ᴏᴄʜᴏ

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Chuuya comenzó a tambalearse de un lado a otro mientras procuraba caminar hasta el otro lado del mostrador, donde esperaba por él la figura fantasmagórica de su difunto amigo. Era una escena extremadamente esperada por aquel chico, y las luces que atravesaban el cuerpo de Dazai y alcanzaban las paredes en forma de un arcoíris etéreo lo hacían incluso más espectacular. Había aguardado por él tanto tiempo que no daba crédito a lo que sus ojos apreciaban en ese instante. Dazai mantenía los brazos abiertos y una expresión de desconsuelo y entusiasmo a la vez. Era como si su mirada dijera: "¿Realmente deseabas verme?"

—¡Ven aquí, maníaco! —exclamó Chuuya entre sollozos—. Demonios, ¡creí que no volvería a verte!

Y con esas palabras logró convencer a Dazai de que la respuesta a su pregunta era afirmativa. Ese chico realmente estaba ansioso de verlo de nuevo, y le hizo saber esto con el abrazo bien fuerte que le dio al conseguir llegar hasta él. Y apenas había conseguido llegar, puesto a que tropezó en el último paso y, de no ser porque los brazos de Dazai lo sostuvieron, seguro que caería de cara al suelo.

Dazai sintió cómo el rostro de su amigo se restregaba contra sus ropas inmateriales y poco después consiguió darse cuenta de que Chuuya estaba mojándole el pecho con sus lágrimas; con las manos aferradas a sus mangas para evitar deslizarse hasta el piso.

—Yo... yo pensé... —balbuceó el pelirrojo—. Lo lamento. Todo eso que te dije..., no es cierto, fue una tontería. Lo siento. Ahora... a-ahora estoy aquí, para ti, como debí haber estado desde el principio. Estoy junto a ti, ¿cierto? ¿De verdad estás aquí?

Se sorbió la nariz y esperó por la respuesta de su amigo.

—Aquí estoy... —le dijo él. Todavía parecía que se le hacía difícil hablar, pero su voz era menos ronca que antes.

—¿Y ya... no vas a irte? —Chuuya estaba tan borracho que incluso había sentido algo de esperanza al soltar aquellas palabras.

Pero Dazai sabía que era imposible quedarse por más de un día, o una noche, considerando las horas que eran. Pasar una noche con él... sería como los viejos tiempos, pensó, como aquellos días en que se quedaba a dormir porque habían visto alguna película de terror que a Dazai le había dado miedo, pero que él hacía pasar por un "aburrimiento de estar solo en casa". No dormían juntos en aquellas ocasiones, a excepción de la última, y el recuerdo de esa noche le vino a la memoria al instante y sus mejillas se enrojecieron, como si todavía tuviese sangre corriéndole en las venas.

—Eso... No puedo quedarme... por mucho —admitió en voz baja—. Pero estaré aquí... para cuidarte.

—Oh...

La borrachera, claro: era por eso que había vuelto, para evitar que se matara o matara a alguien por error considerando la condición en la que se encontraba. Pero Chuuya solo sentía paz, ahora que estaba entre los brazos del chico que le había hecho sentir amor por primera vez, y que le había dejado solo después de eso, se sentía en casa de nuevo. La mayor parte dolía, era algo que no podía evitar, pero era demasiado tarde para los reclamos y los reproches. Era tarde para revertir los errores que ambos cometieron en el pasado, más había una cosa para la que nunca es tarde: para amar, y esos chicos se encontraron en un momento en que se amaban con locura, pese al estado en que estaba la vida, o muerte, de cada uno.

—Está bien —susurró Chuuya, todavía hundido en los brazos del más alto—; cuídame por hoy, y yo prometo cuidarme el resto de los días.

Dazai sonrió.

—Eso... me haría feliz.

Chuuya se hizo un poco para atrás, de modo que pudiese ver a Dazai a la cara. Sus ojos rojos y llorosos se encontraron con el epítome de la serenidad y la melancolía en el rostro del contrario. Chuuya volvió a sorberse los mocos antes de decir:

ᴄᴏɴᴛᴀᴄᴛᴏ [soukoku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora