Día 4: Maquillaje

907 106 15
                                    

El delineado perfecto

La parte más difícil de tener que salir con sus compañeros luego de haber dado por terminado su día y tomado un baño, es esta: volver a delinearse.

Siempre que tiene que hacerlo se convierte en una tarea titánica. Le toma más de cinco minutos y su mano tiembla de una forma que no puede controlar. Sin más remedio, Kokonoi termina lanzando el delineador al carajo, frustrado y recurriendo a un sello que compró en una tienda extraña a las afueras de la ciudad. Es mil veces más sencillo hacerlo valiéndose de este recurso, pero a él le gustaría ser capaz de realizarlo sin recurrir a él.

Koko no aprendió a delinearse por su cuenta ni en doce años. A veces, alguno de sus compañeros se aparece por su habitación y le ofrece ayuda que no duda en aceptar de inmediato debido a su desesperación. A menos que se trate de Sanzu, claro; ese tipo lo único que hace es fastidiarlo de todas las formas posibles, por lo que Koko termina rechazando cualquier ofrecimiento de su parte ya que no quiere depender justamente de él para lograrlo.

Por desgracia, esta noche no es distinto: Sanzu ingresa sin tocar la puerta ni pedir permiso, lleva las manos en la espalda con ese porte que haría creer a cualquiera que se trata de un buen tipo, de alguien decente y con cero problemas mentales. Nada más lejos de la realidad. Haruchiyo es, por mucho, él más desequilibrado de todos ellos; aunque quizás el hacer tal afirmación sea hipócrita de su parte, considerando que también está metido hasta los huesos en todos y cada uno de los asuntos de Bonten.

—¿Qué haces aquí? —increpa, mirándolo a través del espejo. Justo está por darle un último retoque a su cabello.

—Pensé que tal vez necesitarías ayuda con tu delineado y, yo como tú buen amigo, estoy aquí para ofrecerte una mano.

El tono de voz de Sanzu es tranquilo, busca inspirar una confianza que Koko podría tenerle de no ser por qué lo conoce como la palma de su mano. El tiempo no pasa en vano, y él se ha vuelto más astuto de lo que solía ser en sus años de adolescencia. Su compañero no da un paso ni ofrece ayuda porque sí, el punto está en adivinar qué demonios es lo que pretende.

—A otro perro con ese hueso, Sanzu. Lárgate, ¿Quieres? —Koko toma su colonia favorita, la huele y esto lo hace reafirmar su gusto por ella. Sin embargo, cuando está a punto de rociarla, se percata de que su compañero continúa en la habitación sin perder detalle de sus movimientos—. ¿No me escuchaste o qué? Te dije que te largaras, joder.

—Sí, definitivamente te hace falta coger, sweety.

—Mierda, ya estás drogado. —Llega a tal conclusión luego de escuchar el mote perturbadoramente cariñoso con el que lo ha llamado. Koko ya conoce lo que viene después, así que será mejor echarlo ahora.

Se levanta de su lugar, dejando de lado el frasco de colonia. Ya habrá tiempo para disfrutar del aroma impregnando su piel una vez que se deshaga del molesto intruso. Así que se planta frente a él con los brazos cruzados a la altura del pecho y frunce el ceño, intimidante como solo él, pero Sanzu no se mueve ni un centímetro. De este modo nota que tiene las pupilas normales, su rostro no presenta ninguna alteración de cuando se encuentra bajo el efecto de alguna sustancia.

Caer en cuenta de ello, solo aumenta los malos presentimientos en el interior de Koko. Si hay algo peor que Sanzu drogado, es justamente el mismo Sanzu en abstinencia.

—¿Mikey te ha castigado hoy? —averigua, antes que cualquier otra cosa.

—No exactamente.

—¿Entonces?

Y es ahí cuando la sonrisa retorcida de Sanzu hace aparición.

—En realidad he venido con la intención de contarte algo interesante que vi hoy mientras andaba por el centro.

Quiero tenerte | KoKoInu WeekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora