En una enorme pero preciosa casa reinaba el silencio junto a la soledad, estas se tomaban las manos destilando su escencia sobre toda la propiedad. El lugar era moderno y exageradamente sofisticado pero había un detalle, este se encontraba vacío, no había nadie que disfrutase de las comodidades que esta poseía, estaba prácticamente abandonada.
Una tarde lluviosa por primera vez un sonido además del sonido ensordecedor del silencio se hizo presente, fueron los ecos de unos tacones pisando decididamente sobre los hermosos azulejos quienes corrompieron aquella paz que reinaba.
Una mujer de cabellera dorada dejaba sus pertenencias sobre el sofá de color beige que tomando lugar frente a la chimenea, esta última estaba encendida como todos los días, cortesía del servicio doméstico. La mujer froto sus manos entre sí intentando desesperadamente con esa fricción extinguir el temblor que se expandía lentamente sobre su cuerpo, un suspiro se oyó antes de que un par de ojos azules se perdieran en la llama inestable que surgía de las leñas perfectamente acomodadas.
—a ella le encantaría poder apreciarte...— le susurró a aquel incendio contenido.
Una mesa estaba justo frente al sillón, en ella habían muchas hojas en blanco y a un lado de estas una tinta negra al igual que una pluma que esperaban a ser utilizadas por la joven de cabellos rubios y ojos azules como el cielo.
— espero puedas entender porqué he tardado tanto en volver...— explico ella al aire con un tinte de melancolía en su voz.
¿A quién le estará hablando con tanto dolor? ¿Por qué será que a esa mujer de nombre desconocido le afectaba tanto el hecho de estar en un lugar como aquel? Un lugar digno de cualquier millonario o incluso billonario.— señora , le traje un té. — informó con cariño una mujer de cabellos cenizos mientras estaba caminaba hasta colocarse junto a la pequeña mesa, depósito una bandeja con una tetera y una taza sobre la mesa, justo a un lado de las hojas que permanecían blancas e intactas. La casa podría decirse al fin de cuentas que no se hayaba tan vacía como anteriormente se mencionó, aunque en escencia lo estaba.
— muchas gracias, puedes retirarte, Amelie. — los labios de la mujer se curvaron en una pequeña mueca, eso había simulado ser una sonrisa.
El ruido de aquellos tacos aguja volvieron a hacer eco en medio del silencioso sitio al mismo tiempo que la mujer de cabellos cenizos se retiraba dejando nuevamente en soledad a la ojiazul.
— realmente me encantaría que estuviera aquí para recordarme el porqué me tomo tantas molestias por ti...engreída. — espetó entre una mezcla de molestia y nostalgia.
La punta de la pluma se empapó con la tinta negra, tan oscura como la cabellera de quien inundaba la mente de susodicha, una y otra vez, aquellas imágenes de quien era la razón de sus actos en este momento la golpeaban, la golpeaban tan duro que esta temía romperse en algún momento, temía volverse a partirse en mil pedazos por la misma razón por la que una vez lo hizo.
El trazo de la pluma dejó ver al final una frase que daría comienzo con una verdadera historia trágica de amor, las letras eran escritas con una caligrafía suave, cuando la rubia terminó la primera frase de lo que sería aquella especie de diario esta dejó ver las siguientes palabras
"Lo que no volveremos a ser jamás".