Capítulo 40 La Forêt des Yeux Reid Sostuve a Lou y me oculté detrás del altar. Ansel y Beau corrieron tras de mí, cargando a Coco, apenas consciente. Las flechas llovían sobre nuestras cabezas.
Morgane convirtió la mayoría en ceniza con un movimiento de su mano, pero una de ellas impactó en lo profundo de su pierna. Gritó de furia.
—Por allí. —Con voz débil, Coco señaló las profundidades del templo—. Hay… otra salida.
Vacilé un segundo. Otro aluvión de flechas distrajo a Morgane: era ahora o nunca.
—Sácalos de aquí. —Deslicé a Lou sobre los brazos de Beau—. Os alcanzaré.
Antes de que pudiera protestar, salí de mi escondite y corrí hacia el cuerpo de madame Labelle. Ninguna flecha la había alcanzado aún, pero la suerte no duraría.
A medida que los chasseurs se aproximaban, su furia se volvía letal. Una flecha pasó zumbando junto a mi oído. Sujeté la muñeca de madame Labelle y la cargué en brazos. Intenté proteger lo máximo posible su cuerpo con el mío.
El fuego y las flechas me perseguían mientras corría de vuelta hacia el templo. Un dolor intenso se expandía por mi hombro, pero no me atrevía a parar.
El sonido de la batalla cesó cuando entré en el silencio espeluznante del templo interno. Más adelante, Ansel, Coco y Beau corrían hacia la salida. Los seguí a toda prisa, intentando ignorar la sustancia cálida y húmeda que se expandía por mi brazo. Los gemidos ínfimos de dolor que escapaban de la garganta de madame Labelle.
Estaba viva. Viva.
No miré atrás para ver si Morgane o Jean Luc nos seguían. Centré la atención en el pequeño rectángulo de luz de luna al final del templo, en el cabello de Coco moviéndose mientras lo atravesaba.
Coco.
Coco podía curarla.
Los alcancé cuando se refugiaron bajo las sombras del bosque. No redujeron la velocidad. Avancé y sujeté el brazo de Coco. Los ojos de la chica estaban apagados, vidriosos mientras me miraba. Extendí el cuerpo roto de madame Labelle hacia ella.
—Ayúdala. Por favor. —Mi voz temblaba, mis ojos ardían, pero no me importó.
Dejé a mi madre en los brazos de Coco—. Por favor.
Ansel miró rápidamente hacia atrás, muy agitado.
—Reid, no hay tiempo… —Por favor. —No aparté los ojos de su rostro—. Se está muriendo.
Coco parpadeó despacio.
—Lo intentaré.
—¡Coco, estás demasiado débil! —Beau movió a Lou en sus brazos, con el rostro enrojecido, jadeando—. ¡Apenas puedes mantenerte en pie!
Ella respondió alzando su muñeca hacia la boca y mordiendose la piel. El mismo olor ácido flotó en el aire mientras retrocedía. La sangre cubría sus labios.
—Esto hará que ganemos tiempo hasta llegar al campamento. —Alzó la muñeca hacia el pecho de madame Labelle. Observamos, absortos, cómo su sangre goteaba y chisporroteaba cuando tocaba la piel de mi madre.
Beau miró con incredulidad cómo la herida se cerraba sola.
—¿Cómo…?
—Ahora no. —Coco flexionó la muñeca y agudizó la mirada cuando el grito de un hombre sonó más allá del templo. Las brujas debían de haber reunido fuerzas y haberse recuperado del pánico inicial. Aunque no podía ver el claro, las imaginaba utilizando las únicas armas a su disposición: sus acompañantes. Escudos humanos contra las Balisardas de mis compañeros.
Coco miró el cuerpo pálido de madame Labelle.
—Debemos llegar rápido al campamento o morirá.
No tuvo que repetirlo. Corrimos por el bosque adentrándonos en la noche.
Las sombras aún cubrían los pinos cuando encontramos nuestro campamento abandonado. Aunque madame Labelle había empalidecido, su pecho subía y bajaba. Su corazón aún latía.
Coco hurgó en su bolso y extrajo un frasco que contenía un líquido ámbar espeso.
—Miel —explicó ante mi mirada ansiosa—. Sangre y miel.
Apoyé a madame Labelle en el suelo del bosque y observé con fascinación mórbida cómo Coco se hacía otro corte en la muñeca y mezclaba su sangre con la miel. Aplicó el ungüento con cuidado sobre el pecho herido de madame Labelle.
Casi de inmediato, ella respiró más profundamente. El color regresó a sus mejillas.
Caí de rodillas, incapaz de apartar la vista. Ni siquiera un segundo.
—¿Cómo?
Coco enderezó la espalda, cerró los ojos y se frotó la sien.
—Te lo dije. Mi magia viene del interior. No es… No es como la de Lou.
Lou.
Me puse de pie.
—Está bien. —Ansel acunaba la cabeza de Lou sobre su regazo en un extremo del campamento. Corrí hacia ellos y observé el rostro pálido de Lou. Su garganta masacrada. Sus mejillas pronunciadas—. Aún respira. Sus latidos son fuertes.
Miré a Coco a pesar de las palabras reconfortantes de Ansel.
—¿Puedes curarla a ella también?
—No. —Se puso de pie como si hubiera notado algo y extrajo un ramillete de hierbas, un mortero y una mano de su bolso. Comenzó a pulverizar las hierbas—.
Tú ya la has curado.
—Entonces ¿por qué no despierta? —pregunté.
—Dale tiempo. Despertará cuando esté lista. —Respirando con esfuerzo, de modo entrecortado, Coco permitió que la sangre de su muñeca cayera sobre el polvo antes de cubrir sus dedos con la mezcla. Luego se acercó a Lou—. Muévete. Necesita protección. Todos la necesitamos.
Miré la mezcla con repulsión y me coloqué entre las dos. Olía horrible.
—No.
Con un sonido impaciente, me hizo a un lado y deslizó un pulgar ensangrentado sobre la frente de Lou. Luego, sobre la de madame Labelle. Sobre la de Beau. Sobre la de Ansel. Los fulminé con la mirada y aparté la mano de Coco cuando la alzó hacia mí.
—No seas idiota, Reid. Es salvia —dijo con impaciencia—. Es lo mejor que puedo hacer contra Morgane.
—Correré el riesgo.
—No. Serás el primer objetivo de Morgane cuando no encuentre a Lou… si es que no encuentra a Lou. —Miró la silueta inerte de Lou y pareció derrumbarse. Beau y Ansel extendieron las manos para ayudarla a mantener el equilibrio—. No sé si soy lo bastante fuerte para repelerla.
—Todo ayuda —susurró Beau.
Un comentario vacío. Él no sabía más que yo acerca de la magia. Acababa de abrir la boca para decírselo cuando Ansel suspiró fuerte y me tocó el hombro. Suplicante.
—Hazlo por Lou, Reid.
No me moví mientras Coco deslizaba su sangre sobre mi frente.
Acordamos abandonar el campamento lo antes posible, pero la ladera de la montaña resultó tan peligrosa como el Chateau. Las brujas y los chasseurs merodeaban por el bosque como depredadores. Más de una vez, nos habíamos visto obligados a subir a los árboles para evitar que nos detectaran, porque no sabíamos con certeza si la protección de Coco resistiría. Palmas sudorosas.
Extremidades temblorosas.
—Si la sueltas, te mataré —había siseado ella, mirando el cuerpo inconsciente de Lou en mis brazos. Como si yo fuera a soltarla. Como si fuera a dejarla ir de nuevo.
A pesar de todo, Morgane no apareció.
Sentíamos su presencia flotando sobre nosotros, pero nadie se atrevía a mencionarlo; como si expresar nuestro miedo fuera a hacerla aparecer. Tampoco mencionamos lo que yo había hecho en el templo. Pero el recuerdo continuaba atormentándome. La sensación enfermiza del cuchillo hundiéndose en la carne del arzobispo. El empuje extra que había sido necesario para que la daga atravesara los huesos y llegara al corazón. Los ojos del arzobispo confundidos de que su hijo lo traicionara.
Ardería en el infierno por lo que había hecho. Si existía tal lugar.
Madame Labelle despertó primero.
—Agua —graznó. Ansel buscó raudo su cantimplora mientras yo me acercaba.
No hablé mientras bebía. Solo la observé. La inspeccioné. Intenté tranquilizar mi corazón acelerado. Como Lou, permanecía pálida y enferma, y tenía magulladuras suaves alrededor de sus ojos azules.
Cuando por fin dejó caer la cantimplora, sus ojos buscaron los míos.
—¿Qué ha sucedido?
—Hemos escapado —dije con un suspiro.
—Sí, obviamente —dijo ella con sorprendente intensidad—. Me refiero a cómo hemos escapado.
—Nosotros… —Miré a los demás. ¿Cuánto habían asumido? ¿Cuánto habían visto? Sabían que había matado al arzobispo y que Lou había sobrevivido… pero ¿habían conectado ambos hechos?
Coco me dio la respuesta. Suspiró con pesadumbre y avanzó mientras extendía los brazos hacia Lou.
—Yo me quedaré con ella —dijo. Vacilé y ella endureció su mirada—. Llévate a tu madre, Reid. Caminad. Cuéntaselo todo… o lo haré yo.
Nadie pareció sorprendido ante las palabras de Coco. Ansel no me miró. Cuando Beau alzó la cabeza y dijo sin sonido hazlo de una vez, mi corazón dio un vuelco.
—Está bien. —Dejé a Lou en los brazos extendidos de Coco—. No iremos lejos.
Llevé a madame Labelle fuera del rango auditivo de los demás, la deposité en la porción de suelo más suave que encontré y me agazapé frente a ella.
—¿Y bien? —Alisó su falda, impaciente. Fruncí el ceño. Al parecer, las experiencias cercanas a la muerte ponían de mal humor a mi madre. Pero no me molestaba. Su enfado permitía que centrara mi atención en algo que no fuera mi propia incomodidad. Muchas cosas habían ocurrido entre los dos en el momento en que yacía en el suelo, muriendo.
Culpa. Furia. Anhelo. Arrepentimiento.
El enfado era mucho más fácil de afrontar que todo eso.
Relaté lo que había ocurrido en el templo con tono entrecortado y contrariado, sin especificar mi rol en nuestra huida. Pero madame Labelle era inconvenientemente astuta. Me olisqueó como un zorro.
—Hay algo que no me cuentas. —Inclinó el torso hacia adelante, me observó y frunció los labios—. ¿Qué has hecho?
—Nada.
—¿No? —Alzó una ceja y apoyó el peso del cuerpo sobre las manos—. Según tu relato, has matado a tu patriarca, un hombre al que querías, sin razón aparente.
Querías. Un nudo apareció en mi garganta ante el tiempo verbal. Lo deshice tosiendo.
—Él nos traicionó… —Y luego tu esposa volvió a la vida… ¿también sin razón aparente?
—Nunca estuvo muerta.
—¿Y cómo lo sabes?
—Porque… —Me detuve al comprender demasiado tarde que no podía explicar el hilo de vida que conectaba a Lou y al arzobispo. No sin quedar expuesto. Ella entrecerró los ojos ante mi titubeo y suspiré—. Lo… vi, de algún modo.
—¿Cómo?
Me miré las botas. Tenía los hombros doloridos por la tensión.
—Había un hilo que… los conectaba. Latía al ritmo del corazón de Lou.
De pronto, ella se incorporó, haciendo un gesto de dolor ante el movimiento.
—Has visto un patrón.
No dije nada.
—Has visto un patrón —repitió, casi hablando consigo misma— y lo has reconocido. Tú… has reaccionado a él. ¿Cómo? —Inclinó el torso hacia adelante y me sujetó el brazo con una fuerza sorprendente a pesar del temblor en sus manos—.
¿De dónde ha salido el hilo? Debes contarme todo lo que recuerdes.
Asustado, rodeé sus hombros con un brazo.
—Necesitas descansar. Podemos hablarlo después.
—Cuéntamelo. —Hundió las uñas en mi antebrazo.
La fulminé con la mirada. Ella me devolvió la misma expresión. Finalmente, comprendiendo que no cedería, suspiré con exasperación.
—No lo recuerdo. Ocurrió demasiado rápido. Morgane cortó la garganta de Lou y yo pensé que había muerto y… luego solo vi oscuridad. Me devoró y no podía pensar con claridad. Solo… reaccioné. —Hice una pausa, tragando con dificultad—.
De allí provino el hilo… de la oscuridad.
Miré mis manos y recordé aquel lugar lúgubre. Había estado solo allí:
absolutamente solo. El vacío me recordó a lo que había imaginado que era el Infierno. Cerré los puños. Aunque había limpiado la sangre del arzobispo de mis manos, aún había algunas manchas.
—Maravilloso. —Madame Labelle soltó mi brazo y reclinó la espalda hacia atrás —. No creí que fuera posible, pero… no hay otra explicación. El hilo… el equilibrio que ha representado… Todo tiene sentido. No solo has visto el patrón, has sido capaz de manipularlo. No tiene precedentes… Es… maravilloso. —Alzó la vista hacia mí, embelesada—. Reid, tienes magia.
Abrí la boca para negarlo, pero la cerré de inmediato. No era posible. Lou me había dicho que no era posible. Sin embargo, ahí estaba. Contaminado. Manchado por la magia y la muerte que venía con ella.
Nos miramos durante unos segundos tensos.
—¿Cómo? —Mi voz sonaba más desesperada de lo que hubiera querido, pero necesitaba esa respuesta más que mi orgullo—. ¿Cómo ha podido ocurrir?
El asombro en sus ojos desapareció.
—No lo sé. Es como si la muerte inminente de Lou hubiera sido tu disparador. — Me sostuvo la mano—. Sé que es difícil para ti, pero esto lo cambia todo, Reid. Eres el primero, pero ¿y si hay otros? ¿Y si hemos estado equivocadas sobre nuestros hijos varones?
—Pero los brujos no existen. —La palabra sonaba extraña, poco convincente, incluso para mis oídos.
Una sonrisa triste apareció en sus labios.
—Sin embargo, aquí estás.
Aparté la mirada, incapaz de soportar la lástima en sus ojos. Sentía náuseas. Más que eso: me sentía mal. Toda mi vida había aborrecido a las brujas. Las había cazado. Y ahora, por un giro cruel del destino, de pronto era como ellas.
El primer brujo.
Si había un Dios, tenía un sentido del humor de mierda.
—¿Ella lo ha notado? —Madame Labelle habló en voz baja—. ¿Morgane?
—Ni idea. —Cerré los ojos, pero me arrepentí de inmediato. Demasiados rostros aparecieron. Uno en particular. Con los ojos muy abiertos. Asustados. Confundidos —. Los chasseurs me vieron asesinar al arzobispo.
—Sí, eso es potencialmente problemático.
La miré con brusquedad y sentí un dolor renovado en el cuerpo. Entrecortado e intenso. Puro.
—¿Potencialmente problemático? Jean Luc ha intentado matarme.
—Y continuará intentándolo, estoy segura, al igual que las brujas. Muchos han muerto hoy en su búsqueda tonta de venganza. Nadie olvidará tu rol: en especial Morgane. —Suspiró y apretó mi mano—. También está el asunto de tu padre.
Mi corazón se estrujó aún más.
—¿Qué ocurre con él?
—Lo ocurrido en el templo llegará a sus oídos. Pronto, sabrá tu nombre… y el de Lou.
—Nada de esto es culpa de Lou… —No importa de quién es la culpa. La sangre de tu esposa tiene el poder de extinguir todo el linaje de Auguste. ¿De verdad crees que alguien, en especial un rey, permitiría que semejante riesgo anduviera libre por ahí?
—Pero ella es inocente. —Mi pulso se aceleró y sonó en mis oídos—. No puede encerrarla en prisión por los crímenes de Morgane… —¿Quién ha hablado de encerrarla en prisión? —Alzó las cejas y acarició de nuevo mi mejilla. Esta vez, no me aparté—. Querrá matarla, Reid. Quemarla, para que ni una gota de su sangre pueda ser utilizada para que Morgane alcance su terrible objetivo.
La miré durante un largo segundo. Convencido de no haber oído bien.
Convencido de que ella comenzaría a reír o que un feu follet, un fuego fatuo, aparecería y me traería de vuelta a la realidad. Pero… no. Esa era mi nueva realidad. La furia estalló en mí y quemó los escrúpulos que me quedaban.
—¿Por qué cojones todos en este reino intentan asesinar a mi esposa?
La risa escapó de madame Labelle, pero a mí no me parecía divertido.
—¿Qué vamos a hacer? ¿A dónde iremos?
—Vendrás conmigo, claro. —Coco apareció detrás de un gran pino, sonriendo con satisfacción—. Lo siento, escuchaba a escondidas, creí que no te importaría considerando que…. —Señaló con la cabeza a Lou entre sus brazos.
Lou.
Cada rastro de furia, cada duda, cada pregunta, cada pensamiento abandonó mi cabeza cuando esos ojos azules verdosos miraron los míos.
Estaba despierta y mirándome como si nunca me hubiera visto. Avancé, presa del pánico, rogando que su mente no hubiera sido afectada. Que me recordara. Que Dios no hubiera jugado otra broma cruel y enfermiza… —Reid —dijo despacio, con incredulidad—, ¿acabas de decir una palabrota?
Luego inclinó el cuerpo sobre el brazo de Coco y vomitó bilis en el suelo del bosque.