Capítulo cuarenta y seis: Hannah

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Cuando su vista se acostumbró a la luz, pudo visualizar mejor el cuarto.

Tanto el suelo cómo las paredes estaban acolchadas con lo que se podría decir, parecían almohadas. Las luces colgaban del techo, con las bombillas sobresaliendo, con un tono blanquecino que hacían parecer la piel de Raven más pálida de lo que ya era.

No había nada más, nada. Nada excepto un bulto al fondo de la habitación en una esquina.

Ahí estaba; una silueta femenina erguida en su postura, con un característico pelo color chocolate, pero incompleto. Con una figura esquelética. Con la cabeza cabizbaja que dejaba ver partes incompletas de cabello. Ahí estaba, tumbada en el suelo acolchado, con una camisa de fuerza que le impedía moverse, que le impedía la libertad. Se veía fatal.

-Tuvo un ataque la otra ocasión y comenzó a arrancarse el cabello. Generalmente es controlada con medicamentos, pero esa vez un enfermero no le dio la dosis correcta.- escuchó a sus espaldas.

Samantha avanzó, atravesando el cuarto frío. Qué crueles pensó cuando el helado ambiente la impactó. Ni siquiera una mísera cobija le habían otorgado a la pobre mujer frente a ella. El material con el que estaban hechas sus vestimentas eran igual de delgadas que las de los demás pacientes que se encontraban allá afuera, pero mínimamente llevaban algo que les cubriera un poco.

-¿Hannah?- preguntó cuándo estuvo a milímetros de distancia. La mujer frente a ella no se inmutó ni un poco al escuchar su nombre. Seguía manteniendo la cabeza abajo, sin voltear a verla, nada.

-¿Pueden dejarnos un momento a solas?- murmuró Raven. Escuchó un pequeño refunfuñeo por parte de Meredith pero cuando las puertas se cerraron notó que había accedido.

Tenía que hacerlo, el soborno de Jasper no iba a ser desprestigiado así cómo así.

-Hola, Hannah.- volvió a hablar. Pero Hannah seguía quieta, inmóvil, sin mencionar una sola palabra. -Venimos a visitarte.

Pero nada. No estaba demostrando ningún interés en hablar. Simplemente las ignoraba. Ignoraba por completo su presencia.

-Deja nos presento. La que está en la puerta es una amiga. Se llama Raven. Yo soy...

-Váyanse de aquí.- dijo su voz en casi un susurro. Seguía sin alzar la mirada.

-No. Escucha, venimos aquí para hablar contigo.

-Váyanse.- no fue una petición, era una orden.

-Hannah, sólo queremos hacerte unas preguntas.

-¡Qué no quiero hablar con nadie!- vociferó mientras levantaba la mirada. Pero aquél enojo se evaporó en el momento exacto en el que su rostro se encontró con el de Sam.

Sus ojos grises se perdieron en la mirada avellana de Samantha. Las arrugas de Hannah se colocaban alrededor de estos. Sus pecas no eran más que simples puntitos que se perdían en su piel caída y pálida.

A pesar de los años, era reconocible. Era la verdadera Hannah. La Hannah que sólo había visto en sueños. La Hannah con la que había alucinado. Hannah, la dueña de aquél diario que había dado inicio a todo. Era ella.

Hannah la observaba con impresión.

Sam se giró a ver a Raven pidiendo apoyo.

-Eres tú... Eres... Eres idéntica a ella...- volvió a escuchar la voz apocada de Hannah.

Samantha se giró a verle mientras escuchaba los pasos de Raven que se acercaban por detrás.

Un silencio las inundó.

Samantha se hincó en sus piernas quedando en cuclillas para poder estar frente a frente con la mujer que estaba delante de ella.

Raven se posó a sus espaldas, dándole un poco de protección.

-¿A qué te refieres?- preguntó Samantha desconcertada, pero con una mirada seria.

-Eres idéntica a ella...- recalcó nuevamente asombrada.

-¿A quién es idéntica?- Raven cruzaba los brazos. Un arduo interrogatorio estaba apunto de comenzar.

-A Alice...- respondió con carraspera.

El corazón de Samantha se hundió.

-¿Conoces a mi madre?- cuestionó sin dudarlo.

-¿Tu madre?- preguntó. Luego de unos segundos, recuperó su compostura, cómo si hubiese resuelto alguna incógnita. Después habló nuevamente. -Entonces... Tú debes ser Samantha ¿no?

La chica se estremeció. ¿Acaso Hannah la conocía? pero... ¿cómo? ¿habrá tenido alucinaciones con ella también? ¿de qué se trataba eso?

-¿Cómo sabes mi nombre?- cuidó que el tono de su voz se siguiera manteniendo firme, incluso si la impresión presionaba más fuerte su garganta de lo que quería.

-Así que Alice no pudo impedir que vinieras... ¿eh? Sabía que tarde o temprano esto pasaría.- ya no reflejaba esa timidez ni sueño inicial. Parecía estar más que despierta. Atenta. Examinándola con sus orbes grises.

-¿Impedir que viniera? ¿a qué te refieres?- Raven fruncía el ceño. Sospechaba de Alice, pero sus sospechas nunca fueron más allá de simples acusaciones.

-Siempre con una mirada despreocupada, aunque por dentro esté más que muerta de miedo. Ella se preocupa demasiado por su hija, pero aparenta que todo va bien. Que nada malo ocurre en su perfecta familia.

-¿De qué hablas Hannah? ¿cómo conoces a mi madre? ¿cómo sabes de mí?

-¡Me abandonaron! ¡Me dejaron aquí! ¡Me culparon de cosas que jamás hice!- volvía nuevamente con una entonación alta. Respiró profundamente, una y otra vez. El aire se le escapaba de poco en poco. -¡Nadie hizo nada!

-Hannah, cálmate.

-¡Y luego miles de periodistas estúpidos modificando a su gusto la historia!- sus ojos comenzaron a cristalizarse. -¡¡Yo no hice nada malo!!

-Relájate. Estás muy exaltada.- suavizó Raven.

-Cada quién dijo lo que quería... Y todos creyeron en todos, menos en mí... Sólo era una niña, temerosa, asustada, sin nadie que me ayudara.- las lágrimas se le resbalaron por las mejillas. -Ella lo sabía... Me dejó aquí... Prometió volver por mí... Pero nunca lo hizo. Y él... Él...

-Hannah, tranquilízate por favor.- apaciguó Samantha mientras trataba de mantener la calma de ambas. -Sé cuán difícil ha sido esto para ti. Lo sé perfectamente.

-No, no lo sabes. No sabes nada de mí.

-Leí el diario, Hannah.

Los ojos de la mujer se abrieron de par en par. Su cuerpo se quedó helado y sus labios resecos se abrieron por completo, cómo si no pudiera creer lo que Sam acababa de decir.

-Vinimos aquí a hablar contigo.- dijo nuevamente Samantha, aprovechando su conmoción. -No queremos hacerte daño ni causarte algo malo. Sólo, ¿podemos hablar bien?

Hannah la observó por unos instantes mientras trataba de recobrar la cordura y la calma. Después de unos minutos cuando estuvo más tranquila, en silencio asintió.

-Bien. Lo primero que quisiera saber es, ¿cómo conoces a mi madre?

Hannah desvió su mirada. Por primera vez parecía haber duda en sus ojos.

Cuando estuvo lista, volvió a hablar.

-Ni siquiera te lo ha dicho aún, ¿verdad?

-¿Decirme qué?

-Samantha, somos familia.

El Diario de HannahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora