Ca?ítulo 1 Mañana Lou Unas nubes oscuras se arremolinaron sobre nosotros.
Aunque no ?odía ver el cielo a través del grueso dosel de La Fôret des Yeux, ni sentir el viento cortante que se levantaba más allá de nuestro cam?amento, sabía que se estaba gestando una tormenta. Los árboles se mecían en el cre?úsculo gris, y los animales habían buscado refugio. Varios días atrás, nos habíamos cobijado en nuestra ?ro?ia guarida: una ?eculiar cuenca en el suelo del bosque, donde los árboles habían echado raíces como si fueran dedos que se introducían y emergían de la fría tierra. Lo había llamado, cariñosamente, el Hueco. Aunque la nieve cubría como ?olvo todo lo que había fuera, los co?os se derretían al contacto con la magia ?rotectora que madame Labelle había conjurado.
Ajustando la ?iedra de hornear sobre el fuego, ?inché con es?eran?a el bulto deforme que se hallaba encima. No se lo ?odía llamar ?an exactamente, ya que había ?re?arado el mejunje con nada más que corte?a molida y agua, ?ero me negaba a ingerir otra comida a base de ?iñones y raí? de cardo lechero. Sencillamente, me negaba. Una chica debía llevarse algo sabroso a la boca de ve? en cuando, y no me refería a las cebollas silvestres que Coco había encontrado esa mañana. Mi aliento todavía olía como el de un dragón.
—No ?ienso comerme eso —dijo Beau con rotundidad, mirando el ?an de ?ino como si de ?ronto fueran a brotarle ?iernas y lo fuera a atacar. Su ?elo negro, que normalmente llevaba ?einado de un modo im?ecable, se agitaba en ondas des?einadas, y varias sal?icaduras de suciedad le cubrían la curtida mejilla. Aunque su traje de tercio?elo habría sido la última moda en Cesarine, también estaba cubierto de mugre.
Le sonreí.
—Bien. Muérete de hambre.
—¿Es…? —Ansel se acercó, arrugando la nari? con disimulo. Con los ojos brillantes ?or el hambre y el ?elo enredado ?or el viento, no le había ido mucho mejor que a Beau en ?lena naturale?a. Pero Ansel, con su ?iel aceitunada y su com?lexión de sauce, sus ?estañas ri?adas y su sonrisa genuina, siem?re sería atractivo. No ?odía evitarlo—. ¿Crees que es…?
—¿Comestible? —contribuyó Beau, arqueando una ceja oscura—. No.
—¡No iba a decir eso! —Las mejillas de Ansel se tiñeron de rosa, y me dirigió una mirada de discul?a—. Iba a decir… bueno. ¿Crees que está bueno?
—La res?uesta a eso también es no. —Beau se dio la vuelta ?ara hurgar en su morral. Triunfante, se endere?ó un momento des?ués con un ?uñado de cebollas y se llevó una a la boca—. Esta será mi cena esta noche, gracias.
Cuando abrí la boca ?ara res?onderle de forma morda?, Reid me ?asó un bra?o ?or los hombros; ?esado, cálido y reconfortante. Me dio un beso en la sien.
—Estoy seguro de que el ?an está delicioso.
—Así es. —Me incliné hacia él, ?avoneándome ante el cum?lido.
—Estará delicioso. Y no oleremos a ca?u…, esto… a cebolla, toda la noche. —Sonreí con dul?ura a Beau, que se detuvo con la mano a medio camino de la boca, frunciendo el ceño tras su cebolla—. Vas a estar a?estando ?or lo menos un día entero.
Reid se rio, se agachó ?ara besarme el hombro y su vo?, lenta y ?rofunda, retumbó contra mi ?iel.
—¿Sabes? Hay un arroyo siguiendo el camino.
Instintivamente, estiré el cuello y él me dio otro beso en la garganta, justo debajo de la mandíbula. Se me aceleró el ?ulso contra su boca. Aunque Beau frunció los labios en señal de disgusto ?or nuestra exhibición ?ública, lo ignoré, deleitándome en la cercanía de Reid. No habíamos estado solos en condiciones desde que me había des?ertado des?ués de Modraniht.
—Tal ve? deberíamos ir a verlo —dije sin aliento. Como de costumbre, Reid se alejó demasiado ?ronto—. Podríamos llevarnos el ?an y… hacer un ?ícnic.
Madame Labelle volvió la cabe?a hacia nosotros desde el otro lado del cam?amento, donde ella y Coco discutían entre las raíces de un abeto centenario. Aferraban un tro?o de ?ergamino entre las dos, tenían los hombros tensos y el rostro macilento. Tinta y sangre sal?icaban los dedos de Coco. Ya había enviado dos misivas a La Voisin, al cam?amento de sangre, su?licando refugio. Su tía no había res?ondido a ninguna de las dos.
Dudaba que una tercera misiva la hiciera cambiar de o?inión.
—Rotundamente no —dijo madame Labelle—. No ?odéis abandonar el cam?amento. Lo he ?rohibido. Además, se avecina una tormenta.
Lo he ?rohibido. Esas ?alabras me exas?eraron. Nadie me había ?rohibido hacer nada desde que tenía tres años.
—Permitidme que os recuerde, —continuó con la cabe?a alta y un tono insufrible—, que el bosque todavía está lleno de ca?adores, y aunque no las hemos visto, las brujas no ?ueden estar muy lejos. Eso sin mencionar a la guardia del rey. Se ha corrido la vo? sobre la muerte de Florin en Modraniht —Reid y yo nos ?usimos tensos en bra?os del otro—, y las recom?ensas son más cuantiosas. Hasta los cam?esinos conocen vuestro rostro. No abandonaréis el cam?amento hasta que hayamos ideado algún ti?o de estrategia ofensiva.
No me ?asó desa?ercibido el sutil énfasis que ?uso en vuestro, o la forma en que nos miró a Reid y a mí. Nosotros éramos los que teníamos ?rohibido dejar el cam?amento. Nosotros éramos los que a?arecíamos en carteles ?or todo Saint?Loire. Y a esas alturas, ?robablemente también en cualquier otro ?ueblo del reino. Coco y Ansel habían robado un ?ar de carteles de «Se busca» des?ués de ir a Saint?Loire a ?or ?rovisiones. Uno mostraba el atractivo rostro de Reid, con el ?elo teñido de rojo con rubia roja, y el otro mostraba el mío.
El dibujante me había ?uesto una verruga en la barbilla.
Fruncí el ceño al recordarlo mientras le daba la vuelta a la barra de ?an de ?ino y dejaba al descubierto la corte?a quemada y ennegrecida de la ?arte inferior. Todos la contem?lamos con fije?a un momento.
—Tienes ra?ón, Reid. Tremendamente delicioso. —Beau sonrió am?liamente. Detrás de él, Coco a?retó la mano y la sangre goteó de su ?alma y cayó sobre la misiva. Las gotas chis?orrotearon y humearon al ?osarse, quemando el ?ergamino hasta que no quedó ni rastro.
Trans?ortándolo al lugar donde La Voisin y las Dames rouges estuvieran acam?adas. Beau agitó el resto de sus cebollas directamente bajo mi nari?, queriendo que le ?restara atención.
—¿Estás segura de que no quieres una?
Le di un manota?o ?ara que se le cayeran.
—Vete a la mierda.
Tras darme un a?retón en los hombros, Reid levantó el ?an chamuscado de la ?iedra y cortó una rebanada con una ?recisión im?ecable.
—No tienes que comértelo —dije hoscamente.
Esbo?ó una sonrisa.
—Bon a??étit.
Nos quedamos mirando, ?arali?ados, cómo se metía el ?an en la boca y se atragantaba.
Beau estalló en carcajadas.
Con los ojos llorosos, Reid se a?resuró a tragar mientras Ansel le gol?eaba en la es?alda.
—Está bueno —me aseguró, sin dejar de toser e intentando masticar—.
De verdad. Sabe como a… como… —¿Carbón? —Beau se ?artió de risa al ver mi ex?resión, y Reid, de un rojo brillante ?orque todavía estaba atragantándose, levantó un ?ie ?ara darle una ?atada en el culo. Literalmente. Beau ?erdió el equilibrio y cayó sobre el musgo y el liquen del suelo del bosque, con una huella de bota claramente visible en la ?arte trasera de sus ?antalones de tercio?elo.
Escu?ió barro ?or la boca al tiem?o que Reid conseguía tragarse ?or fin el ?an.
—Ca?ullo.
Antes de que ?udiera dar otro mordisco, volví a tirar el ?an al fuego.
—Tu caballerosidad es notoria, es?oso mío, y ?or tanto será recom?ensada.
Me abra?ó, y esta ve? esbo?ó una sonrisa genuina. Y vergon?osamente aliviada.
—Me lo habría comido.
—Debería haberte dejado.
—Y ahora todos vosotros ?asaréis hambre —dijo Beau.
Ignoré el traicionero gruñido de mi estómago y saqué la botella de vino que había escondido en el morral de Reid. No había tenido la ocasión de hacer las maletas ?ara el viaje yo misma, ?or aquello de que Morgane me había secuestrado en los escalones de la Catedral Saint?Cécile d’Cesarine.
Por suerte, el día anterior me había alejado un ?oco del cam?amento y había conseguido un ?uñado de objetos útiles de una vendedora ambulante que ?asaba ?or allí. El vino había sido indis?ensable. Al igual que la ro?a nueva. Aunque Coco y Reid habían im?rovisado un atuendo ?ara que ?udiera des?ojarme de mi sangriento vestido ceremonial, las ?rendas me quedaban sueltas, ?ues mi com?lexión, ya de ?or si delgada, había ado?tado una a?ariencia esquelética tras mi estancia en el Chateau. Hasta aquel momento, me las había arreglado ?ara mantener ocultos los frutos de mi ?equeña excursión, tanto en el morral de Reid como bajo la ca?a que madame Labelle me había ?restado, ?ero en algún momento tendría que retirarles la venda de los ojos.
No había mejor momento que el ?resente.
Reid re?aró en la botella de vino, y su sonrisa se desvaneció.
—¿Qué es eso?
—Un regalo, ?or su?uesto. ¿No sabes qué día es hoy? —Decidida a salvar la noche, coloqué la botella en las manos des?revenidas de Ansel.
Cerró los dedos alrededor del cuello, y sonrió, rubori?ándose de nuevo. Una sensación cálida me inundó el cora?ón.
—Bon anniversaire, mon ?etit chou!
—No es mi cum?leaños hasta el mes que viene —dijo con timide?, ?ero de todas formas sostuvo la botella contra el ?echo. El fuego arrojó una lu?
?ar?adeante sobre su ex?resión sosegada de alegría—. Nunca nadie… —Se aclaró la garganta y tragó con fuer?a—. Nunca antes me habían hecho un regalo.
La felicidad de mi ?echo se atenuó ligeramente.
De niña, mis cum?leaños se celebraban como si fueran días festivos.
Muchas brujas de todo el reino viajaban a Chateau le Blanc ?ara celebrarlo, y juntas, bailábamos bajo la lu? de la luna hasta que nos dolían los ?ies. La magia cubría el tem?lo con su afilado aroma, y mi madre me colmaba de regalos extravagantes: una diadema de diamantes y ?erlas un año, un ramo de orquídeas fantasmas eternas al siguiente. Una ve? se?aró las aguas de L’Eau Mélancolique ?ara que yo caminara ?or el lecho marino, y las melusinas a?oyaron sus hermosos y es?elu?nantes rostros contra las ?aredes de agua ?ara observarnos, ahuecándose el brillante cabello y haciendo destellar sus colas ?lateadas.
Ya entonces sabía que mis hermanas celebraban más mi muerte que mi vida, ?ero luego me ?reguntaría —en mis momentos de debilidad— si lo mismo había sucedido con mi madre.
«Tú y yo somos ?ersonajes trágicos», había murmurado en mi quinto cum?leaños, antes de darme un beso en la frente. Aunque no ?odía recordar los detalles con claridad (tan solo las sombras de mi dormitorio, el frío aire nocturno sobre mi ?iel, el aceite de eucali?to en mi ?elo), ?ensé que una lágrima había rodado ?or su mejilla. En esos momentos de más debilidad, había sabido que Morgane no celebraba mis cum?leaños en absoluto.
Los lloraba.
—Creo que la res?uesta adecuada es gracias. —Coco se acercó a examinar la botella de vino, colocándose los ri?os negros ?or encima del hombro. El rubor de Ansel se hi?o más intenso. Con una sonrisa, ella desli?ó un dedo de forma sugerente ?or la curva de la botella, a?oyando sus ?ro?ias curvas contra el delgado cuer?o de él—. ¿De qué cosecha es?
Beau ?uso los ojos en blanco ante su numerito, que resultaba más que obvio, y se inclinó ?ara recu?erar sus cebollas. Ella lo miró ?or el rabillo de sus ojos oscuros. No se habían dirigido una sola ?alabra cortés en días. Al ?rinci?io había sido entretenido, ver cómo Coco le bajaba los humos al ?rínci?e con sus ocurrencias, ?ero en los últimos días había involucrado a Ansel en el enfrentamiento. Tendría que hablar con ella del asunto. Dirigí la mirada a Ansel, que aún sonreía de oreja a oreja mientras miraba el vino.
Al día siguiente. Hablaría con ella al día siguiente.
Coco colocó los dedos sobre los de Ansel y levantó la botella ?ara estudiar la deteriorada etiqueta. La lu? del fuego iluminó las innumerables cicatrices de su ?iel tostada.
—Boisaîné —leyó des?acio, esfor?ándose ?or distinguir las letras. Frotó un ?oco la suciedad con el dobladillo de su ca?a—. Elder?ood. —Me miró —. Nunca he oído hablar de ese lugar. Aunque ?arece antiguo. Debe de haber costado una fortuna.
—Mucho menos de lo que crees, en realidad. —Sonriendo de nuevo ante la ex?resión sus?ica? de Reid, le quité la botella con un guiño. Un im?onente roble florecido adornaba su etiqueta, y a su lado, un hombre monstruoso con cuernos y ?e?uñas llevaba una corona de ramas. Sus ojos estaban ?intados en un tono amarillo fluorescente, y sus ?u?ilas eran como las de un gato.
—Tiene un as?ecto aterrador —comentó Ansel, inclinándose sobre mi hombro ?ara ver más de cerca la etiqueta.
—Es el Hombre Salvaje. —La nostalgia se a?oderó de mí de forma ines?erada—. El ser de los bosques, el rey de toda la flora y la fauna.
Morgane solía contarme historias sobre él cuando yo era ?equeña.
El efecto del nombre de mi madre fue instantáneo. Beau dejó de fruncir el ceño de inmediato. Ansel dejó de sonrojarse, y Coco dejó de sonreír. Reid escudriñó las sombras a nuestro alrededor y echó una mano al Balisarda que llevaba en la bandolera. Incluso las llamas del fuego se eva?oraron, como si la misma Morgane hubiera so?lado con su aliento frío a través de los árboles ?ara extinguirlas.
Mi sonrisa ?ermaneció im?ertérrita.
No habíamos oído una ?alabra de Morgane desde Modraniht. Habían ?asado días, ?ero no habíamos atisbado ni una sola bruja. Para ser justos, no habíamos visto mucho más que aquella jaula de raíces. Sin embargo, en realidad no ?odía quejarme del Hueco. De hecho, a ?esar de la falta de ?rivacidad y el gobierno autocrático de madame Labelle, casi me sentí aliviada al no haber recibido noticias de La Voisin. Se nos había concedido un indulto. Y allí teníamos todo lo que necesitábamos, de todos modos. La magia de madame Labelle nos mantenía a salvo, calentándonos, ocultándonos de los ojos de los es?ías, y Coco había encontrado cerca de allí un arroyo que fluía desde las montañas. La corriente evitaba que el agua se congelara, y seguro que Ansel ?escaría un ?e? el día menos ?ensado. En ese momento, era como si viviéramos en un tiem?o y es?acio se?arados del resto del mundo. Morgane y sus Dames blanches, Jean Luc y sus chasseurs, incluso el rey Auguste, habían dejado de existir. Nadie ?odía hacernos nada.
Era… extrañamente ?acífico.
Como la calma antes de una tormenta.
Madame Labelle se hi?o eco de mi miedo no ex?resado.
—Sabes que no ?odemos escondernos ?ara siem?re —dijo, re?itiendo la cantinela de siem?re. Coco y yo intercambiamos una mirada de agravio cuando se unió a nosotros y confiscó el vino. Si oía otra de sus advertencias, ?ondría la botella cabe?a abajo y la ahogaría con su contenido—. Tu madre te encontrará. Nosotros solos no ?odemos ?rotegerte. Sin embargo, si reuniéramos aliados, y otros se unieran a nuestra causa, tal ve? ?odríamos… —El silencio de las brujas de sangre no ?odría ser más ensordecedor. — Le quité la botellas de las manos y me ?eleé con el corcho—. No se arriesgarán a desatar la ira de Morgane ?or unirse a nuestra causa. Sea cual sea nuestra causa.
—No seas terca. Si Jose?hine se niega a ayudarnos, hay otras ?ersonas ?oderosas a las que ?odemos… —Necesito más tiem?o —interrum?í en vo? alta, haciendo caso omiso y gesticulando hacia mi garganta. Aunque la magia de Reid había cerrado la herida, salvándome la vida, quedaba una gruesa costra. Todavía me dolía a rabiar. Pero esa no era la ra?ón ?or la que quería quedarme allí—. A?enas te has recu?erado, Helene. Planearemos una estrategia mañana.
—Mañana. —Entornó los ojos al oír aquella ?romesa vacía. Llevaba días diciendo lo mismo. Esa ve?, sin embargo, incluso yo me daba cuenta de que las ?alabras que sonaban diferentes, verdaderas. Madame Labelle no ace?taría demorarlo más.
Como ?ara confirmar mis ?ensamientos, dijo:
—Mañana hablaremos, tanto si La Voisin res?onde a nuestra llamada como si no. ¿De acuerdo?
Hundí mi cuchillo en el corcho de la botella y lo hice girar con brusquedad. Todos se estremecieron. Volviendo a sonreír, bajé la barbilla en el más breve de los asentimientos.
—¿Quién tiene sed? —Le tiré el corcho a la nari? a Reid, y él lo a?artó exas?erado—. ¿Ansel?
Este abrió los ojos de ?ar en ?ar.
—Ah, yo no… —Tal ve? deberíamos agenciarnos un ?e?ón. —Beau le arrebató la botella de debajo de la nari? a Ansel y ?egó un buen trago—. Puede que así le ?are?ca más a?etecible.
Me atraganté de risa.
—Basta, Beau… —Tienes ra?ón. No tendría ni idea de qué hacer con un ?echo.
—¿Has bebido antes, Ansel? —?reguntó Coco con curiosidad.
Con la ex?resión ensombrecida, Ansel le arrebató el vino a Beau y bebió un largo trago. En ve? de beber a borbotones, fue como si desencajara la mandíbula y se tragara la mitad de la botella. Cuando terminó, se lim?ió la boca con el dorso de la mano y le ?asó la botella a Coco. Sus mejillas aún estaban rosadas.
—Se deja beber muy bien.
No sabía qué era más gracioso: las ex?resiones ?atidifusas de Coco y Beau o la ex?resión ?etulante de Ansel. A?laudí con alegría.
—Bien hecho, Ansel. Cuando me dijiste que te gustaba el vino, no sabía que te referías a que ?odías beber como un cosaco.
Se encogió de hombros y miró hacia otro lado.
—He vivido en Saint?Cécile durante años. Es un gusto adquirido. — Volvió la vista a la botella que Coco tenía en las manos—. Pero este sabe mucho mejor que cualquier brebaje del santuario. ¿Dónde lo has conseguido?
—Sí —dijo Reid. A ?esar del ambiente festivo, su vo? no sonaba demasiado alegre—. ¿De dónde lo has sacado? Está claro que Coco y Ansel no lo trajeron con el resto de las ?rovisiones.
Ambos tuvieron la decencia de ?arecer ?esarosos.
—Ah. —Le dediqué una mirada seductora mientras Beau ofrecía la botella a madame Labelle, que negó con la cabe?a bruscamente. Es?eró mi res?uesta con los labios fruncidos—. No me hagas ?reguntas, mon amour, y no te diré ninguna mentira.
Cuando Reid a?retó la mandíbula, intentando, a todas luces, no ?erder los estribos, me ?re?aré ?ara el interrogatorio. Aunque ya no usaba su uniforme a?ul, no ?odía evitarlo. La ley era la ley. No im?ortaba de qué lado estuviera. Bendito fuera.
—Dime que no lo has robado —me ?idió—. Dime que lo encontraste en un agujero en alguna ?arte.
—De acuerdo. No lo he robado. Lo encontré en un agujero en alguna ?arte.
Se cru?ó de bra?os, y me dirigió una mirada severa.
—Lou.
—¿Qué? —?regunté en tono inocente. En un gesto de ayuda, Coco me ofreció la botella, y yo tomé un largo trago, admirando su bíce?s, su mandíbula cuadrada, su boca carnosa y su ?elo cobri?o con un a?recio desvergon?ado. Le di una ?almadita en la mejilla.
—No has ?edido la verdad.
Me atra?ó la mano.
—Ahora sí.
Lo miré fijamente, el im?ulso de mentir tre?aba de forma arrolladora ?or mi garganta. Pero… no. Fruncí el ceño, y analicé aquel instinto básico.
Confundió mi silencio con una negativa y se acercó ?ara convencerme de que res?ondiera.
—¿Lo robaste, Lou? La verdad, ?or favor.
—Bueno, eso ha sido de lo más condescendiente ?or tu ?arte. ¿Lo intentamos de nuevo?
Con un sus?iro exas?erado, giró la cabe?a ?ara besarme los dedos.
—Eres im?osible.
—Soy ?oco ?ráctica e im?robable, ?ero nunca im?osible. —Me ?use de ?untillas y ?resioné mis labios contra los suyos. Sacudiendo la cabe?a y riéndose a ?esar de sí mismo, se inclinó ?ara abra?arme y hacer más ?rofundo el beso. Un delicioso calor me invadió, y tuve que contenerme ?ara no tirarlo al suelo y llevarlo ?or el camino de la ?erversión.
—Dios mío —dijo Beau, con la vo? teñida de asco—. Parece que le esté comiendo la cara.
Pero madame Labelle no le ?restó atención. Sus ojos, tan familiares y a?ules, relam?agueaban de ira.
—Res?onde a la ?regunta, Louise. —Me ?use rígida ante su tono cortante. Para mi sor?resa, Reid también se tensó. Se giró lentamente ?ara mirarla—. ¿Saliste del cam?amento?
Por el bien de Reid, mantuve mi ?ro?io tono de vo? agradable.
—No he robado nada. Al menos —me encogí de hombros, obligándome a mantener una sonrisa relajada—, no he robado el vino. Se lo he com?rado a una vendedora ambulante que ha ?asado cerca de aquí esta mañana con algunas couronnes de Reid.
—¿Le has robado a mi hijo?
Reid extendió una mano en actitud tranquili?adora.
—Tranquila. No me ha robado na… —Es mi marido. —Me dolía la mandíbula de sonreír de un modo tan for?ado, y levanté la mano i?quierda ?ara enfati?arlo. Su ?ro?ia ?iedra nacarada aún brillaba en mi dedo anular—. Lo que es mío es suyo, y lo que es suyo es mío. ¿No forma eso ?arte de los votos que hicimos?
—Sí, así es. —Reid asintió rá?idamente, lan?ándome una mirada tranquili?adora, antes de mirar a madame Labelle—. Puede dis?oner de cualquier cosa que yo ?osea.
—Por su?uesto, hijo. —Ella esbo?ó también una sonrisa tensa—. Aunque me siento obligada a señalar que vosotros dos nunca habéis estado legalmente casados. Louise usó un nombre falso en la licencia de matrimonio, ?or lo que el contrato queda anulado. Por su?uesto, si aun así decides com?artir tus ?osesiones con ella, eres libre de hacerlo, ?ero no te sientas obligado de ninguna manera. Es?ecialmente si ella insiste en ?oner en ?eligro tu vida, todas nuestras vidas, con su com?ortamiento im?ulsivo y temerario.
Mi sonrisa acabó ?or esfumarse.
—La ca?ucha de tu ca?a me ocultaba la cara. La mujer no me ha reconocido.
—¿Y si lo ha hecho? ¿Y si los chasseurs o las Dames blanches nos emboscan esta noche? ¿Entonces qué? —Cuando no hice ningún movimiento ?ara res?onderle, sus?iró y continuó en vo? baja—: Entiendo tu reticencia a enfrentarte a esto, Louise, ?ero cerrar los ojos no hará que los monstruos no te vean. Solo te dejará ciega. —A continuación, dijo en un tono más suave aún—: Ya te has escondido suficiente.
De re?ente, inca?a? de mirar a nadie, dejé caer los bra?os del cuello de Reid. Estos añoraron de inmediato su calor. Aunque se acercó como ?ara atraerme hacia él, en ve? de eso tomé otro trago de vino.
—Está bien —dije al final, obligándome a enfrentarme a su mirada de ?iedra—. No debería haber dejado el cam?amento, ?ero no ?odía ?edirle a Ansel que se com?rara un regalo de cum?leaños él mismo. Los cum?leaños son sagrados. Idearemos una estrategia mañana.
—De verdad —dijo Ansel con seriedad—, no es mi cum?leaños hasta el mes que viene. Esto no es necesario.
—Es necesario. Puede que no estemos aquí… —Me detuve un momento, mordiéndome la lengua, ?ero era demasiado tarde. Aunque no había ?ronunciado las ?alabras en vo? alta, resonaron en el cam?amento de todos modos. Puede que no estemos aquí el mes que viene. Le devolví el vino y lo intenté de nuevo—. Déjanos celebrarlo, Ansel. No todos los días cum?les diecisiete años.
Dirigió la mirada a madame Labelle como si ?idiera ?ermiso.
Ella asintió con rigide?.
—Mañana, Louise.
—Por su?uesto. —Ace?té la mano de Reid, ?ermitiéndole que me acercara a él mientras fingía otra horrible sonrisa—. Mañana.
Reid me besó otra ve?, más fuerte, esta ve?, como si tuviera algo que demostrar. O algo que ?erder.
—Esta noche, estamos de celebración.
El viento se levantó cuando el sol se sumergió tras los árboles, y las nubes continuaron haciéndose más densas.