Capítulo I

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Justo en ese momento.

28 de Diciembre de 2010.
5:00 P.M.

Me siento mareado y desorientado.

Trato de recapacitar sobre donde estoy, pero por más que lo intento sigo viendo borroso. No recuerdo haber estado bebiendo como para perder la consciencia sobre todo. Me doy un par de cachetadas secas sobre mis mejillas para reaccionar mientras aprieto los ojos con la esperanza de que todas aquellas pequeñas luciérnagas desaparezcan. Luego de unos segundos logro visualizar mi entorno en medio de mi entresueño. Veo a mi madre llorando con un pañuelo, quien intenta ser consolada por mi tía Beatriz y mi babue. Frente a mí, con rostros flácidos mi novia y mi mejor amigo. Al fondo están mis hermanos y muchos de mis primos, además de otros familiares que no veía hace mucho, todos con caras pálidas, tan pálidas que contrastaban perfectamente con la vestimenta negra que llevaban.

Intento leer un pequeño letrero que reposaba en la entrada de aquella estrecha sala mientras me aturdía el desgarrador llanto de mi madre. Aquel letrero decía: "Acompañándote a la paz: Basílica San Martín". Pero,
¿Qué mierda hago en un funeral? ¿Qué pasó anoche? ¡Ay! No puede ser. Enseguida recordé el estado del abuelo. Debe ser que el pobre no pudo seguir combatiendo con su enfermedad. De inmediato sentí un escalofrío por toda la espalda. Mi abuelo había sido muy fuerte, lástima que alguien como él haya tenido que morir, alguien a quien he querido tanto. -!Maldición!, ¡Maldición!- Me repito una y otra vez mientras me dirijo hacia el grande y rústico ataúd que se observaba rodeado de velones contra la última pared del salón. Mis lágrimas trataban de brotar y los latidos de mi corazón se aceleraron tanto que podía escuchar las palpitaciones en mi cabeza.

Estaba helado, me sentía tan helado que me empezaban a arder las manos del frío. Cada paso que daba atravesando aquella habitación era tortuoso, aun mi mente no aceptaba la idea de que alguien a quien quería tanto haya partido y de una manera tan injusta; y justo en el momento en el que una lágrima, de esas que están muy saladas por haberla acumulado por tanto tiempo, iba a escapar de mi ojo derecho, justo en ese momento que tan rara vez he dejado que ocurra, sólo allí, a una milésima de que escurriera, vi un cadáver, hinchado, pálido, pero mucho más joven de lo que esperaba. -El abuelo se veía diferente- Pensé. Justo en ese momento pude ver la verdad: ese cadáver espeso y tendido en el ataúd, era Daniel Alejandro Montenegro.

Ese cadáver era yo.

28 De Diciembre: Santo E Inocente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora