1. El Narciso

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¡DARIAN!
 

Esmoquin cubriendo mi piel blanca, el cabello lacio perfectamente peinado hacia atrás, y una copa de vino sujetada por mi mano derecha.

Mi reflejo se vislumbra a través del cristal frente a mí y observo un poco como voy vestido el día de hoy, pero me doy cuenta de qué, estoy vestido como casi siempre, traje elagante, corbata azul marino, y lo más común de siempre: La bebida.

Dejo de ver por un momento lo bien que me veo en el cristal y contemplo el panorama. Gente elegante, vestidos largos, mucho vino y por supuesto, cuadros en cada pared, obras de arte porque, claro, me encuentro en una exhibición de arte clásica. Pinturas de Picasso por acá, pinturas de Da Vinci por allá, este sitio es la definición más exacta de elegancia.

Sobre todo porque estoy yo aquí.

Pero yo no me encuentro acá por la exhibición, el deleite de las retinas, y el arte que alimenta el alma, no. Me encuentro en este lugar porque fue el espacio que elegí hoy para lo que yo llamo: Mi zona de casería.

«¿Quién será mi presa el día de hoy?» la pregunta ronda por mi cabeza mientras mi vista busca cuidadosamente a una víctima para esta noche.

Un vestido de color morado, ajustado a unos glúteos firmes, captaron mi curiosa atención.

Aquella chica de piel clara, luce joven, mientras admira una pintura tan magnífica como su figura.

«Hora de cazar» pensé, y luego tomé un trago de mi copa. Caminé despacio hacia donde se encontraba la chica de morado, y al acercarme un poco más pude notar un anillo plateado en su dedo, pero lo ignoré.

Paseé con calma y mientras me acerqué, una rápida planificación se formuló en mi cabeza, y cuando finalmente estuve tan cerca como para hacerme notar; ataqué:

—La noche estrellada, —dije con un apice de inspiración en mi voz y un toque dramático—. Siempre ha sido mi favorita.

Ella me miró, curiosa, analizando todo mi aspecto con sus ojos color café y con un leve levantamiento en la comisura derecha de sus pintados labios rojos.

Yo dejé que me contemplara, la dejé ser libre de juzgar toda mi apariencia mientras entornaba una sonrisa cómplice para así darle confianza. Le dí el derecho de conocerme con la mirada, de observar cuidadosamente el cuerpo con el que compartiría la cama esta noche.

Sí, esta misma noche ella se acostará conmigo, no porque crea que es una chica fácil, no creo en esas cosas de chicas fáciles o difíciles, yo sólo creo en mis habilidades seductoras, en esas habilidades que me han ayudado a llevar a tantas mujeres a la cama, y es que, a lo largo de todo este tiempo y esta vida exótica que he llevado, he comprendido que no hay mujer fácil, sólo hay hombres con una muy baja autoestima, incapaces de ser lo suficientemente buenos seduciendo y calentando a una mujer para llevarla a su cama. Yo conozco mis dones, y sobre todo, conozco el cuerpo de las mujeres como si fueran las palmas de mis manos. Sé dónde tocar, dónde acariciar. Dónde se debe apretar y dónde se debe lamer. Estoy seguro de qué soy capaz de llevar a la muje que quiera a mi cama, si me lo propongo.

—No es específicamente mi favorita, —respondió finalmente dejando de mirarme y volviendo a concentrar su mirada en la hermosa pintura de Van Gogh—. Pero es sin duda una de esas obras que por más que la vea, y la vea, mis ojos no se cansan de vilslumbrar y admirar su belleza.

Ok, una chica apasionada por la pintura clásica, ya sé por dónde atacar.

El primer paso es estimular su mente, hacerla creer que poseemos una peculiar conexión por nuestros gustos similares, aparentar que me apasiona lo mismo que a ella.

¡Víctima de Darian!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora