| Capítulo 5 |

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La tarde pasó muy amena. Y me sirvió para conocer a mis vecinos, a excepción de los brasileños, quienes casi no hablaron, solo se dedicaron a comer y asentir unos cuantas veces, no supe si fue por antipáticos o por la barrera del idioma que existía entre ellos y nosotros.

Me desperté temprano a la mañana siguiente. Me puse mi ropa deportiva y bajé al gym, al cual tenía derecho por ser inquilina. Encendí la caminadora, puse la velocidad. Y me dispuse a correr por unos cuantos minutos. También vi que tenían varios sacos de boxeo, cuando terminé, con la caminadora, tomé unos guantes que tenían en una estantería, junto con unas vendas. Vendé mis manos y me puse los guantes, comencé a golpear al saco y fue tan gratificante. Nunca fui una chica violenta, pero darle de golpes me sirvió para sacar el estrés que tenía sobre mí. Apenas habían pasado un par de días desde mi llegada a Cartagena y ya tenía mi nivel de estrés al máximo. La patente dependía enteramente de mí, porque los pasantes no entendían el laboratorio como yo, así que tenía que explicarles paso por paso de todo lo que hacía. Y les faltaba nivel de compromiso. No podía culparlos, eran jóvenes y querían divertirse, salir de fiesta los fines de semana. No encerrarse en un laboratorio a ver como se reproducen los microorganismos.

Al terminar dejé los guantes donde estaban y subí hasta mi departamento. Revisé y respondí unos cuantos mails de la farmacéutica en México, preguntando cómo iba el proyecto y si todo estaba bien con el equipo. También respondí unos correos de mi madre, quién me escribió que todo estaba empacado y que en unos días se marcharía a Nueva York. Su ahora nuevo esposo, se había marchado el día anterior a ese correo. Y ella lo alcanzaría allá. Le respondí unas cuantas cosas que me preguntó, junto con mi dirección para mandarme el cuadro, que recibiría en unos días.

Cuando terminé me di una ducha rápida, tomé mis cosas y me fui al supermercado más cercano. Pasé por los pasillos tomando las cosas que necesitaba. Cuando fui a la caja a pagar, me di cuenta que había olvidado la bolsa ecológica, compré una y ahí metí todo. De regreso, me bajé del bus, iba a cruzar la calle, pero me di cuenta que había un charco, quise esquivarlo, pero un coche fue más veloz y me bañó por completo. Vi como el conductor bajó el cristal, usaba gafas oscuras, las bajó un poco, me miró y se rió.

—Pendejo—le grité. Me quedé anonadada al ver quién era. El maldito que me había robado mi taxi en el aeropuerto. Él abrió los ojos y se fue sin decir nada. Lo reconocía. Grité por lo bajo y crucé la calle para el edificio.

Saliendo del elevador me encontré con Alya y Pablo, quienes me miraron confundidos.

— ¿Está lloviendo? —preguntó Alya.

Negué con la cabeza.

—Un estúpido me bañó con un charco aquí enfrente—Pablo rió y Alya le dio un codazo y este paro de hacerlo—Ni siquiera sé porque hay agua, si ni quiera ha llovido.

—Aquí es normal que haya agua en la calle, de personas que la desperdician ó podría ser agua sucia—me guiñó un ojo—Tú comprendes.

Reprimí mi cara de asco al imaginarme de donde podría provenir esa agua, de las alcantarillas, de alguna fuga.

—Te dejamos para que vayas a bañarte, nosotros iremos a pasear.

— ¡Qué se diviertan!

Volví a llamar al elevador. Entré y dejé la bolsa en el piso. Me pasé ambas manos por la cara y el cabello. Me sentía frustrada por lo que había pasado. Y grité, justo ahí en el elevador.

—Puta madre, ¿por qué siempre me tiene que pasar algo a mí? —expresé en voz alta.

No esperaba tener respuesta, pero lo tuve.

—Es el Karma que estás pagando de algo malo que hiciste en tu vida pasa—Y se escuchó una risa.

— ¿Quién es? —pregunté. Entonces me di cuenta de la cámara que había ahí adentro, en una esquina y también una especie de altavoz en el área de los botones.

—Lo siento, pero no pude evitarlo. Por favor no le digas a Don Joaquín—era la voz de un hombre. Seguramente era el guardia de seguridad.

—No pasa nada.

Seguí en silencio hasta el último piso. Me di una buena ducha tallando partes que ni siquiera sabía que ahí podía llegar el agua de un simple charco. Cuando salí Limpié todas las cosas que compré y las guardé en la despensa. Me hice un café y saqué un pedazo de tarta, que sobró de la comida del día anterior, que Don Joaquín me dio. La comida sobrante se repartió entre los vecinos. Así que tenía en tupperware arepas, paella y tarta de manzana. Salí a la terraza, me senté en la silla y en la mesita que había a un lado puse mi taza con café y mi plato con la tarta. Hacía mucho tiempo que no me sentaba sin presiones a admirar una puesta de sol, ya que en Ciudad de México no las veía me iba demasiado temprano y cuando regresaba ya había anochecido. Era bueno de vez en cuando relajarse y no hacer nada o pensar en nada.

Pasaron cerca de quince minutos cuando tocaron a mi puerta. Me fije por el ojillo de la puerta y era Don Joaquín. Yo ya estaba en pijama, esperaba que no fuera nada urgente.

—Hola—lo saludé al abrir la puerta.

—Buenas noches, Valentina.

— ¿Se le ofrece algo?

Asintió

—Saldré de la ciudad unos días, pero estarán haciendo unos arreglos en mi departamento, para que no te asustéis al ver gente salir de él y también te pido una disculpa por los ruidos que podría haber.

—No se preocupe, no hay problema.

—Perfecto.

El caminó con rumbo a su departamento. Y yo cerré la puerta. 

 

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Nuestras mañanas de marzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora