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Ciudad de Ark, reino de Zoren - palacio imperial

Las semanas pasaron en un abrir y cerrar de ojos, quizás por todos los acontecimientos que como un torbellino llegaron al palacio para devastar la tranquilidad de los Osborne, o solo porque la emperatriz Katlyn estaba tan ansiosa por el baile de invierno, que incluso contó los días. Maylea no vio a ninguno de los traidores que Lucien y Theo habían capturado, ni tampoco a Sir Iliam, al menos no desde aquel momento en el que los guardias lo encontraron escondido en la habitación de Lady Candace.

Otro escándalo que agregar a la lista de problemas provocados por los Varlett. Lucien, como siempre, había sido muy amable al salir en la defensa de su cuñada, aun cuando él de ese asunto no sabia nada. Después por su puesto le gritó un par de cosas a Maylea en la soledad de su habitación, entre las cuales la acusó de romper la promesa que le hizo aquella noche en la estatua. 

Para su sorpresa ella no debatió, frunció el ceño ni se ahogó entre sus propias lagrimas. Y no porque no tuviese ganas de hacerlo, después de todo nada de eso era su culpa, Sir Iliam no era su amigo y ni siquiera fue su habitación la que usó como escondite; se obligó a callar mas bien porque no quería que toda la culpa recayera sobre Candace.

Unos días mas tarde y tras comportarse como la esposa modelo que Lady White le había enseñado perfectamente a interpretar, la jovencita consiguió aplacar los ánimos entre ella y su esposo; quien amaneció a su lado con el cuerpo desnudo ligeramente cubierto por una sabana blanca. Faltaban menos de 24 horas para el gran baile. 

—Buenos días —Irrumpió en la habitación Lady Balmont, una de las doncellas al servicio de la reina.

Tras ella ingresaron también un grupo de criadas, conformado por al menos cinco muchachitas; cada una de ellas lo suficientemente bien adoctrinada como para saber cuál era su función. La que respondía al nombre de Apolonia corrió hasta la cama, con ese andar nervioso y desgarbado que la caracterizaba, para levantar las sabanas revueltas y ayudar a la reina a ponerse en pie. Mientras tanto Lady Balmont abrió las cortinas y la de los cabellos esponjosos que emulaban una nube buscó un par de batas para cubrir la desnudez de su monarca.

—¡Dios! —Gruñó Lucien fastidiado por la luz que se colaba a través de las ventanas —. ¡Habría que declarar un acto de traición este tipo de invasiones! —Exclamó despegando de forma perezosa el rostro de la almohada.

Sus ojos grises que iluminados por los rayos de luz lucían aun más claros de lo habitual, recorrieron la habitación y se dieron cuenta del ritmo frenético al que parecía ir todo a su al rededor. Maylea ya no estaba en la cama, un par de criadas la tenían de pie frente a un espejo mientras platicaban; otra preparaba la mesa del desayuno y una más se ocupaba de tener listo el baño.

En ese momento aparecieron ademas un par de jovencitos, a quienes les correspondía asistir al rey de la misma forma en que aquellas damas asistían a su esposa. Y no es que a él le molestaran sus atenciones, pero tras la ajetreada noche que había tenido, francamente esperaba dormir un poco.

—Su café, majestad —Dijo uno de ellos deteniéndose frente a él con una taza entre las manos.

El moreno dejo escapar todo el aire de sus pulmones en una bocanada antes de incorporarse sobre la cama y recibirla.

—Se bueno —Dijo Maylea que iba de camino al baño, pero hizo una pausa junto a la cama para poder darle un beso de buenos días en la frente.

—Siempre lo soy, cariño —Contestó levantándose de la cama para que le pusieran su bata.

Afortunadamente en su cuerpo desnudo ya no destacaba ninguna clase de herida de gravedad, pues a excepción del flechazo que recibió en la pierna, todos los golpes y rasguños habían sanado por completo.

OSBORNE: El destino de una dinastíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora