Capítulo 41 La voisin Lou —Estoy bien, de verdad —repetí por enésima vez, pero no estaba segura de estarlo.
Tenía el interior de la garganta sujeto por una cicatriz desfigurada, el estómago revuelto por la droga abominable de mi madre, las piernas entumecidas por no haberlas usado y mi mente aún daba vueltas por lo que acaba de oír a escondidas.
Reid estaba allí.
Y era un brujo.
Y… acababa de decir cojones.
Quizás, después de todo, había muerto. Eso era más probable que oír a Reid maldecir con semejante dominio.
—¿Estás segura de que estás bien? —insistió.
Había ignorado la bilis que cubría el suelo en su prisa por llegar a mi lado.
Bendito sea. Y Coco, tal vez percibiendo que Reid era un hombre al límite, me había entregado. Intenté no guardarles resentimiento por tratarme como a una bolsa de patatas. Sabía que tenían buenas intenciones, pero era perfectamente capaz de moverme por mi cuenta.
Aunque era cierto que mi cabeza daba vueltas ante la proximidad repentina de Reid, así que, después de todo, tal vez fuera buena idea que él me llevara. Coloqué con más firmeza mis brazos alrededor de su cuello e inhalé su aroma.
Sí. Esa era una muy buena idea.
—Estoy segura.
Reid suspiró aliviado antes de cerrar los ojos y posar su frente en la mía.
Madame Labelle le ofreció a Coco una sonrisa cómplice.
—Querida, creo que me gustaría estirar las piernas. ¿Podrías acompañarme?
Coco aceptó y ayudó a madame Labelle a ponerse de pie. Aunque Coco cargaba con una buena parte del peso de la mujer, madame Labelle empalideció al moverse.
Reid avanzó hacia ella preocupado.
—Creo que no deberías caminar.
Madame Labelle lo silenció frunciendo el ceño. Impresionada, memoricé la expresión para usarla en algún momento.
—Tonterías. Mi cuerpo necesita recordar cómo funcionar.
—Muy cierto —susurré. Reid me miró frunciendo el ceño.
—¿Tú también quieres ir a caminar?
—Yo… No. Estoy perfectamente aquí, gracias.
—Hablaremos más tarde. —Coco puso los ojos en blanco, pero ensanchó la sonrisa —. Hacedme un favor y alejaos del rango auditivo. No tengo ganas de escuchar sin querer esta conversación en particular.
Moví las cejas de arriba abajo.
—O la falta de conversación.
Madame Labelle arrugó el rostro con repulsión.
—Y esa es mi señal para irme. Cosette, vamos y por favor, date prisa.
Mi sonrisa desapareció cuando se fueron. Era la primera vez que Reid y yo estábamos solos desde… bueno, todo. Él también percibió el cambio repentino en el aire entre los dos. Cada músculo de su cuerpo estaba tenso, rígido. Como si se preparara para huir… o pelear.
Pero era ridículo. No quería pelear. Después de lo que acababa de ocurrir, después de lo que habíamos vivido, era suficiente. Alcé las cejas y le toqué la mejilla.
—¿Me dirás lo que piensas si te doy una couronne?
Sus ojos azules como un mar ansioso miraron los míos, pero no dijo nada.
Por desgracia, al menos para Reid, nunca había sido alguien que tolerara bien el silencio. Fruncí el ceño y dejé caer mi mano.
—Sé que es difícil, Reid, pero intenta que no sea más incómodo de lo necesario.
Eso funcionó. La vida apareció en sus ojos.
—¿Por qué no estás enfadada conmigo?
Oh, Reid. El desprecio brillaba claro en su mirada… pero no era odio hacia mí como había temido una vez. Era odio hacia sí mismo. Apoyé la cabeza en su pecho.
—No has hecho nada mal.
Él sacudió la cabeza de lado a lado y me sujetó con más fuerza.
—¿Cómo puedes decir eso? Yo… he permitido que te expusieras a esto. —Miró alrededor con expresión de dolor. Luego me miró la garganta. Tragó saliva angustiado y sacudió la cabeza—. Prometí protegerte, pero te abandoné a la primera oportunidad que tuve.
—Reid. —Cuando se negó a mirarme, sujeté de nuevo su rostro entre mis manos —. Sabía quién eras. Sabía en qué creías… y, de todas formas, me enamoré de ti.
Cerró los ojos mientras una lágrima solitaria rodaba por su mejilla. Mi corazón se estrujó.
—Nunca te he guardado resentimiento por ello. De verdad. Reid, escúchame.
Escúchame. —Abrió los ojos a regañadientes y lo obligué a mirarme, desesperada por hacérselo entender—. Cuando era una niña, veía el mundo en blanco y negro.
Los cazadores eran enemigos. Las brujas eran amigas. Éramos buenas y ellos eran malos. No había grises. Luego, mi madre intentó matarme y de pronto, ese mundo definido estalló en miles de fragmentos. —Limpié sus lágrimas—. Imagina mi angustia cuando un chasseur particularmente alto de cabello cobrizo llegó y aplastó los fragmentos que quedaban y los convirtió en polvo.
Tomó asiento en el suelo, cargándome. Pero aún no había terminado. Lo había arriesgado todo por mí al venir al Chateau. Había abandonado su vida, sus creencias, al elegirme. No lo merecía. Pero, de todos modos, se lo agradecí a Dios.
—Después de que te empujara a través del telón —susurré—, dije que deberías haber esperado que me comportara como una criminal. No te conté que era una bruja porque seguí mi propio consejo. Esperaba que actuaras como un chasseur… pero no lo hiciste. No me mataste. Me dejaste ir. —Intenté apartar la mano, pero él la sujetó y la mantuvo sobre su rostro.
Su voz estaba cargada de emoción.
—Debería haber ido contigo.
Coloqué mi otra mano en su rostro y me acerqué más.
—No debería haberte mentido.
Él inhaló, temblando.
—Dije… Dije cosas terribles.
—Sí. —Fruncí levemente el ceño al recordarlas.
—Ninguna es cierta… salvo una. —Sus manos cubrían las mías sobre su rostro y me miró como si pudiera ver mi alma. Tal vez, era capaz de hacerlo—. Te quiero, Lou. —Tenía los ojos llenos de lágrimas nuevas—. Nunca… he visto a nadie disfrutar algo del modo que tu lo disfrutas todo. Me haces sentir vivo. Tu presencia… es adictiva. Eres adictiva. No importa si eres una bruja. El modo en que ves el mundo… yo también quiero verlo así. Quiero estar siempre contigo, Lou. Nunca más quiero separarme de ti.
No pude evitar que las lágrimas rodaran por mis mejillas también.
—«Donde quiera que tu fueres, iré yo».
Con lentitud deliberada, presioné mis labios sobre los suyos.
Logré regresar caminando por mi cuenta, pero mi cuerpo se cansó con rapidez.
Cuando por fin llegamos al campamento, los demás preparaban la cena. Coco avivaba un fuego pequeño y madame Labelle hacía desaparecer el humo con sus dedos. Dos conejos gordos crepitaban en la fogata. Mi estómago se contrajo y presioné el puño sobre mi boca antes de que fuera a vomitar.
Ansel fue el primero en vernos. Una sonrisa amplia apareció en su rostro mientras soltaba el cuenco que sostenía y corría para envolverme en un abrazo feroz. Reid me soltó a regañadientes y le devolví el abrazo a Ansel con el mismo fervor.
—Gracias —susurré en su oído—. Por todo.
Él se sonrojó al apartarse, pero mantuvo un brazo firme alrededor de mi cintura por si acaso. Reid parecía estar haciendo un gran esfuerzo por no sonreír.
Beau estaba apoyado contra un árbol con los brazos cruzados sobre el pecho.
—Sabes, esto no es lo que tenía en mente cuando dije que podíamos divertirnos juntos, madame Diggory.
Alcé una ceja, recordando su pecho desnudo bailando bajo la luna.
—Oh, no lo sé. Algunos momentos de la noche han sido divertidos.
Sonrió.
—Entonces, ¿te ha gustado el espectáculo?
—Mucho. Parece que frecuentamos las mismas tabernas.
Los dedos de madame Labelle aún se movían con pereza en el aire. Un rastro ínfimo de magia brotaba de ellos mientras el humo desaparecía.
—Odio interrumpir, pero nuestros conejos se queman.
La sonrisa de Beau desapareció y se apresuró a apartar el conejo chamuscado del fuego mientras se quejaba.
—Me ha llevado siglos cazarlos.
Coco puso los ojos en blanco.
—Querrás decir observar mientras yo cazaba.
—¿Disculpa? —Alzó el conejo más pequeño, indignado—. ¡Yo le he disparado a este, muchas gracias!
—Sí… en la pata. He tenido que rastrear a la pobre criatura para acabar con su sufrimiento.
Cuando Beau abrió la boca para responder, echando chispas, me giré hacia Reid.
—¿Me he perdido algo?
—Han estado así desde que salimos en tu busca —dijo Ansel. No pasé por alto la satisfacción en su voz o la sonrisa burlona en su rostro.
—Al príncipe le ha sido un poco difícil adaptarse a la naturaleza —explicó Reid en voz baja—. Coco… no se ha sorprendido.
No pude evitar reír. Sin embargo, cuando la discusión empeoró sin indicios de que alguno de los dos fuera a parar, sacudí la mano para atraer su atención.
—Disculpad —dije con voz fuerte. Ambos me miraron—. Por muy entretenido que sea, tenemos asuntos más importantes que discutir.
—¿Por ejemplo? —replicó Beau.
Estuve a punto de reír, pero la ferocidad en la expresión de Coco me detuvo.
—No podemos ocultarnos en este bosque para siempre. Ahora Morgane conoce nuestros rostros y os matará por ayudarme a huir.
Beau bufó.
—Mi padre pondrá su cabeza en una pica cuando sepa lo que planea.
—Y la mía —dije intencionadamente.
—Es probable.
Era un imbécil.
Madame Labelle suspiró.
—Auguste ha fracasado en capturar a Morgane durante décadas… igual que sus ancestros han fracasado en capturar a toda Dame des Sorcières. Es poco probable que él tenga éxito. Ella continuará siendo una amenaza para nosotros.
—Pero ahora los chasseurs saben dónde está el Chateau —comentó Reid.
—Igualmente, aún no pueden entrar allí sin una bruja.
—Pero han entrado.
—Ah… sí. —Madame Labelle tosió con delicadeza y apartó la vista, alisando su falda arrugada manchada de sangre—. Porque yo los he llevado.
—¿Tú qué? —Reid se puso tenso a mi lado y el rubor delator subió por su garganta —. Te… ¿te has reunido con Jean Luc? ¿Estás loca? ¿Cómo? ¿Cuándo?
—Después de enviaros a vosotros con esas trillizas parlanchinas. —Se encogió de hombros y se inclinó hacia delante para tocar el tronco negro a sus pies. Cuando se movió al parpadear y abrió los ojos amarillos luminosos, mi corazón por poco se detuvo. No era un tronco. No era siquiera un gato. Era… era… —El matagot les entregó un mensaje a tus compañeros poco después de nuestra discusión. Jean Luc no estaba satisfecho con que el demonio diera vueltas en su mente, pero no pudo dejar pasar la oportunidad que le presenté. Nos encontramos en la playa fuera del Chateau y les hice atravesar el encantamiento. Se suponía que esperarían mi señal. Como no aparecí de nuevo, Jean Luc tomó el asunto en sus manos. —Se tocó el corsé rígido de su vestido como si recordara la sensación del cuchillo de Morgane hundiéndose en su pecho. Mi garganta latía—. Y gracias a la Diosa que lo hizo.
—Sí —dije rápidamente antes de que Reid interrumpiera. Su rubor se había expandido hasta la punta de sus orejas durante la explicación de madame Labelle y parecía capaz de interrumpir la conversación estrangulando a alguien—. Pero estamos peor que antes.
—¿Por qué? —Ansel frunció el ceño—. Los chasseurs han matado a cientos de brujas. Sin duda Morgane ahora está más débil, ¿no?
—Tal vez —susurró madame Labelle—, pero un animal herido es una bestia peligrosa.
Cuando Ansel aún parecía confundido, apreté su muñeca.
—Todo lo sucedido, todo lo que hemos hecho, solo la hará más salvaje. A las otras brujas también. Esta guerra no ha terminado.
Un silencio ominoso apareció mientras asimilaban mis palabras.
—Bueno —dijo Coco alzando el mentón—. Solo hay una cosa por hacer. Vendréis todos a mi aquelarre. Morgane no podrá tocaros allí.
—Coco… —Miré sus ojos con renuencia. Ella apretó su mandíbula y respondió con una mano en su cadera—. Es más probable que nos maten a que nos ayuden.
—No harán nada. Estarás bajo mi protección. Nadie de mi aquelarre se atreverá a ponerte un dedo encima.
Hubo otra pausa mientras nos mirábamos.
—No tienes más opciones, Lou, querida —dijo por fin madame Labelle—.
Morgane no es tan tonta como para atacarte en el corazón de un aquelarre de sangre y Auguste y los chasseurs nunca te encontrarán allí.
—¿No vendrás con nosotros? —preguntó Reid, frunciendo el ceño. Su nuca por poco se fusionó con su cabello cobrizo y mantuvo las manos cerradas. Tensas. Logré abrir uno de sus puños rozándolo suavemente con mi nudillo y entrelazando mis dedos con los suyos. Él respiró hondo y se relajó un poco.
—No. —Madame Labelle tragó con dificultad y el matagot restregó la cabeza en su rodilla en un gesto doméstico sorprendente—. Aunque han pasado años desde que lo vi por última vez, creo… que es hora de charlar con Auguste.
Beau frunció el ceño.
—Eres una absoluta idiota si le cuentas que eres bruja.
Reid y yo lo fulminamos con la mirada, pero madame Labelle solo alzó un hombro elegante con desenfado.
—Bien, entonces es bueno que no sea una absoluta idiota. Tú vendrás conmigo, claro. No puedo entrar sin más al castillo. Juntos, tal vez podremos disuadir a Auguste de ejecutar cualquier plan descabellado que sin duda ha estado pensando.
—¿Qué te hace creer que tú serás capaz de disuadirlo?
—Hubo en tiempo en el que me quiso.
—Sí, y mi madre estará encantada de oírlo.
—Lo siento, pero aún no lo entiendo. —Ansel sacudió la cabeza y miró a Coco desconcertado—. ¿Por qué crees que estaremos a salvo con el aquelarre? Si Morgane es tan peligrosa como decís… ¿de verdad serán capaces de protegernos?
Coco emitió una risa breve.
—No sabes quién es mi tía, ¿verdad?
Ansel frunció el ceño.
—No.
—Entonces, permíteme contártelo. —Amplió su sonrisa y bajo la luz menguante del día, sus ojos parecían brillar con un resplandor rojo—. Mi tía es la bruja La Voisin.
Reid gruñó en voz alta.
—Mierda.