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Era de noche.
Una mujer dormía tranquilamente sobre un catre, dentro de la única habitación que tenía la pequeña casa.

Estaba enferma y no podía hacer trabajo físico, o empeoraría. Aunque ella no quisiera, aceptaba que su hijo de dieciséis años, trabajara para cierta mafia japonesa de Yokohama, Port Mafia, y consiguiera dinero para ambos, pues no le permitían trabajar en otro lugar siendo menor de edad.

Su hijo, el joven Osamu, era un apasionado líder y ejecutivo en la Port Mafia, pese a su corta edad, hasta que su condición Omega salió a la luz, y llegó su aroma de celo al olfato del jefe de la mafia, Mori Ougai, quien se aprovechó de él en repetidas ocasiones, haciendo que el menor abandonara su trabajo y quedara embarazado.

Sin tener un lugar donde trabajar, empezó a hacer cupcakes para vender en la escuela secundaria dónde asistía, y así poder costear sus estudios y los gastos de casa.

Ahora, el castaño de nombre Osamu Dazai, terminaba de empacar los cupcakes que le habían pedido sus compañeros de escuela, y otros tantos más, por si alguien más pedía alguno de esos exquisitos postres.

Era feliz sabiendo repostería, y en verdad le quedaba delicioso. Se sentía orgulloso de sí mismo por haber salido adelante a pesar de todas las dificultades de la vida. Ya no era el mismo chico que pensaba en el suicidio, sino, uno que veía el futuro y quería lo mejor para su madre y para su pequeño Ryūnosuke, de tan sólo un año de edad.

— Hijo, Osamu-kun. Hoy te ayudaré para que mañana les ofrezcas hot cakes a los chicos también.

Dijo su madre, quien en ocasiones, si su enfermedad se lo permitía, ayudaba a Dazai con algunos de sus postres y sus decoraciones.

— No tienes qué hacerlo, mamá. Necesitas descansar, reposo, yo los haré por tí y los venderé mañana.

Dazai sonrió. Fue por la carreola, y recostó a Ryū sobre ella, cubriéndolo con la sombrilla y con sus cobertores suaves. El bebé azabache no había despertado aún, pero Dazai tenía el permiso de llevarlo a clases, después de todo, el director y sus profesores ya estaban enterados de la situación, y lo apoyaban en sus clases cuidando a Ryū.

— Mi niño no se ha despertado. ¿Pusiste todas sus cosas en la mochila, Osamu?

— Sí, mamá. Todo está listo.

Horas más tarde, en la escuela dónde asistía...

Un nuevo compañero de clases se unió al grupo. Un chico atractivo de cabellera pelirroja y ojos azules, cuyo nombre: Chūya Nakahara.

Nakahara fue la atracción de chicos y chicas, y a primera vista. Suspiros hacia él, pero Chūya los ignoraba por completo, a excepción de Osamu, quien no dejaba de molestarlo desde que se sentó a su lado por órdenes del profesor.

— ¿De dónde dices que vienes? ¿De Francia? ¿Rusia? ¿Inglaterra?

La paciencia de Chūya estaba terminando, pero no debía mostrarse tan grosero desde el primer día. Tomó aire, y volvió a estar tranquilo.

— Soy de Japón, de Yokohama. Sólo vengo de otra escuela.

— ¡Ohhh! ¡¿De qué escuela, Nakahara Chuuya?!

— No te importa.

En ese momento, unos quejidos, seguidos de unos llantos, se oyeron por todo el salón de clases. Era Ryū, que estaba despertando a su hora de siempre, agitando sus piernitas y dejando ver unos calcetines de cachorro, con cara y orejas de perrito de tela. Chūya quería eso, unos calcetines que figuraran un perro. Él amaba a los perros.

— Oye, ¿había un bebé aquí cuando entré?

Preguntó confundido, el castaño sonrió y sacó un cupcake para dárselo a Chūya.

— Oh, sí, es el hijo del sensei.

Mintió, sin malas intenciones, sólo por bromear.

— ¿Y por qué lo trae a clases? Eso debería estar prohibido.

Dió una mordida a su cupcake, siendo distraído en la conversación. Quería saber de quién era el bebé, para preguntarle dónde consiguió esos calcetines.

— Es verdad. El bebé es mío, no del sensei. Los profesores lo cuidan mientras yo estoy en sus clases. Son muy buenos conmigo, y les estoy muy agradecido siempre.

El pelirrojo sintió un nudo en su garganta, algo le decía que su compañero sufrió, y mucho. No preguntaría más, no quería incomodar con preguntas que no eran lo suficientemente importantes en ese momento.

— Entiendo. Por cierto, ¿dónde le compraste esos calcetines a tu hijo? Son muy lindos.

Dazai rió.

— ¿Qué?

— No es nada. Te llevaré más tarde a esa tienda de ropa si quieres.

— ¡Mami!~ ¿Mami?

Ryūnosuke se sentó en la carreola, mirando hacia los lados, mientras tallaba sus ojitos con ambos puños.

— ¡Ryū! Tranquilo, el sensei te va a cuidar. Sé buen niño.

Shí.

De nuevo, volvió a recostarse.

DAZAI Y SU PEQUEÑO RYŪ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora