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Volkov entró al Yellow, ahí estaba ese muchacho que una vez le pidió consejo, al que motivó por primera vez en aquel código tres exitoso, al que más de una vez habló mal pero del que nunca recibió una mala palabra, ahí estaba hecho todo un hombre, nada más y nada menos que el director del FBI.

Miles de pensamientos cruzaron su mente, le observaba mientras la camarera le servía un vodka, estaba sentado en una mesa cerca del billar, era tan tierno, incluso con su ropa de servicio lo veía así.

Se acercó y se sentó junto a él,- Priviet Horacio,- le dió un largo trago a su copa y la apoyó en la mesa.

-Hace unos minutos en los viñedos me comes la boca y ahora, ¿eres tan formal?, desde luego que eres raro Volkov,- sonrió al ver como se sonrojaba el mayor.

-Eh...bueno, si...es costumbre saludar así,- estaba nervioso, lo que había ocurrido en los viñedos había sido por un impulso, verlo divirtiéndose junto a ese hombre, le había echo caminar hasta allí para separarlo inmediatamente de él, comido por los celos.

-Bésame,- se acercó y susurró en su oido, quería comprobar si lo que había pasado un rato antes era real y si era real, quería probar de nuevo los labios del ruso.

-Ho-Horacio...aquí...- el de cresta cogió suavemente el rostro del peligris y le hizo mirarlo, acarició con sus labios los contrarios, tan solo un roce bastó para que los labios de Volkov quemasen, era tan cálido, sabía tan bien, que no pudo controlar sus instintos y apretó sus labios con los esponjosos que poseía Horacio, comenzando un beso cargado de sentimientos que ninguno de los dos había expresado al contrario.

Se separaron y se miraron, sus ojos brillaron al encontrarse, sonrieron, Horacio no podía creer que el frio comisario estuviera acariciando su mejilla con esa delicadeza, esbozando esa pequeña curvatura en sus labios solo para él, por fin recibía una respuesta de aquel hombre que creyó no volver a ver la última vez que visitó el hospital de Shandy.

-Vámonos de aquí,- se levantó el ruso y terminó su copa de un trago para dirigirse después a la salida seguido del de cresta.

Subieron al coche de Volkov, fueron callados todo el camino, llevaban sus corazones latiendo desbocados y sus mentes ocupadas en el último beso. El peliplata condujo hasta su apartamento, aparcó y fué a esperar a Horacio al lado de la puerta del copiloto, cuando salió agarró su mano y juntos se dirigieron hasta el ascensor, donde mientras subían, comenzaron un necesitado beso, húmedo, cargado de sentimientos, que duró hasta llegar a la puerta del hogar del comisario donde apoyó a Horacio sin dejar de besarlo mientras abría la puerta.

Entraron tropezándose con todas las paredes, llegaron hasta la habitación, se separaron, sus labios hinchados, brillantes por la saliva contraria, sus ojos entrecerrados observándose con lujuria y sus respiraciones agitadas.

Horacio comenzó a desabrochar la camisa color vino que portaba el mayor, la abrió del todo y paseó sus manos por el marcado torso, despacio, suavemente, repasando aquella cicatriz con cuidado. Suaves suspiros salían de la boca del ruso, quien agarró el chaleco de cuero del director y tiró hacia atrás quitándolo para después deshacerse de su camisa por completo.

Ambos pechos desnudos rozándose, chispas de fuego saltaban cada vez que se frotaban, perdidos en un nuevo beso que se dieron con ansia, sus lenguas danzando juntas, conociéndose, jugando entre ellas.

Volkov lamió el cuello del extasiado chico, bajaba por sus clavículas saboreando esa piel dorada, llegando hasta sus oscuros pezones, jugando con ellos, poniéndolos erectos, llegando a sus oidos la suave melodia de los jadeos del muchacho.

Se agachó y bajó su ropa, toda, quitó su calzado dejándole completamente desnudo, se levantó y lo miró,- eres tan precioso,- recorrió con sus manos cada centímetro de piel, dejando que las yemas de sus dedos sintieran el calor que desprendía.

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