A White Demon.

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Se había mudado a un pequeño pueblo de Japón en contra de su voluntad, pero qué podía hacer un niño de tan sólo 8 años contra sus padres más aún si era el país de origen de su madre quien tras la noticia del ascenso de trabajo de su esposo estaba más que encantada de regresar a sus raíces.

La casa en la que ahora vivían era bastante grande, tradicional en la cultura japonesa y con un inmenso jardín que quedaba pegado a un bosque, a tan sólo una hora en auto de la ciudad más cercana en donde se hallaba el trabajo de su padre y a quince minutos a pie del pueblo; perfecta a palabras de sus padres pero para él era horrible, el choque cultural era bastante fuerte, y adaptarse a las costumbres sería complicado. Sabía hablar el idioma ya que desde muy pequeño su progenitora siempre le habló en su lengua materna. Pero había dejado mucho en Dinamarca, su mascota y fiel compañero Loui, un San Bernardo el cual tuvo que dejar a cuidado de sus abuelos, sus amigos del vecindario y colegio.

—¿Por qué no vas a explorar la casa?—Propuso la mujer bastante animada.

—Corre, seguro el jardín te encantará.—Su padre se unió a la conversación, abrazando a su esposa por la cintura.-Nosotros terminaremos por desempacar y acomodar algunos muebles.

El pequeño Nanami no dijo nada, sólo se dispuso a recorrer cada rincón de la casa encontrando todas y cada una de las habitaciones iguales a excepción de la cocina y cuartos de baño, nada muy interesante para un niño, así que haciendo caso a las palabras de su padre fue al jardín, no sin antes perderse en el transcurso del camino al ver que todas las puertas eran idénticas.

En lo personal no le sorprendió, era el típico jardín japonés que había visto en los libros, pero lo que de verdad le llamó su atención fue el bosque por lo que sin más se adentró en el, teniendo el debido cuidado de no perderse e ir a lo más profundo de este y a tan sólo unos pasos encontró un lugar bastante mágico para sus ojos pues este estaba rodeado de un pequeño campo de una infinidad de flores y un inmenso árbol se encontraba en medio de estos, a diferencia de su aburrido jardín de revista este lugar le pareció bellísimo y su molestia por mudarse se había esfumado por un momento.

Su paz se vio interrumpida por un ruido proveniente de unos arbustos.

—¿Quién anda ahí?— Preguntó asustado tomando una piedra en caso que tuviera que defenderse.

—Por favor no temas.

La voz de un hombre lo alertó, pero aunque no fuera un animal salvaje como él había pensado se mantuvo alerta.

—No se acerque.—Demandó con cierta seguridad.

—Te juro que no voy hacerte daño.—El hombre salió de su escondite con ambas manos arriba.

Su piel era bastante pálida, al igual que sus cabellos pero lo que más destacaba de su apariencia eran esos ojos zafiro que impresionaron al pequeño mestizo, pero había algo que resaltaba más en el hombre y era la herida que tenía en su brazo derecho, derramando un par de gotas rojas.

—Por favor.- Musitó el hombre.—Sólo quiero limpiar mi herida.

Sin saber porque no se sentía en peligro en su presencia soltó la pierda y se acercó algo preocupado al mayor.

—Bien, quédese aquí le traeré un botiquín.

El pequeño rubio salió corriendo del lugar hacia su hogar, en donde a escondidas de sus padres tomó un botiquín, un paquete de galletas y un jugo, quizá el hombre estaría hambriento. Al volver con el hombre le entregó todo lo que había tomado de su casa.

—Gracias, niño.—El pequeño sólo asintió.

—¿Cómo se hizo eso?—Preguntó sin despegar su vista de la herida.

NanaGo Week Julio 2022.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora