La noche estrellada

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La noche llega al pueblo. La luna con su extraño y ancestral brillo cremoso invade poco a poco las calles del pequeño pueblo perdido entre los campos y los bosques se van quedando sin luz eléctrica, mientras el brillo cremoso de la luna se va extendiendo por las calles, las casas se van cerrando con llaves y tablones en las ventanas. No es la primera vez que pasa y muy probablemente no será la última vez que suceda. Cuando las calles se quedan desiertas las campanas de la antigua iglesia en el centro del pueblo, aquella que fue quemada hace años, comienzan a sonar. El estruendo de las campanas distorsiona el cielo, las estrellas se derriten como si de una mancha de pintura cayendo en el agua se tratara; se agradan poco a poco iluminando un cielo que se fragmenta en una especie de niebla azul de diferentes tonalidades, una niebla acuosa que fluye como el agua en un río.

Mientras las diferentes corrientes azules forman remolinos en el cielo, en la tierra, en el pueblo, dentro de las casas, la gente se arma con lo que tiene a mano, desde escopetas hasta cuchillos, pasando por navajas desgastadas y piedras. No lo escuchan venir y esa es el peor de los tormentos. En la entrada del pueblo, justo tapando la salida, surge una nube negra, un manto oscuro sin forma que se extiende a lo más alto del cielo, es de aquel manto de tinieblas del que surge el hombre de Van Goh.

Una masa humanoide de colores distorsionados que duelen a la vista. Los colores de se distorsionan en remolinos, en líneas rectas que se ondulan en arcos y círculos que se descomponen dentro de la masa humanoide. La masa camina por las calles de crema de luna; en su rostro una extraña expresión de angustia y agonía se dibuja con multitud de colores apagados que cambian por unos brillantes y vivos y pasan por los colores más neutros en un baile arrítmico que molesta a la mente y los ojos, la figura no hace ruido por mucho que intenta gritar, la figura no hace ruido por muy pesados que sea su caminar ni por mucho que se tropiece y termine embarrado en el suelo como una masa espesa de pintura que recupera la primitiva forma humana cuando se pone de pie.

Una noche. La peor de las noches. La noche estrellada se hace presente una vez más.

Sí hay suerte, el hombre de Van Goh pasará de largo, llegará a la iglesia quemada y tomará la ofrenda que los pobladores han dejado, marchándose de vuelta a su manto de tinieblas y llevándose la noche consigo.

Las horas pasan.

Los habitantes guardan silencio.

El sudor en sus frentes amenaza no su seguridad, pero sí sus mentes ¿será que la caída de una sola gota en el suelo llamará su atención?

¿La biblia en sus manos podrá salvarlos si en algún momento el hombre de Van Goh se desvía de su camino? ¿Y sí esta vez es diferente y no va directo a la iglesia? No por nada el silencio es lo peor de la aquella noche, el silencio exterior permite el ruido dentro de sus mentes, el flujo incesante de oscuros pensamientos; un mar tormentoso de tenebrosas ideas que amenazan con poner a uno en peligro.

La noche pasa.

La ofrenda sigue en su lugar.

Nadie ha escuchado los gritos, ni los forcejeos. Nadie ha escuchado los tablones ni los disparos. Nadie escuchó los llantos de terror y los gritos de ayuda... Con una sola oreja, poco se puede escuchar.

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⏰ Última actualización: Jul 16, 2022 ⏰

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