En el lugar más desolador,
Planeta tierra, Núm. 3
Sistema solar, Universo.
1 de Julio de 19
Para mi último familiar sobre la faz de la tierra:
No ha sido necesario esta vez, el tomarme el tiempo de escribir tu dirección, pues el joven ya está más acostumbrado que tú a mis cartas. Aún no se ni siquiera si las lees, pues no me ha llegado respuesta. Supongo que se habrá perdido en el trayecto, pues en el fondo, este viejo no está tan loco como para no ser tomado en serio.
No hay ni un solo día en el que no recuerde los bellos momentos que pasamos juntos, el cómo crecimos, viéndonos todos los días. Ahora que los años comienzan a pesar, aquella cara de niño inocente vuelve a mi memoria con más frecuencia. Te echo de menos, querido hermano...
Me han llegado noticias de que no has cambiado de dirección en los últimos años, y te preguntarás que cómo lo sé. No puedo facilitarte esa información, pero como pista, te diré que no han sido los enfermeros.
Este lugar, a pesar de contar con la presencia de personas excelentes, carece de equilibrio. Aquí, la presencia del mal y la enfermedad, supera con creces a la positividad de los trabajadores. Cada vez que resuena un gemido, siento que la poca cordura que me queda, deja volar un pedazo de sí misma.
Pero no debo sucumbir, lo que me ha movido a escribirte en el día de hoy, lo leas o no, es un suceso que aconteció hace pocos días. Sencillamente no sale de mi cabeza, mi pobre cabeza, creo que va a explotar...
Daniel, lee atentamente:
Hace dos meses, los desastres provocados por la guerra dieron lugar al colapso del hospital, y mandaron a muchos heridos a habitaciones individuales, como la mía. En mi caso, me tocó compartir estos pocos metros cuadrados con un tripulante de un navío que naufragó. Según dicen, fue el único superviviente.
Aún me tiemblan las piernas cuando recuerdo todo esto, creo que acabaré haciendo un agujero en la madera.
Pues como iba relatando, este sujeto, compartió habitación conmigo durante casi dos meses, tiempo en el que compartimos muchos momentos de charla.
Nunca llegué a verle el rostro, pues dividieron la estancia por medio de unas sábanas blancas, era como cuando hablábamos en prisión (Dios mío, hace ya demasiado tiempo de aquello, ¿verdad?) Esas frías charlas con un obstáculo de por medio, que hacía que la conversación no pareciera ni siquiera real. Y es que, ¿en qué queda la comunicación sin todos los elementos extralingüísticos? Ellos son la magia, la chispa que enciende la mecha de la perfecta comunicación.
Con tal desventaja, las charlas se sentían irreales, pero no por ello dejaron de ser interesantes, pues este sujeto, ocultaba más de lo que te puedes imaginar.
Las primeras conversaciones solo me sirvieron para averiguar sus datos personales, fueron una toma de contacto con la persona que me haría comerme la cabeza más que en toda mi vida.
Y como bien mencioné anteriormente, era tripulante de una nave cuyo nombre exacto no recuerdo, sólo recuerdo vagamente algo sobre el número 65. Pues bien, este marinero había sido el último superviviente del naufragio que llevó a dicha embarcación y su tripulación hacia el abismo más oscuro. Y es que si te paras a pensar, el océano es realmente terrorífico. Es como un agujero oscuro, de miles de metros de profundidad, como un viaje al centro de la tierra mientras se está rodeado de agua (para colmo, sin poder respirar, ¿no es espantoso?)
Maldita sea, esta carta va a ser demasiado extensa, tal vez ni siquiera te tomes la molestia de leerla, al igual que otras muchas. ¿Pero a quién si no, puedo molestar con mis desvaríos? Ni siquiera mis hijos están vivos, y menos mi mujer, ¿de verdad me queda algo en esta vida además de ser devorado por este ambiente de miseria?
Pero no, tu hermano no está cuerdo y debe estar bajo vigilancia, no debe andar suelto, pues podría provocar... ¿un qué? ¿Un accidente?
Mi vitalidad merma, pero hermanito, como podrás comprobar en cada carta que escribo, mi inteligencia no. ¿Es eso propio de un necio? ¿Es eso un indicio de que soy peligroso para la sociedad?
Tienes suerte de que esté aquí encerrado, pues ahora no consigo dar vida a mis ideas, a mis preciadas historias, poseedoras de la calidad necesaria para recorrer el mundo, para pasar de mano en mano, de cabeza en cabeza, sembrando en ellas los sentimientos que yo desee.
Pero tranquilo, no me he sentado en este escritorio hoy para regañarte, sino para contarte esta historia.
Lo curioso de este individuo, es que no se encontraba en tratamiento por hipotermia, o por heridas. Nunca me lo contó, y evitaba constantemente las preguntas relacionadas con ello.
¿Qué cómo sé de qué estaba siendo tratado si había una sábana de por medio? Pues es muy sencillo, porque una noche, mientras la tenue luz de la luna iluminaba ligeramente el interior de la habitación, una ráfaga de viento sorprendió a la ventana, que no se encontraba asegurada. Esto provocó que la sábana comenzara a ondear y me dejara entrever aquellas piernas. Aquellas piernas calcinadas, donde la piel se había fundido con lo que parecía ser el músculo, o el hueso en algunas zonas. Aquella visión provocó mis gritos de horror más puro, y mientras me tapaba los ojos para no ver aquella cara posiblemente en el mismo estado, un par de enfermeros entraron a cerrar la ventana y a devolver la tranquilidad al cuarto.
A partir de ese día, no volví a sentirme a gusto con su presencia. ¿Cómo era posible que semejantes heridas no olieran, ni lo más mínimo?
Aquel hombre se negaba a responder a mis preguntas, y la estancia se inundaba de un frío invernal cada vez que caía la noche. A veces podía escucharlo acomodarse, despegar aquella piel pegajosa lentamente, y posicionarla de nuevo a los pocos segundos. Era repugnante.
Sus quejidos mientras era tratado cobraban sentido ahora, eso debía de doler.
Lo más cercano que obtuve a una respuesta, fue la charla que me dio sobre la peligrosidad del océano. Insistía en que no conocía nada de lo que podía suceder en él, de lo que podía moverse dentro de él. Pero nunca me dio una descripción de qué fue lo que calcinó todo su cuerpo en mitad del océano, porque si, Daniel, eso sucedió estando jodidamente sumergido.
Y bien, hermano, así transcurrieron las siguientes semanas, con la incomodidad interponiéndose entre mi coinquilino (si me permites llamarlo así, pues tampoco recuerdo su nombre) y yo. Hasta finalmente, la semana pasada. En la mañana del martes, me levantaron los quejidos desgarradores de aquel individuo, que pataleaba desesperadamente en su camilla, e impedía la correcta intervención del personal médico.
No conseguí visualizar nada a parte de esta escena a través de las sombras que producía la ya conocida sábana. Y después de unos minutos escuchando a los hombres, confusos, discutir el tratamiento que debían darle, el marinero dejó de moverse. Las últimas patadas siendo las peores, pues al ser más lentas, me dejaron apreciar el sonido de la piel viscosa adhiriéndose al papel, para inmediatamente después, dejarlo ir, produciendo un sonido que a día de hoy atormenta mis noches. No sé si es cosa de estas medicinas o no, pero sigo escuchando el maldito papel despegarse de esas asquerosas piernas quemadas.
Lo realmente espeluznante, Daniel, es esa frase, esa frase que escuché minutos después de la última patada. Aquel doctor, creyendo que estaba dormido, murmuró algo que a día de hoy sigo sin entender. Que aquel hombre, se había quemado desde su interior.
Y escúchame atentamente:
Sé que apilarás esta carta junto a las otras, que no leerás ni la mitad de su contenido, pero el que avisa no es traidor, Daniel, teme al océano. No tomaré más esas pastillas. Voy a salir de aquí de una puta vez, ¿me escuchas? Y vas a ser el primero, simplemente por ser el último en pie.
Atentamente;
Un atormentado.