III

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Un sueño constante, más parecido a una pesadilla, lo atormentaba por las noches. Se miraba a sí mismo, sentado en un largo sillón marrón. Mirando al frente donde había una limpia pared blanca. A su lado izquierdo, un teléfono de cuerda. Todo se encontraba en un largo pasillo con ventanas en sus extremos. Estaba ansioso, colocando las manos sobre sus temblorosas piernas. Esperaba y esperaba hasta que el timbre del teléfono sonó. Tomó la bocina y de la voz de una persona extraña se escuchó:

- Alma acaba de morir.

Sentía, no un nudo, sino miles de cuchillos atravesar su garganta. La voz se hacía inentendible, solo eran balbuceos. Dejó caer la bocina al suelo, quedándose estático unos momentos procesando lo que acababa de escuchar. ¿Debería llorar? No había forma, no sabía si estaba triste en realidad. Su cuerpo obedeció a una reacción traicionera. Comenzó a correr, sintiendo que su cuerpo cargaba con él y no al revés. Sin voluntad, corría de una a otra ventana sin hallar salida. Un bucle. Quería parar, pero su cuerpo no cedía. Se agotaba rápidamente. La respiración se entrecortaba. Pero algo, una figura humana hizo que detuviera esa carrera inútil. Era Alma. La reconoció al instante. En su rostro hermoso, las lágrimas estaban marcadas por la pintura oscura. El labial se desbordaba de los límites de sus labios semiabiertos. Su cuerpo, completamente desnudo, estaba cubierto de moretones, algunos sangrando. Había huellas rojas de manos en su cuello. Mario no podía creer que alguien pudiera hacerle eso a la mujer de su vida.
Alma dio sus primeros pasos hacia él, lentos y acompañados de un ligero gemido a cada centímetro. Él quiso avanzar para acortar su camino, pero por más que intentaba, no pudo estirar siquiera las piernas. Estaba petrificado y muy aterrado, más aún cuando observó que el vientre de Alma se abría, haciendo que su zancada fuera más grande. Vió que de esa herida un líquido verdoso y espeso bajaba por sus piernas hasta manchar el piso. Una gran porción de gusanos brotaban de la herida, carcomiendo la piel hasta dejar ver algunos huesos. Mario estaba aturdido por la escena, pero su pánico incrementó cuando una sensación extraña vino de su entrepierna. Sentía los gusanos comerle la piel y el mismo líquido bajar hasta sus pies. Cuánto más se acercaba Alma, más gusanos aparecían en su cuerpo. Algunos salían de sus oídos, otros de sus ojos. Por último, no pudo evitar vomitarlos. Esperaba lo peor cuando tuviera cerca su cuerpo, que estaba casi deshecho de la cintura para abajo. Y cuando sus rostros se toparon, ella lo atrapó en un beso, intercambiando los gusanos, quienes saciaban su hambre hasta que el chirrido de una puerta hizo despertar a Mario.

Mario Estaba SoloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora