Mi cara neutra sin entender ni un poco del por qué las risas de los demás me hacían sentir confundida, como si no estuviese en el lugar correcto, como si mi hogar en realidad no lo fuera. Palpé mi rostro con las yemas de mis dedos buscando alguna razón para que lo que sea que me pasaba fuera tan gracioso. Una humedad en mis mejillas llamó mi atención, miré las puntas de mis dedos y suspiré, no me sorprendía que mi cara estuviese decorada con tinta roja, en realidad, me asombraba que pasara de medio día y aun no me había ocurrido ni una tragedia.
Bueno, he roto un récord, duré cinco horas consecutivas limpia, sin manchas o golpes nuevos. Y por tonto que suene, eso me emociona, aunque no sepa lo que eso significa.
Suspiré sonoramente y encogí mis hombros restándole importancia a lo sucedido y sacudiendo un poco mi nariz para que, por arte de no sé qué, la tinta desapareciera de mi rostro.
—¿Qué tal tú día, Daniela desastres? —Escuché a mis espaldas la voz de Johann, fiel servidor del arcángel Zadkiel y mi mejor amigo. —¿Al fin lograste romper tu propio récord de dos horas consecutivas sin causar desastre?
—Ah decir verdad, sí, lo he hecho. —Acepté con una gran sonrisa en mis labios y balanceando mi cuerpo de atrás hacia adelante. —He añadido tres horas de diferencia. No recuerdo hace cuánto tiempo fue que no mejoraba mi puntuación. —Llevé una de mis manos a mi barbilla mientras hacía cálculos mentales. —¿Un siglo quizá? —Encogí mis hombros —No lo sé y ya no tiene importancia. Desde hoy comienza un nuevo conteo ¿Cuánto crees que dure esta vez? —Lo mire a los ojos.
—Espero que no mucho, mi querida Dani desastres.
—¿Algún día dejarás de llamarme así? —Continuamos mi camino, su camino, no lo sé, olvidé para dónde me dirigía en cuanto dejé que mi mente pensara en otra cosa evitando que siguiera con el recital en mi cabeza que repetía una y otra vez a qué lugar debería ir.
—¿Algún día ese sobrenombre dejará de ser la definición de Daniela Calle?
—Lo dudo mucho. —Admití siendo sincera.
—Dani... —Detuvimos nuestro paso de pronto, Johann tomó protector uno de mis hombros buscando mi mirada. Nos miramos a los ojos unos segundos, desearía poder saber lo que pasa por su mente, todo sería más fácil, aunque seguramente encontraría pensamientos que posiblemente me dejarían shockeada. Johann ha estado antes en la tierra por pequeñas misiones que los arcángeles le han solicitado, ha visto de todo, tiene recuerdos que le pertenecen solo a él, tal vez recuerda todo el tiempo lo maravilloso que es estar en aquel lugar tan increíble, así que no, definitivamente no quisiera leer su mente porque vería cosas que... —Deja de divagar en tus pensamientos. Lo que tengo que hablar contigo es serio.
—Lo siento. —Susurré. —Continúa
—Casi cumples doscientos veintiséis años y... hace apenas un mes recibiste tu aureola, la que nos es entregada cuando cumplimos ciento quince.
—Bueno, ya sabes cómo es San Miguel con eso, yo pude tener mi aureola desde los ciento quince años, pero él...
—No fue él, yo abogué por ti. —Y por primera vez en mis doscientos veinticinco años, mi mente quedó completamente en blanco.
—¿Cómo dices?
—Ellos, los señores creían que aún no estabas lista para recibir tu aureola y... bueno, planeaban enviarte con —Rascó su nuca. —
—¿Con quién? —
—Con el señor oscuro. Decían que tú torpeza no era normal en un ángel y que seguramente se debía a que por error te enviaron aquí cuando deberías estar con él.