Todo comienza una noche fría decorada con lentejuelas bajo el manto de luz de luna. Ya llevaba buen rato intentando ubicarme entre las calles que según yo, me dirigían a casa. Ahí en medio de un callejón que nunca antes había visto, me di cuenta que estaba perdida y me reí ante la ironía de lo peligroso que resultaba aquella escena.
Hace tan solo tres días acababa de cumplir 16 años y mi familia decidió que debíamos mudarnos de ciudad por temas de seguridad. No es que hubiera delincuencia o algo parecido. Era otro peligro el que acechaba. Algo sobrehumano. Algo de lo que no me querían hablar.
El tema de la magia es un tabú en mi familia. O al menos lo era cuando yo preguntaba sobre esta.
Una vez atrapé a mi mamá con una vela blanca empapada de ciertos ingredientes raros. Le pregunté si era peligroso; ella me respondió: "no es peligroso porque sé lo que hago; además es magia blanca, no hay de qué temer".
Siempre tuve curiosidad ante el tema de la brujería o "magia" (que suena más bonito), pero en cuanto hacia más preguntas como: "¿Para qué es el romero?", "¿Qué significa el color de las velas?", "¿Por qué le hechas miel y qué es lo que escribes?", mi madre solía responder que no ande de entrometida y que me ponga a hacer algo. Terminaba lavando los platos con mil dudas flotando en mi mente como la espuma en el fregadero.
Regreso a la realidad al escuchar un crujido cerca a unos barriles de madera. De las sombras, vi salir un gato atigrado de ojos amarillos. Este se escabullía sutilmente entre barriles y maceteros. De la nada posó sus tremendos ojos en mí. Sentí como si me evaluara con suma atención, no parecía ser como un gato cualquiera, pues rebosaba elegancia y astucia. Luego de algunos segundos de contacto visual y algo de confusión de mi parte, vi una sonrisa pícara en su mirada. Ese no era un gato normal definitivamente.
-¡Ey! ¡Largo!- atiné a decir para ahuyentar a ese gato raro que me ponía nerviosa. Este no se movió.
-Mocosa, ¿qué crees que haces?- dijo una voz a mis espaldas. Giré de inmediato sobresaltada.
A unos cuatro pasos se encontraba un joven bajo las sombras. Ubo un silencio algo tenso. Sentí que al igual que el gato, me evaluaba, aunque no estaba segura, pues no podía verle la cara. Pensé que de seguro estaba preguntándose qué hacía una niñita en medio de la noche en un callejón oscuro.
-Ven, Agnez- dijo suavemente.
-¿Qué?
-La gata- explicó.
Así que no era un gato, sino una gata y ya tenía nombre. Esta fue a los brazos de su amo como una niña traviesa a los brazos de su padre consentidor, a quien no podía ni verle el rostro. Él se mantenía cómodamente bajo la oscuridad, como sí allí perteneciera. No era muy alto, más bien yo le ganaba, pero emanaba una exagerada seguridad que no pasaba desapercibida en su tono de voz. Curiosamente no sentí miedo.
-¿Tú eres...?
-Vitaly- respondió-. Este no es buen lugar para una mocosa. Corres peligro- advirtió mientras daba lentamente un paso hacia mí.
Con ello, su cuerpo se asomó a la luz de luna. Me quedé observándolo todo, menos su rostro que se negaba a salir de las sombras. Llevaba una vestimenta inusual: un traje de cuero bajo esa capa roja y negra en la que se dibujaban finas mandalas.
Vitaly continuaba acariciando al gato atigrado en sus brazos mientras este ronroneaba.
-Me llamo Yerussa, y sé muy bien cómo cuidarme.
-Sí, claro- su sarcasmo era tan evidente como mi mentira-. Y yo soy inofensivo.
-¿No lo eres?
-¿Tú, qué crees?