo relacionado con el narcotráfico desde Erik, aunque antes de él tampoco me hacía mucha ilusión el tema. Me genera una impotencia enorme que se estén difundiendo mentiras sobre mí por el instituto y que la gente, como no me conoce, se las crea y siga moviéndolas por ahí. No quiero ni pensar lo que pasaría si Oscar se enterase.

Agradezco que haya sido Olivia la que me lo haya contado y que solo me lo haya preguntado para asegurarse de que no es verdad porque se ha dado cuenta de que no soy tan hijo de puta. Solo de pensar la mucha otra gente que tal vez sabe esa mentira sobre mí y que crea que estoy provocando desgracias me hace sentirme como una mierda. No entiendo qué he hecho mal para que me ocurra algo así.

Nos quedamos en silencio varios minutos; ella arrepintiéndose de haber hablado tanto, supongo, y yo sopesando toda esta situación. Vuelvo a observarla, ahí encogida en el asiento del copiloto de mi coche. El color de su cara vuelve a la normalidad poco a poco, aunque no me deja verlo demasiado porque su largo pelo liso le cubre gran parte de las mejillas. No me gusta verla tan cohibida y tan triste. He visto cómo su verdadera sonrisa ilumina las facciones de su rostro y después de eso a su rostro nada le queda tan bien.

—¿Por qué te maquillas? —le pregunto antes de detenerme a pensar en lo que estoy diciendo. La rubia gira su cabeza hacia mí al instante con el ceño fruncido.

—¿Perdón?

Ayer, al verla al natural, me sorprendí al ver las pequeñas motitas marrones que se le reparten por los pómulos y la nariz junto a ese lunar bajo el ojo. Siempre creí que su piel era perfecta, como todo a su alrededor, pero las marcas que tiene la hacen mucho más interesante y bonita.

—No me malinterpretes, entiendo que te maquilles y, evidentemente, es tu elección y no tienes que darme explicaciones, pero solo me preguntaba por qué... —Olivia se me queda mirando esperando a que diga algo inteligente. Niego con la cabeza—. Simplemente me gustan tus pecas —digo antes de coger mi mochila del asiento trasero, abrir la puerta del coche y salir de él camino a la puerta principal sin saber demasiado lo que acabo de decir.

Ella tarda algo más en apearse del vehículo pero llega a mi lado antes de que abra la puerta. Evito su mirada en todo momento. Me está costando más de lo normal porque la llave no gira de ningún modo y me acabo resignando a llamar al timbre. Observo a Olivia de reojo jugar con una de sus pulseras mientras espera a que nos abran la puerta. De mis labios aflora una sonrisa divertida.

Hasta que se caiga el cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora