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Capítulo 38 Modraniht Reid Había brujas por todas partes.
Contuve el aliento mientras me guiaban por el patio nevado. Estaba demasiado atestado para caminar. Donde mirara, me topaba con alguien. Había ancianas, bebés y mujeres de todas las edades, formas y colores: todas con los ojos brillando de entusiasmo. Sonrojadas. Riendo. Adorando a la diosa pagana.
Una mujer con cabello oscuro corrió hacia mí en medio de la multitud; se puso de puntillas y depositó un beso en mi mejilla.
-¡Feliz encuentro! -dijo y se rio antes de desaparecer de nuevo en la multitud.
Una bruja vieja y decrépita con una cesta llena de plantas se acercó a continuación. La miré con desconfianza, recordando a la anciana del mercado, pero esta solo colocó una corona de enebro en mi cabeza y pronunció una bendición de la diosa. Unas niñas pasaron corriendo y gritando entre mis piernas mientras jugaban brutalmente a tú la traes. Descalzas y con la cara sucia. Con cintas en el pelo.
Era una locura.
Elaina y Elinor, que habían abandonado a Ansel después de notar que Elodie había hecho el intercambio, tiraban de mí en direcciones opuestas, ambas decididas a presentarme a cada persona que habían conocido. No me molesté en recordar sus nombres. Un mes atrás, habría querido matarlas a todas. Ahora, una especie de pozo sin fondo se abría en mi estómago mientras las saludaba. Esas mujeres, con sus sonrisas bonitas y sus rostros alegres, querían a Lou muerta. Estaban allí para celebrar la muerte de Lou.
La fiesta pronto se volvió intolerable. Al igual que el hedor intenso a la magia, más fuerte allí que en cualquier lugar en el que lo hubiera encontrado.
Me aparté de Elaina con una sonrisa dolorosa.
-Tengo que ir al baño.
Aunque mis ojos buscaban a madame Labelle, no sabía qué apariencia había adoptado... o si había logrado entrar.
-¡No puedes! -Elaina me sujetó más fuerte. El sol se había puesto detrás del castillo y alargaba las sombras del patio-. ¡El festín está a punto de empezar!
Las brujas se movieron hacia las puertas como si respondieran a una llamada silenciosa. Puede que lo hicieran. Si me centraba lo suficiente, prácticamente podía sentir el susurro suave en mi piel. Me estremecí.
-Claro -dije mientras tiraba de mí hacia delante-. Puedo esperar.
Ansel y Beau me siguieron de cerca. A Coco la habían apartado en cuanto cruzamos el puente y no la había visto desde entonces. Su ausencia me incomodaba.
Beau empujó con el codo a una mujer regordeta para mantenerse al tanto de la situación.
-¿Nuestra Señora asistirá al festín?
-Qué haces. -Estuvo a punto de devolverle el golpe y él chocó conmigo antes de recobrar el equilibrio.
-Dios santo. -Miró la espalda ancha de la bruja mientras atravesaba las puertas de piedra. Sobre ellas, habían tallado unas lunas: creciente, llena y menguante.
-Creo que te has confundido de deidad -susurré.
-¿Vienes o no? -Elinor me guio a través de las puertas talladas y no tuve más opción que seguirla.
El salón era amplio y antiguo, más grande que el santuario de Saint-Cécile. Tenía techos abovedados y vigas gigantes cubiertas de nieve y follaje, como si, de algún modo, el patio hubiera sido trasladado allí. Las enredaderas entraban por las ventanas en arco. El hielo brillaba en las paredes. Había mesas de madera del largo del suelo repletas de musgo y velas centelleantes. Miles. Emitían un resplandor tenue sobre las brujas. Nadie se había sentado aún. Todos observaban atentos el extremo del salón. Seguí sus miradas. El aire de alrededor pareció detenerse.
Allí, en un trono de árboles jóvenes, estaba sentada Morgane le Blanc.
Y a su lado, con los ojos cerrados y las extremidades inertes, flotaba Lou.
El aliento me abandonó en un suspiro doloroso cuando la miré. Solo habían pasado quince días, pero parecía esquelética y enferma. Su cabello salvaje había sido cortado y trenzado pulcramente y sus pecas habían desaparecido. Su piel, que antes era dorada, ahora parecía blanca. Cenicienta.
Morgane la había suspendido en el aire de espaldas, con el cuerpo prácticamente doblado en dos. Los dedos de sus pies y manos rozaban el suelo de la tarima. Su cabeza estaba reclinada hacia atrás, lo que obligaba a su garganta larga y esbelta a extenderse para que toda la sala la viera. Exhibiendo su cicatriz.
Una furia que nunca había experimentado explotó en mi interior.
Estaban burlándose de ella.
De mi esposa.
Dos pares de manos sujetaron la espalda de mi abrigo, pero no eran necesarias.
Permanecí de pie con quietud insólita, con los ojos clavados en la silueta inerte de Lou.
Elinor se puso de puntillas para ver mejor. Se rio tapándose con la mano.
-No es tan bonita como la recordaba.
Elaina suspiró.
-Pero mira qué delgada es.
Me giré para mirarlas. Despacio. Las manos en mi espalda se tensaron.
-Tranquilo -susurró Beau en mi hombro-. Aún no.
Me obligué a respirar profundo. Aún no, repetí en silencio.
Aún no aún no aún no.
-¿Cuál es vuestro problema? -La voz de Elaina sonó increíblemente fuerte en el silencio de la sala. Chillona y desagradable.
Antes de que pudiéramos responder, Morgane se puso de pie. Los susurros murieron de inmediato. Ella nos sonrió con la expresión de una madre contemplando a su hijo favorito.
-¡Hermanas! -Alzó las manos a modo de súplica-. ¡Bendita sea!
-¡Bendita sea! -respondieron las brujas al unísono. Una alegría eufórica iluminaba sus rostros. La alarma mitigó mi furia. ¿Dónde estaba madame Labelle?
Morgane bajó un escalón de la tarima. Observé con impotencia cómo Lou flotaba y avanzaba detrás.
-¡Benditos sean los pies que os han traído hasta aquí! -gritó Morgane.
-¡Benditos sean! -Las brujas aplaudieron y dieron pisotones con desenfreno salvaje. El pavor recorrió mi columna mientras las observaba.
Morgane dio otro paso.
-¡Benditas sean las rodillas que se flexionarán ante el altar sagrado!
-¡Benditas sean! -Las lágrimas caían por el rostro de la bruja regordeta. Beau la observaba fascinado, pero ella no lo notó. Nadie lo notó.
Otro paso.
-¡Bendito sea el vientre sin el cual no existiríamos!
-¡Bendito sea!
Ahora, Morgane ya había bajado toda la escalera.
-¡Benditos sean los pechos y su belleza!
-¡Benditos sean!
Extendió los brazos y reclinó la cabeza hacia atrás, su pecho subía y bajaba.
-¡Y benditos sean los labios que pronunciarán los Nombres Sagrados de los dioses!
Los gritos de las brujas se convirtieron en un tumulto.
-¡Benditos sean!
Morgane bajó los brazos, jadeando, y las brujas se tranquilizaron gradualmente.
-¡Bienvenidas, hermanas, y feliz Modraniht! -Su sonrisa indulgente regresó mientras avanzaba hasta la cabecera de la mesa central-. ¡Acercaos a mí, por favor, y bebed y comed lo que gustéis! ¡Porque esta noche estamos de celebración!
Las brujas gritaron de alegría y corrieron hacia las sillas más cercanas.
-Los acompañantes no pueden sentarse en las mesas -dijo rápidamente Elaina por encima del hombro. Corrió tras su hermana-. Va-t'en! ¡Poneos contra la pared junto a los demás!
Sentí alivio. Nos reunimos con los otros acompañantes la pared trasera.
Beau nos llevó hacia una de las ventanas.
-Venid aquí. Me duele la cabeza por todo el incienso.
La ubicación ofrecía una vista sin obstáculos de Morgane. La mujer movió con pereza la mano para indicar que acercaran la comida. El sonido de la vajilla se unió a las risas. Una acompañante a nuestro lado se giró y dijo maravillada:
-La Dame des Sorcières es tan hermosa que prácticamente duele mirarla.
-Entonces no la mires -repliqué.
La chica parpadeó, sorprendida, antes de apartarse.
Centré mi atención en Morgane. No se parecía a los dibujos de la Torre de los chasseurs. Era una mujer hermosa, sí, pero también era fría y cruel: como el hielo. No tenía la calidez de Lou. No tenía absolutamente nada de Lou. Eran como el día y la noche, como el invierno y el verano, y sin embargo... había algo similar en sus expresiones. En la fuerza de sus mandíbulas. Cierta determinación. Ambas confiaban en su habilidad de moldear el mundo a voluntad.
Pero eso era antes. Ahora, Lou flotaba cerca de Morgane como dormida. Había una bruja de pie a su lado. Alta y de piel de ébano. Tenía brotes de acebo trenzados en su cabello negro.
-Pobre bruja, Cosette -susurró una voz a mi lado. Coco. Observaba a Lou y a la bruja con piel de ébano con una expresión indescifrable. Una mano pequeña tocó mi brazo a través de la ventana. Me giré rápido.
-¡No mires!
Dejé de moverme después de ver un atisbo de cabello rubio rojizo y los ojos azules alarmantemente familiares de madame Labelle.
-Estás igual. -Intenté mover los labios lo menos posible. Coco y yo retrocedimos despacio hasta quedar apoyados contra el alfeizar. Ansel y Beau se ubicaron cada uno a un lado de nosotros para cubrir a madame Labelle-. ¿Por qué no estás disfrazada? ¿Dónde has estado?
Bufó, molesta.
-Mi poder tiene un límite. Entre realizar el encantamiento protector en nuestro campamento, transformar vuestros rostros y mantener las transformaciones... estoy seca. Apenas he podido aclararme el pelo, lo que significa que no puedo entrar. Soy demasiado fácil de reconocer.
-¿De qué hablas? -siseó Coco-. Lou nunca ha tenido que mantener hechizos en la enfermería. Ella solo, no sé, los hacía.
-¿Quieres que altere tu rostro de modo permanente? -Madame Labelle la apuñaló con la mirada-. Por favor, sería mucho más fácil para mí haceros parecer cretinos libidinosos para siempre... El calor subió por mi garganta.
-¿Lou hacía magia en la iglesia?
-Entonces, ¿cuál es el plan? -susurró Ansel.
Volví a centrar la atención en las mesas. La comida concluía rápidamente. La música entraba de algún lugar en el exterior. Algunos invitados ya habían abandonado sus sillas para ir en busca de sus acompañantes. Elaina y Elinor vendrían pronto.
-El plan es esperar mi señal -dijo madame Labelle cortante-. He organizado algunas cosas.
-¿Qué? -Resistí el deseo de estrangularla. No era el momento ni el lugar para dar instrucciones poco precisas que no ayudaban. Era el momento de ser concisos.
De actuar-. ¿Qué has organizado? ¿De qué señal hablas?
-No hay tiempo de explicarlo, pero lo sabréis cuando lo veáis. Esperan fuera... -¿Quiénes?
Dejé de hablar abruptamente cuando Elinor se aproximó.
-¡Ja! -exclamó victoriosa. Su aliento olía dulce por el vino. Tenía las mejillas rosadas-. ¡He llegado antes que ella! ¡Eso significa que bailarás conmigo primero!
Clavé los pies en el suelo mientras ella me apartaba, pero cuando miré por encima del hombro, madame Labelle había desaparecido.
Hice girar a Elinor por el claro sin mirarla. Habíamos tardado un cuarto de hora en llegar a aquel lugar sobrenatural, oculto en lo profundo de la sombra de la montaña. La misma niebla espesa de la Fôret des Yeux flotaba cerca del suelo.
Giraba entre nuestras piernas mientras bailábamos, al ritmo de la melodía.
Prácticamente podía ver los espíritus de las brujas muertas hacía tiempo bailando en la niebla.
Las ruinas de un templo, pálidas y desmoronadas, se abrían hacia el cielo nocturno en medio del claro. Morgane estaba sentada allí con una Lou aún inconsciente, supervisando sacrificios menores. Había un altar de piedra que se elevaba del suelo a su lado. Brillaba impoluto bajo la luz de la luna.
Mi mente y mi cuerpo estaban en guerra. La primera gritaba que esperara a madame Labelle. El segundo anhelaba interponerse entre Lou y Morgane. No podía soportar ni un minuto más ver su cuerpo inerte. Verla flotar como si ya fuera un espíritu de la bruma.
Y Morgane... Nunca había deseado tanto matar a una bruja, hundir un cuchillo en su garganta y separar su cabeza pálida de su cuerpo. No necesitaba mi Balisarda para matarla. Sangraría sin él.
Aún no. Espera la señal.
Si madame Labelle al menos nos hubiera dicho cuál era la señal.
La música sonaba sin parar, pero no había músicos a la vista. Elinor me entregó a regañadientes a Elaina y perdí la noción del tiempo. Perdí la noción de todo, menos del latido de mi corazón en pánico, del frío nocturno sobre mi piel. ¿Cuánto tiempo más quería madame Labelle que esperara? ¿Dónde estaba? ¿A quiénes esperaba?
Demasiadas preguntas sin respuesta. Sin rastro de madame Labelle.
El pánico se convirtió en desesperación cuando degollaron la última oveja y las brujas comenzaron a presentar otros obsequios ante Morgane. Tallas de madera.
Ramilletes de hierbas. Joyería de hematita.
Morgane las observaba colocar cada regalo a sus pies sin decir una palabra.
Acariciaba el cabello de Lou con expresión ausente mientras la bruja de ébano se aproximaba desde el interior del templo. No pude oír su conversación, pero el rostro de Morgane se iluminó ante lo que fuera que la bruja dijo. Observé a la bruja regresar al templo con un mal presentimiento.
Si era algo que hacía feliz a Morgane, no podía ser bueno para nosotros.
Elaina y Elinor pronto me dejaron para añadir sus regalos a la pila. Me giré en busca de algo extraño, cualquier cosa que pudiera considerarse una señal, pero no vi nada.
Ansel y Coco se situaron a mi lado, su nerviosismo era tangible.
-No podemos esperar mucho más -susurró Ansel-. Ya es casi medianoche.
Asentí, recordando la sonrisa malvada de Morgane. Algo se avecinaba. No podíamos darnos el lujo de esperar más. Aunque madame Labelle no diera la señal, había llegado la hora de actuar. Miré a Coco.
-Necesitamos una distracción. Algo para apartar la atención de Morgane de Lou.
-¿Algo como una bruja de sangre? -preguntó ella, lúgubre.
Ansel abrió la boca para protestar, pero lo interrumpí.
-Será peligroso.
Ella se cortó la muñeca con un movimiento rápido de su pulgar. La sangre oscura brotó y el hedor intenso e invasivo atravesó el aire embriagador.
-No os preocupéis por mí. -Se dio la vuelta y desapareció entre la niebla.
Miré la bandolera de cuchillos debajo de mi abrigo con el mayor disimulo posible.
-Ansel... Antes de hacer esto... quiero... Solo quiero decirte que lo... -Tragué con dificultad-. Perdóname por lo que hice en la Torre. No debería haberte tocado.
Él parpadeó sorprendido.
-No pasa nada, Reid. Estabas enfadado... -Sí que pasa. -Tosí incómodo, incapaz de mirarlo a los ojos-. Em, ¿qué armas tienes?
Antes de que pudiera responder, la música terminó abruptamente y el claro se sumió en el silencio. Todos los ojos miraron hacia el templo. Observé horrorizado cómo Morgane se ponía de pie, con los ojos brillantes llenos de intenciones malignaa.
Había llegado la hora. Realmente nos habíamos quedado sin tiempo.
Seguí a las brujas mientras se aproximaban allí, como insectos atraídos por la llama. Sujetando una daga debajo de mi abrigo, avancé hasta el frente de la multitud. Ansel imitó mis movimientos y Beau se unió a nosotros.
Bien. Ellos podían protegerse mutuamente. Aunque si fallaba, podían darse por muertos.
Morgane era el objetivo.
Una daga en su pecho la distraería tan bien como Coco. Si tenía suerte, la mataría.
Si no, al menos ganaría tiempo suficiente para aferrar a Lou y huir. Rogué que los otros fueran capaces de escapar sin ser vistos.
-Muchas de vosotras habéis viajado desde lejos para homenajear a la Diosa en esta Modraniht. -La voz de Morgane se oía suave y clara en el silencio. Las brujas esperaban conteniendo el aliento-. Me honra vuestra presencia. Me honran vuestros regalos. Las celebraciones de esta noche me han devuelto el espíritu. - Miró cada rostro con atención, sus ojos parecieron detenerse en los míos. Exhalé despacio-. Pero sabéis que esta noche es más que una celebración -prosiguió con voz aún más suave-. Es una noche para honrar a nuestras matriarcas. Es una noche para adorar y homenajear a la Diosa: la que trae luz y oscuridad, la que respira vida y muerte. La verdadera Madre de todos nosotros. -Otra pausa, más larga y pronunciada-. Nuestra Madre está enfadada. -La angustia en su rostro estuvo a punto de convencerme-. El sufrimiento ha atacado a los hijos de la Diosa a manos del hombre. Nos han cazado. -Alzó la voz con firmeza-. No han quemado. Hemos perdido hermanas, madres e hijas por su odio y su miedo.
Las brujas se movieron con nerviosismo. Sujeté más fuerte mi cuchillo.
-Esta noche -gritó con pasión, alzando los brazos hacia el cielo-, ¡la Diosa responderá a nuestras plegarias!
Luego dejó caer los brazos y Lou, que aún flotaba inerte, se inclinó hacia delante.
Sus pies colgaban inútiles sobre el suelo del templo.
-¡Con el sacrificio de mi hija, la Diosa terminará con nuestra opresión! -Cerró las manos y Lou enderezó la cabeza. Sentí náuseas-. ¡Con su muerte, forjaremos una vida nueva! -Las brujas celebraron y gritaron-. Pero primero -canturreó con voz apenas audible-, un regalo para mi hija.
Con un último movimiento de la mano, Lou por fin abrió los ojos azules verdosos, hermosos y vivos, abiertos de par en par, perplejos. Avancé. Pero Ansel sujetó mis brazos con una fuerza sorprendente.
-Reid.
Vacilé ante su tono. Un segundo después, lo comprendí: la bruja de ébano había reaparecido y arrastraba a una segunda mujer, inerte e inmóvil, fuera del templo.
Una mujer de cabello rubio rojizo y ojos azules que miraba a la multitud con desesperación.
Me detuve en seco, atónito. Incapaz de moverme.
Mi madre.
-¡Contemplad a esta mujer! -gritó Morgane sobre el estrépito repentino de las voces-. ¡Contemplad a Helene, la traicionera! -Sujetaba a madame Labelle del pelo y la lanzó por los escalones del templo-. Esta mujer, que antes era nuestra hermana, que antes era mi corazón, conspira con el rey humano. Ha dado a luz a su hijo bastardo. -Gritos de furia atravesaron el aire-. Esta noche, ha sido encontrada intentando entrar al Chateau. Planea robar el regalo valioso de nuestra Madre arrebatándole la vida a mi hija. ¡Nos quemaría a todas bajo el rey tirano!
Los gritos alcanzaron un tono ensordecedor y los ojos de Morgane brillaron victoriosos mientras bajaba los escalones. Mientras extraía una daga cruelmente afilada de su cinturón.
-Louise le Blanc, hija y heredera de la Dame des Sorcières, te honraré con su muerte.
-¡No! -Lou sacudía el cuerpo mientras luchaba por moverlo con todas sus fuerzas. Las lágrimas rodaban por las mejillas de madame Labelle.
Me aparté con violencia de las manos de Ansel y avancé en dirección a los escalones del templo desesperado por alcanzarlos, desesperado por salvar a las dos mujeres que más necesitaba, al mismo tiempo que Morgane enterraba la daga en el pecho de mi madre.

asesino de brujas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora