Cuando era niña mí mamá ponía paños fríos en mí estómago siempre que tenía fiebre.
Calentaba una plancha y la envolvía en trapos viejos para así darle calor a mis pies helados.
Me daba una sopa de fideos cuando enfermaba. Y esperaba la hora para darme el jarabe.
Quisiera decirle ahora, que necesito un remedio. Porque nunca antes he estado tan enferma.
Pero soy incapaz de darle a conocer que un trapo frío no me sanará.
Que la sopa no batallará.
Que mis pies fríos ya se congelaron y que las enfermedades que ella erradicó de mí sistema no eran ni la mitad de fuertes que ésta.
No quiero que la culpa la atormente, no quiero que derrame una lágrima más gruesa a causa de mí.
¿Cómo me deshago de todas éstas soluciones que implican quitarle a quien más quiere?
Siento que la cama me consume, que los órganos se contraen a causa de este silencio.
Espero que esté feliz de mí gran hazaña, si es que lo supero.
Y que se mantenga igual de feliz aún si no lo logro, porque incluso los cobardes damos una última pelea.