Perros fieles

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No pude ir al colegio hasta la edad de 12 años. Entré en primer año en un colegio del pueblo, a 20 leguas de casa. Debía de ir a lo de unos parientes entre semana para evitar un viaje diario imposible.

Detestaba la idea de deja a mi perro en casa.
Era un callejero, mezcla entre bravura y holgazanería, algunos días perseguía su cola, otros días perseguía moscas, y otros tan solo dejaba que ellas reposaran sobre su pelaje como si fueran a instalarse definitivamente. Nunca consideré mucho la relaciones entre personas y animales, más cuando a unos acariciabas y a otros los almorzabas, no veía el por qué no comerlos a todos, pero bueno, supongo que se había decidido así y punto.

Ese día (creo que era domingo) debía salir temprano de casa para llegar a los de mis tíos antes del mediodía. Empaqué mi ropa y algo de dinero, no mucho, pero lo suficiente para comprar unas balitas o figuritas en el mercado del pueblo.

Quisiera poder decir que iba a extrañar vivir con mis padres, pero la verdad es que la educación en mi casa fue siempre una mierda. Un padre pobre y malhumorado y una madre que amaba un hombre pobre y malhumorado. Pero allí siempre estuvo Huesos, mi perro. Se llamaba así por sus costillas pronunciadas por falta de alimento, aun así, era un perro fiel, como suelen ser los perros. Acarreaba el ganado y defendía la casa, o lo que quedaba de ella.
Mi sueño era terminar la secundaria del pueblo e ir a recorrer la ciudad, vivir en la calle o donde fuese, pero poder caminar para siempre con mi perro al lado, y tener su panza bien llena. Podía ser arquitecto o médico, me daba lo mismo, yo solo quería caminar por todos lados con mi amigo.

Lamentablemente aquel día no pude ir caminando ni llevar a Huesos a mi lado. Lo despedí con un abrazo fuerte y traté de explicarle que estaría en casa en una o dos semanas, que pasaría a jugar con él. No creo que lo haya entendido. Estoy seguro que no me entendió. No importaba, cuando me di cuenta ya tenía mis cosas al costado del caballo y mi tío apurándome al salir.

Subí al caballo intentando no mirar atrás. Sea lo que fuese, por más que Huesos ladraba tan despacio que apenas se lo escuchaba, sabía que estaba allí detrás mío esperando que fuese todo una broma. Aun así pude resistirme y no miré atrás. Durante todo el viaje nunca mire atrás.

El sol quemaba mis manos y el cuero de la montura se sentía cada vez más caliente e incómodo. No era la primera vez que me dirigía a caballo al pueblo, pero mis pertenencias pesaban en mi conciencia de saber que tendría que desembarcar en algún puerto extraño por un tiempo indeterminado.

En el camino, al costado de mi caballo, pude ver el cadáver de un zorrito. Allí, tendido en descomposición. Su hedor llegaba hasta mi nariz de una insoportable para manejarlo, pero no podía dejar de verlo. Estaba allí y no estaba. Un cuerpo muerto, pero con toda clase de insectos a su alrededor y gusanos haciendo su trabajo. Sus ojos estaban perdidos en algún auxilio, pude sentir sus últimos segundos de vida en su mirar. La angustia del sufrir sin saber que se está muriendo, el pesar de morirse y no pensar al respecto. ¿Sería mayor mi angustia del pensar que voy a morirme en algún momento ante aquel sufrimiento sin sentido? Supongo que esto ya no importa, mi dolor vendrá en algún momento. Pasé por encima del cadáver y no volví a mirar atrás.

El sol quemaba mi piel y confundía mis visiones. A lo lejos pude ver ese extraño reflejo del sol sobre la ruta que parecía mostrar agua. Podía sentir la sed, me dolía la sed. Pero el agua no estaba allí. Eso sí era una ilusión, ese lago inexistente, esa vida de un zorro que nunca vivió, mi perro esperando en casa; algún futuro en el más allá.

Evitaba conversar con mi tío al frente mío. Creo que nunca supe ni su nombre. Era Chiche o Cacho, algo por el estilo. ¿Cómo acercarme a él? No se puede empanizar con algún cadáver al costado de la ruta. Ni con un niño a tus espaldas. Decidí no hablarle, porque tanto él que estaba en frente mío, como yo, no miraríamos atrás.

El camino estaba a punto de acabar, lo supuse al ver algún árbol grande donde recuerdo solían vender una que otra miel de caña. Nunca la pude comprar y la que hacíamos en casa era distinta. Todo en casa siempre fue distinto a como me hubiese gustado como fuera, pero eso no me molestaba.

Quizás el pueblo fuese algo nuevo completamente, nuevos amigos, nueva familia, no estaba nada mal. Solo faltaba Huesos. Pensar en no verlo me deprimía, y tanto en un cadáver como con él, ya estaba muerto hace rato. Nunca estuvo vivo para sí, pero para mí era lo más vivo que jamás haya visto. Me alegraba al ver su cola moverse de un lado a otro cuando llegaba de juntar mandiocas a unos kilómetros de casa.

Ya estaba llegando al pueblo, pensé en si alguien empalizaría conmigo Por supuesto que no, aquí soy uno más, no importo ni en mi propia casa. Seguro mis padres deben estar cogiendo y sudando ahora, gritando aún más fuerte que de costumbre. Quizás luego de eso mi padre haga llorar a mi madre y quizás ella vaya y se coja al vecino. La verdad no me importó nunca y ahora me importa menos.

Al llegar, luego de una cantidad considerable de tiempo andando a caballo bajo el sol, veo la mirada de mi tío que se prolonga hasta detrás mío. Su mirada era confusa, como si quisiera descifrar algo. Cuando veo que logra cerrar una idea en sus ojos, me mira y dice:

- ¿No es ese tu perro?

Atónito doy vuelta, me bajo del caballo, y veo a Huesos caminando lentamente hacia mis pies. Su caminar era lento y sus costillas estaban más pronunciadas que nunca. Su mirada era la misma que la del cadáver, una mirada perdida y andante, incierta pero en algún punto sus pies hallaban los propósitos que su lengua seca no.

Grito su nombre y lo veo mirarme. Tan solo unos segundos, y allí estuvo. Esos fueron los últimos segundos en los que sus ojos se llenaron de vida. Quizás era eso, la vida no está compuesta más que de un par de segundos.

Veo su cola moviéndose. Me acerco a abrazarlo, lo veo a los ojos, y me pierdo en su mirada, en sus ojos negros y quietos. Veo caer sus parpados lentamente, siento el calor de su piel, la aspereza de su lengua, y veo su cola que, lentamente, deja de moverse.

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⏰ Última actualización: Jul 15, 2022 ⏰

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Don Fulgencio, el hombre sin infancia. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora