Como lo dice el protagonista de esta obra, tendemos a no tener en cuenta la brevedad de la vida de quienes amamos hasta que se acerca a la muerte, quizás por eso las partidas más dolorosas son aquellas que no se esperan, un accidente, una enfermedad repentina, un asesinato, un fallo del corazón, no estamos preparados jamás realmente para saber que se ha ido.
Es algo que sabes que vivirás, sin embargo, realmente no estás preparado nunca.
¿Qué podemos hacer ante tan doloroso vivir? Quizás la misma pregunta nos dice la repuesta... Vivir.
¿Vivir? Pero si hablamos de muerte.
Vivir con las personas que amamos cada momento, aunque no sepamos si durará más de noventa años o solo un día, vivirlo como si mañana fuese a partir, no es gastar dinero ni en llorar lamentos, esas son banalidades propias de quien cree vivir solo por momentos, para no ver que el concepto de vivir es apreciar cada insignificancia del día, que aveces desperdiciamos por miedo a disfrutar la cotidianidad, porque la cremos ese villano que te impide ser libre, que se lleva el tiempo... que hermoso es abrir tus alas y sentir el aire en ellas cuando aprendemos a volar con libertad los días de rutina tanto como los de descanso, pareciera que hemos abierto los ojos y vemos la vida por primera vez con su pureza afín a la felicidad genuina que perdimos al crecer.
Cada detalle, el primer trago de café mientras oyes a los niños quejarse de no encontrar el zapato para ir a la escuela, comer una fruta, el agua sobre tu piel cuando caen las gotas... siempre corremos a cubrirnos: Por la ropa, para no enfermar, porque me verían extraño los demás o por no poder subir así al autobús... ¿Cuando fue la última vez que recibiste la lluvia con alegría, saltaste bajo ella mientras reias sin razón, que entraste a casa empapado en agua como en alegría para darte un baño que pareció borrar también toda preocupación? Hay una frase de una canción que me gustaría citar, pues engloba en solo una metáfora esta sensación:
"-Cómo va a salpicarme la vida si salto los charcos" Ramón Melendi (Melendi).
Esta reflexión da pie a este libro y quizás a quien lo lee le de un comienzo, para buscar una nueva historia, llena de ganas de ver la vida con ojos de amor y de saltar en los charcos que se presenten, empapándose de experiencias.
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Los doce hijos de mi padre
RandomToda persona cree saber todo de sus padres, es la ignorancia de ser hijo, imaginarlos ir al sanitario, teniendo instintos carnales o ideas suicidas nos resulta tan perturbador que expulsamos de inmediato cualquier intento de imagen al respecto... pe...