Cap. 1 (Único)

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Un día hace mucho tiempo, recuerdo que era un martes, fui como cada mañana a mi trabajo. Yo trabajaba de verdulero en las calles parisinas como era costumbre en mi país, Perú. Yo era solo un inmigrante en estas tierras europeas, en el cual a duras penas podía hablar el idioma.

Había ido de estudiante hace un par de años para estudiar gastronomía, y el trabajo de verdulero ambulante fue lo único que se me dio para sobrevivir en este país tan excéntrico, además del hecho de que no tenía muchas otras habilidades más que las culinarias, ¿pero quien contrataría a un extranjero sin estudios sobre el tema en un restaurant?

No era un trabajo muy remunerado pero era lo único que podía hacer en el momento.

Ese día recuerdo que vinieron unos adolescentes a reírse de mi por mi ocupación. Eran tres: una chica pelirroja, un chico con el pelo teñido y un niño rubio que parecía más joven que los otros dos.

– ¿Qué es esto de vender frutas en la calle? ¿Acaso nos volvimos un país pobre? – dijo el rubio.

– Es lo único que puedo hacer por el momento. Y no me parece correcto que anden juzgando a la gente sin sabes nada de ellos. Puede ser que sea un simple verdulero ambulante, pero nunca dejaría que mis clientes compren algo de mala calidad – respondí.

– No debe ser nada del otro mundo – dijo el chico de pelo todo – y en todo caso no haría mucha diferencia que tus productos fueran buenos o no.

– ¡Tomen una de las frutas! – exclamé – será gratis para ustedes, pero a cambio, si les gusta, deberán disculparse – aclaré, intentando ser lo más claro posible con mi francés básico.

– Dios, no sabe hablar este tipo – dijo la chica en voz baja a sus amigos, aunque pude escucharlo perfectamente.

El rubio agarro unas bayas de las que vendía, proveniente de mi país, mientras de preguntaban entre sí qué tipo de fruta era, se las repartieron para luego comerlas. El sabor del aguaymanto no parecía disgustarles en lo absoluto, pero luego se burlaron nuevamente de mi para largarse con los restos mientras recitaba unos insultos que no logré entender. El día continuó, sin muchas cosas interesantes.

Al día siguiente vi al chico de pelo teñido nuevamente, pero no estaba con los chicos del día anterior, esta vez venía acompañado de un hombre joven, pero notoriamente mayor que él.

Ambos se acercaron a mi, creí que para burlarse de mi de nuevo, pero lo que dijo el chico me sorprendió.

– Lo lamento mucho por haberme comportado de esa manera ayer. Prometo que no va a pasar nuevamente. – dijo cabizbajo, luego me dio un billete de 100 euros – esto es para pagar la fruta que me llevé y para compensar mi erróneo comportamiento...

Lo vi boquiabierto, de ninguna manera esperaba que se fuera a disculpar. El hombre le dijo algo u se aclaró la garganta para dirigirse a mi.

– Lamento el comportamiento de mi hijo – dijo, ese hombre parecía muy joven para ser padre, no lo podía creer – he probado la fruta que le diste y me pareció espectacular. ¿Podría saber cuál es su nombre?

– Aguaymanto, es una fruta típica de mi país – dije, feliz por saber que mi fruta le había agradado al hombre – ¿Quiere más?

– ¡Me encantaría! – dijo el hombre, aparentemente entusiasmado por la idea – por cierto, me llamo Adrien, un gusto conocerte.

– Igualmente, mi nombre es Víctor.

Luego de charlar un poco con Adrien, intercambiamos números de teléfono para que pueda comprar más de mi mercancía. Resulta que es un chef de alta gama en un restaurant en París, aunque también viaja bastante por su profesión.

Resulta que Adrien tiene 30 años y fue padre bastante joven, pero se separó cuando su hijo tenía 2 años.

Los días pasaron, y le comenté a Adrien que estaba en París porque estudiaba gastronomía allí, desde ese entonces me invitó a su restaurant para ayudarle con el aguaymanto. Le enseñe a hacer simples postres que mi madre solía hacer, y definitivamente le gustó.

Cada día nos hacíamos más cercanos, y me empecé a sentir raro cada vez que nos veíamos, cada vez que cruzábamos miradas, cada vez que reíamos juntos. ¿Acaso me gustaba? Suena imposible, siempre me gustaron las mujeres, no puede ser que me guste un hombre.

Estos sentimientos eran muy raros para mi. No comprendía el hecho de que quizás me gustase un hombre. ¿Por qué me tenía que pasar eso justo ahora?

Para olvidar la bizarra idea de mi cabeza empecé a salir con mujeres, fueron tantas que no puedo recordar cuántas eran. Pero extrañamente cada vez que les decía un "te amo", pensaba en Adrien, y veía su cara pálida cada vez que miraba a alguna de mis novias.

Un día estábamos trabajando con nuevos postres y frutas.

– Me encanta pasar tiempo contigo, Víctor – dijo Adrien, con su típica sonrisa cálida, pero sentí una sensación rara con su comentario.

– Adrien ¿qué estás diciendo? ¡No soy gay! – exclamé con rabia.

La sonrisa de Adrien se esfumó por completo, y con una mirada triste asintió. Seguimos trabajando en un silencio incómodo y pronto me fui.

Al día siguiente estuve pensando todo lo que había pasado recientemente y me di cuenta de todo, Adrien me gustaba.

Fui corriendo a su restaurant, pero estaba cerrado. También en su casa no había nadie.

Los días pasaron y no tuve ni la más mínima noticia de mi enamorado.

Estaba trabajando en la calle como de costumbre, hasta que vi al hijo de Adrien con sus amigos. Fui corriendo a preguntarle dónde estaba Adrien, pero sus amigos me me detuvieron pensando que lo estaba acosando. El chico aclaró el malentendido y se dirigió a mi preguntando que pasaba. Le pregunté sobre la situación de Adrien, a lo que el chico replicó.

– ¿Papá? Está de viaje en Venecia, ¿no te aviso? Igualmente vuelve mañana, te doy una copia de las llaves del departamento así mañana vas, ¿está bien? – me entrego unas llaves con un llavero con la dirección de la casa, aunque ya la conocía.

– ¡Muchas gracias, no puedo creerlo! – lo abracé y los chicos siguieron su camino y yo seguí con mi trabajo.

Al día siguiente no sabia a exactamente cuándo volvería Adrien, entonces esperé hasta la tarde para ir a su casa.

Era el atardecer, y yo ya estaba en el edificio. Toqué el timbre y Adrien abrió la puerta, y cuando notó que era yo, vas cierra la puerta, pero lo detuve.

– ¿Que querés? – dijo desinteresado.

– Quiero disculparme por lo que pasó, yo... – me interrumpió

– Si venís a decirme disculpas vacías y esperar que te perdone, te equivocaste de persona. ¿Que más querés? – amagó con cerrarme la puerta.

– ¡A vos te quiero, tonto! – exclamé y me le tire encima para abrazarlo. Él me correspondió el abrazo sorprendido. – ¡Dios, te amo! ¡Te amo más que nada en el mundo! – dije llorando

– Yo también, Víctor... – dijo. Luego nuestras bocas de acercaron, hasta que finalmente nos besamos.


- 1176 palabras.

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