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Kuromi permanecía sentada a lo largo de su cama. Con su típico aire de grandeza cruza las piernas y mira hacia abajo. Hace una mueca extraña con sorna, y lentamente acaricia el borde del cuello de la chica que esta arrodillada delante suyo.
—My Melody, ¿puedes oírme?—
Traza el ancho con el índice y el pulgar, dejando una pequeña caricia en el hombro derecho. El cascabel tintinea. La mirada fría recorría sin pena ni gloria cada centímetro de la longitud, pasando desde la cabellera rubia hasta las apretadas medias al alto de los muslos.
—¿Acaso escuchas lo que te digo?—
Su corazón bombeaba a mil. No tenía tiempo ni ganas ni de analizar o intentar siquiera responder su pregunta. Un escalofrío se mantenía en su vientre bajo, cada vez que las manos de la pelinegra acariciaban con burla toda la extensión de su espalda, riendo al ver que la rubia se mantenía quieta debajo del tacto. Kuromi camino alrededor de la silueta, My Melo casi podía sentir como su mirada le picaba en la espalda, arqueándose con disgusto.
—Gatito malo, ¿no me vas a responder?—
Se arrodilló delante suyo, tomando su rostro con una mano. Su expresión se deformó en una mueca triste, hasta terminar en un puchero. Acercó sus rostros peligrosamente, dejando su izquierda reposar en la cara de la blonda, para luego con la otra acariciar con parsimonia sus piernas.
—Sabes que te has portado mal, ¿no?—
Engancho su labio inferior con los dientes. Esta patética escena, donde el foco principal era humillarla, poco a poco acabó gustandole.
—Respondeme My Melody..—
Su boca se fue abriendo poco a poco, con temor. La minuciosa mirada se conectaba con la suya en un silencio absoluto que recorría todo su cuerpo hasta calarle en los huesos. Que mujer. Algo tan simple como una pregunta le estaba causando escalofríos. Le encantaba.
—S-si..—
Un dedo índice posado en su boca impido que la más mínima palabra se escapara de sus labios. Con una calma desesperante en lo que parecieron siglos, Kuromi se acercó y se dignó a hablar.
