Por: Juan Pablo Pulido Villicaña
Los relámpagos iluminan mi oscura habitación y crean sombras alargadas y siniestras sobre las paredes, mientras me escondo debajo de las sábanas buscando calor y refugio al antiguo miedo a los truenos. Desde hace ya tres horas he tratado de conciliar el sueño pero es inútil, ruedo sobre mi cama de un lado a otro tratando de encontrar una posición cómoda para poder descansar, sin embargo los truenos son cada vez más fuertes y los rayos aún más constantes.
Salgo de mi refugio de tela y miro mi habitación, el empapelado azul se ve grisáceo en la oscuridad, los libros se apilan en en librero o en columnas en precario equilibrio; la ropa sucia esparcida por la habitación crea sombras alargadas de aspecto horroroso; el cuadro de un Cristo cuelga en la pared frente a mi cama adquiere tonos y sombras tétricas con cada relámpago y es como si la expresión de agonía de Jesús fuera por los horribles truenos; mi escritorio-probablemente lo mas ordenado en la habitación- está perfectamente ordenado, los lápices de dibujo, los colores profesionales y los lápices de bocetaje se clasifican cada uno en su propio contenedor, los pinceles descansan en un vaso con agua, los blocs de dibujo se apilan por tamaños en un estante sobre la mesa de trabajo, la portátil reposa cálidamente dentro de su funda negra; sobre la mesa de trabajo se encuentra solo un dibujo:
Es una calle solitaria a medianoche dibujada con carboncillos, grafito y agua-tinta, la calle oscura es iluminada levemente por un oxidado y grasoso farol, debajo de la luz del farol se para un niño y es lo que más me inquieta, al principio el niño había nacido de mis lápices en una postura donde su cara se ocultaba entre las sombras, pero eso ya no era así. Cada vez que el reloj de péndulo marcaba una nueva hora el niño había cambiado de postura y-Sonó la campanada de las tres de la madrugada, cierro los ojos mientras trago saliva, miro el dibujo para encontrarme de que el niño ahora me mira completamente de frente... O al menos las cuencas sangrantes donde debería haber ojos apuntan hacia mí, su boca es una macabra y retorcida sonrisa, su brazo derecho apunta al cuadro del Cristo en la pared, aparto la mirada del dibujo y miro rápidamente la pintura para quedar horrorizado.
El Cristo se ríe y es como si pudiera escuchar su risa sobre mi cuello, una risa fría y aguda, sobre el cuadro y a su alrededor hay palabras escritas en todos los ángulos posibles: "Soy yo" logro contener un grito de espanto hasta que escucho el timbre de mi casa, mi grito es tan fuerte que pienso que despertaré a los muertos. Lentamente aparto las sábanas y me levanto temblando de miedo, intento encender la luz pero la tormenta la ha cortado y me ha dejado a merced de la noche, gracias a mi previsión encuentro una linterna metálica en mi escritorio, la enciendo y bajo las escaleras al recibidor, "¿Quién podrá ser?".
Abro la puerta principal y alumbro el porche, la luz de la linterna ilumina las gotas de lluvia y al aire, no hay nadie aquí, salgo de la casa entrando en la fría lluvia y busco con mi linterna algo entre los arbustos o detrás del coche pero no encuentro nada.
Aun inquieto me convenzo a mi mismo que solo lo imagine por el sueño al igual que lo que pasa con el cuadro del Cristo y el dibujo del niño. Pero se que no es así al ver las pisadas de pequeños pies descalzos que suben las escaleras y entran en mi habitación.
Entro en mi habitación y me dirijo rápidamente al escritorio, una pluma fuente ha explotado junto al dibujo manchándolo de tinta negra, entre las manchas de tinta ubicó el lugar donde el niño debería estar señalando al Cristo, pero el dibujo es solo una calle sombría, miro el dibujo del Cristo alumbrando con mi linterna, el Cristo sigue igual que siempre, solo que las letras siguen ahí, además de que el marco sangra largos hilos escarlatas.
Detrás de mi escucho un crujido procedente del piso de duela, siento como me recorre un escalofrío por la espalda como si me lanzarán agua helada, mi linterna se apaga y trato de encenderla pero no responde, la aprieto contra mi pecho como si fuera lo más valioso que me queda. Es entonces cuando una pequeña mano me toca el hombro y escucho:
-Soy yo.
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Libro de Historias Cortas y Cuentos
RandomColección de historias cortas y cuentos de mi autoría, algunos son míos y de mis amig@s.