g

1 1 0
                                    

Capítulo 39 El patrón Reid —¡No! —Caí de rodillas ante su cuerpo, arranqué la daga de su pecho y moví los dedos para contener la hemorragia. Pero era tarde. Había llegado demasiado tarde.
Había demasiada sangre para que esa herida no resultara letal. Detuve mis intentos de ayuda frenéticos y, en cambio, sujeté sus manos. Sus ojos seguían mi rostro. Nos miramos con anhelo, como si en ese momento ocurrieran miles de otros momentos.
Ella sujetando un pulgar regordete. Curando una rodilla herida. Su risa cuando besé por primera vez a Célie, diciéndome que no lo había hecho bien. Pero el momento terminó. El cosquilleo frío de su magia me abandonó. Su aliento titubeó y cerró los ojos.
Una daga tocó mi garganta.
—De pie —ordenó Morgane.
Exploté, sujeté su muñeca y la aplasté con facilidad; con placer salvaje. Ella chilló y soltó la daga, pero no me detuve. Me cerní sobre ella. Mi mano libre rodeó su garganta… apreté hasta que sentí que su laringe cedía, pateé la daga por los escalones hacia Ansel… Con la otra mano, Morgane me golpeó en el estómago y me aturdió. Sentí que unas ataduras invisibles sujetaban mi cuerpo y clavaban mis brazos a los costados.
Mis piernas se volvieron rígidas. Me atacó de nuevo y caí al suelo mientras luchaba contra las cuerdas. Cuanto más luchaba, más apretadas estaban. Me mordían la piel y la hacían sangrar… —¡Madre, basta! —Lou se sacudió de nuevo, temblando por el esfuerzo para alcanzarme, pero su cuerpo permaneció suspendido en el aire—. ¡No le hagas daño!
Morgane no la escuchó. Parecía buscar algo en el aire vacío. Clavó la vista al frente mientras rastreaba entre la multitud. Con un tirón violento, dos personas se tambalearon hacia adelante. Mi corazón se detuvo. Morgane tiró más fuerte y Ansel y Beau cayeron ante los escalones del templo, luchando contra sus propias cuerdas invisibles. Sus rostros habían vuelto a la normalidad.
—¡Los cómplices de Helene! —Un resplandor desquiciado apareció en los ojos de Morgane y las brujas enloquecieron con sed de sangre, dando pisotones y gritando, mientras intentaban reunirse en el templo. Un disparo de magia pasó junto a mi rostro. Ansel gritó cuando un hechizo impactó en su mejilla—. ¡Los hijos del rey y sus cazadores! ¡Serán testigos de nuestro triunfo! ¡Observarán cómo liberamos a este mundo de la Casa de Lyon!
Sacudió su mano sana y Lou colisionó contra el altar. Las brujas gritaron con aprobación. Me moví hacia delante. Rodé y me retorcí hacia Lou con toda la fuerza que me quedaba. Las cuerdas sujetaron más fuerte mi cuerpo.
—¡La naturaleza exige equilibrio! —Morgane corrió para recuperar la daga en los escalones. Cuando habló de nuevo, su voz había adoptado un timbre profundo y sobrenatural, multiplicado como si miles de brujas hablaran a través de ella—.
Louise le Blanc, tu sangre es el precio. —El encantamiento cubrió el templo, quemó mi nariz y nubló mi mente. Apreté los dientes. Me obligué a mirar a través de la magia, a través de ella.
Beau se quedó paralizado. Puso los ojos en blanco mientras la piel de Morgane comenzaba a brillar. Ansel luchaba solo, pero su determinación pronto flaqueó.
—Llenará la copa de Lyon y cualquiera que beba de ella morirá. —Morgane caminó hacia Lou, su cabello flotaba a su alrededor con un viento inexistente—. Y así lo anunció la profecía: el cordero devorará al león.
Obligó a Lou a doblarse sobre su estómago. Tiró de su trenza hacia atrás para extender su garganta en el cuenco del altar. Los ojos de Lou buscaron los míos.
—Te quiero —susurró. No había ninguna lágrima en su hermoso rostro—. No te olvidaré.
—Lou… —Era un sonido desesperado, ahogado. Una súplica y una plegaria.
Luché con violencia contra mis ataduras. El dolor intenso recorrió mi cuerpo cuando liberé un brazo. Lo extendí hacia adelante, a centímetros del altar, pero no era suficiente. Observé, como si ocurriera a una velocidad ínfima, cómo Morgane alzaba la daga. Aún resplandecía con la sangre de mi madre.
Lou cerró los ojos.
No.
Alguien dio un grito terrible y Coco saltó hacia la garganta de Morgane. Hundió su cuchillo en lo profundo de la piel blanda entre el cuello y el hombro de Morgane.
Ella gritó, intentando apartarla, pero Coco continuó aferrándose y hundiendo más la daga. Luchaba por llevar la sangre de Morgane a sus labios. Morgane abrió los ojos de par en par al comprender lo que ocurría… y se asustó.
Pasó un segundo antes de que notara que mis ataduras habían desaparecido con el ataque de Coco. Me puse de pie a toda velocidad y anulé la distancia que me separaba de Lou con un solo paso largo.
—¡No! —gritó cuando intenté sujetarla en brazos—. ¡Ayuda a Coco! ¡Ayúdala!
Pase lo que pase, sácala de allí.
—Lou —dije apretando los dientes, pero un grito agudo silenció mi argumento.
Me giré justo cuando Coco se desplomó en el suelo. No se levantó.
—¡Coco! —gritó Lou.
Estalló el caos. Las brujas avanzaron, pero Ansel se enfrentó a ellas: una silueta solitaria contra cientos de ellas. Para mi asombro, Beau lo siguió, pero no blandía un arma. Se quitó el abrigo y las botas y buscó a toda velocidad entre la multitud.
Cuando posó los ojos en la bruja regordeta del salón, la señaló y gritó:
—¡LIDDY, LA PECHUGONA!
Abrió los ojos de par en par mientras se quitaba los pantalones y comenzaba a cantar a gritos—: «LIDDY, LA PECHUGONA NO ERA MUY ATRACTIVA, PERO SU BUSTO ERA GRANDE COMO UNA CIMA».
Las brujas más cercanas a él, Elinor y Elaina entre ellas, se detuvieron en seco. El desconcierto amainó su furia mientras Beau se quitaba la camisa por encima de la cabeza y continuaba cantando—: «LOS HOMBRES PERDÍAN LA CABEZA POR SUS TETAS CREMOSAS, PERO ELLA NO OÍA SUS DECLARACIONES PECAMINOSAS…» Morgane mostró los dientes y se giró hacia él mientras la sangre fluía libremente sobre su hombro. Era toda la distracción que necesitaba. Antes de que pudiera alzar las manos, me lancé sobre ella. Presioné mi cuchillo contra su garganta.
—¡Reid! —Era la voz que menos esperaba, la única voz en el mundo que podría haberme hecho vacilar en aquel momento. Pero vacilé.
Era la voz del arzobispo.
Morgane intentó girar, pero hundí la daga más profundamente.
—Mueve las manos. Te desafío.
—Debería haberte ahogado en el mar —gruñó ella, pero mantuvo las manos quietas.
Despacio y con cautela, me di la vuelta. La bruja de ébano había regresado y el arzobispo incapacitado flotaba ante ella. Tenía los ojos desquiciados: llenos de pánico y algo más. Algo urgente.
—Reid. —Su pecho subía y bajaba—. No las escuches. Pase lo que pase, digan lo que digan… La bruja de ébano rugió y las palabras del arzobispo terminaron en un grito.
Mi mano perdió firmeza y Morgane siseó cuando la sangre goteó sobre su garganta. La bruja de ébano se aproximó.
—Suéltala o él muere.
—Manon —suplicó Lou—. No lo hagas. Por favor… —Cállate, Lou. —Sus ojos brillaban frenéticos… más allá de la razón. El arzobispo continuó gritando. Las venas bajo su piel se oscurecieron al igual que sus uñas y su lengua. Lo miré horrorizado.
No vi a Morgane mover las manos hasta que sujetaron mis muñecas. El calor abrasador derritió mi piel y mi cuchillo cayó al suelo.
Más rápido que mi reacción, ella lo aferró y corrió hacia Lou.
—¡No! —El grito brotó de mi garganta, visceral, desesperado, pero ella ya había alzado la daga y había realizado el corte; abrió la garganta de Lou por completo.
Dejé de respirar. Un rugido horrible invadió mis oídos y comencé a caer: un abismo inmenso y profundo se abrió mientras Lou luchaba por respirar y se ahogaba y su sangre caía sobre el cuenco. Se revolcó, finalmente libre de lo que fuera que la sujetaba, pero su cuerpo se paralizó rápido. Parpadeó una vez y luego… cerró los ojos.
El suelo cedió. Los gritos y los pasos resonaron a lo lejos, pero no podía escucharlos. No podía ver. Solo existía la oscuridad: el vacío desolado en el mundo en el que Lou debería haber estado y no estaba. Lo miré, dispuesto a dejar que me consumiera.
Lo hizo. Caí más y más abajo en la oscuridad junto a ella. Pero ella no estaba.
Había desaparecido. Solo quedaba una cáscara rota y un mar de sangre.
Y yo… estaba solo.
Fuera de la oscuridad, un único hilo dorado brilló al aparecer. Salía del pecho de Lou hacia el arzobispo: latía como el eco de un corazón. Con cada latido, su luz era más tenue. Lo miré durante una fracción de segundo. Sabía lo que era del mismo modo que conocía mi propia voz, mi reflejo en el espejo. Familiar, pero extraño a la vez. Obvio, pero sorprendente. Algo que siempre había sido parte de mí, pero que nunca había conocido de verdad.
En aquella oscuridad, algo despertó en mi interior.
No vacilé. No pensé. Actuando rápido, extraje un segundo cuchillo de mi bandolera y ataqué a Morgane. Ella alzó las manos, lanzando fuego por los dedos, pero no sentía las llamas. La luz dorada rodeaba mi piel y me protegía. Pero mis pensamientos se dispersaron. Cualquier fuerza que mi cuerpo hubiera reclamado, mi mente la había abandonado. Perdí el equilibrio, pero el hilo dorado marcó mi camino. Salté sobre el altar, siguiéndolo.
El arzobispo abrió los ojos al comprender qué intentaba hacer. Un sonido ínfimo y suplicante escapó de él, pero no pudo hacer mucho antes de que me cerniera sobre él. Antes de que hundiera mi cuchillo en su corazón.
Una vida por una vida. Un amor por un amor.
El arzobispo aún me miraba confundido mientras se desplomaba en mis brazos.
La luz dorada desapareció y el mundo cobró nitidez a toda prisa. Los gritos eran más fuertes. Miré el cuerpo muerto del arzobispo, entumecido, pero el grito de furia de Morgane hizo que me girara. Me dio esperanza. Lágrimas de alivio invadieron mis ojos ante lo que vi.
Aunque Lou aún estaba pálida e inerte, el corte en su garganta se cerraba. Su pecho subía y bajaba.
Estaba viva.
Con un grito brutal, Morgane alzó el cuchillo para abrir de nuevo la herida, pero una flecha atravesó el aire y se alojó en su pecho. Ella gritó otra vez, furiosa, pero reconocí de inmediato la flecha con asta azul.
Chasseurs.
Guiados por Jean Luc, montones de ellos aparecieron en el claro. Las brujas gritaron presas del pánico y se dispersaron en todas direcciones, pero había más de mis compañeros esperando entre los árboles. No tuvieron piedad, apuñalaron mujeres y niñas sin vacilar. Los cuerpos caían en todas partes en la bruma y desaparecían. Un llanto sobrenatural brotó desde el mismo suelo como respuesta y pronto, los chasseurs también comenzaron a desaparecer.
La furia contorsionó las facciones de Jean Luc mientras preparaba otra fecha y corría hacia el templo. Sin embargo, ya no tenía los ojos clavados en Morgane: los tenía clavados en mí. Demasiado tarde, noté que mi mano aún aferraba la daga clavada en el pecho del arzobispo. Lo solté rápido, el cuerpo del arzobispo cayó junto al cuchillo, pero el daño estaba hecho.
Jean Luc apuntó y disparó.

asesino de brujas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora