« Capítulo uno ».

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- ¡Corre maldición, corre de una buena vez! -Me gritó, pero yo me negué, no podía dejarlo allí.

- ¡No me iré, ¿comprendes?! ¡No te dejaré morir, Jack! -Era mi hermano, no podía... no podía dejarlo.

Era inútil quedarme allí y discutir, sabía lo que iba a hacer Jack. Lo sabía muy bien, aún así me quedé con él tratando de buscar una situación al problema.

¿Quién había sido tan inútil de colocar una trampa allí? Lo peor era que si nosotros la hubiéramos visto, si no hubiéramos estado tan distraídos discutiendo por una estupidez... ahora estaríamos sanos y salvos en casa una vez más.

- ¡Bella, escúchame! ¡No puedes bajarme de aquí, yo los distraeré, tú escapa, yo voy tras de ti!

- ¡PERO SI ESTÁS COLGANDO DE UNA RAMA, JACK SUMMERS! -Respondí frustrada.

Mis ojos se desviaron al camino; había empezado a oír sus gruñidos, en cualquier momento aparecerían y seríamos carne fresca. Miré a Jack, luego al camino, otra vez fijé mis ocelos verdes en los de mi hermano. Se parecía tanto a mí... no podía perderlo, sufriría tanto.

- ¡Que te vayas, maldición! -Sacó su arma en cuanto empezó a ver los cuerpos asomándose, aún colgado de un árbol, les dispararía. ¿Cómo iba a hacer? Sería difícil, pero era Jack, era mi hermano, sabía que podía hacerlo.

Le eché una última mirada, no quería que fuera así, quería que volviera conmigo... pero no teníamos muchas opciones.

Saqué mi arma, un revolver sencillo y con la mochila cargada de suministros, comencé a correr. Los infectados habían llegado donde Jack. Oí disparos, me detuve. Aún podía ver a mi hermano mayor, también a ellos... no, no, ¡no Dios no!

En microsegundos Jack no estaba colgando del árbol, estaba en el piso, siendo la comida de esos malditos. Sus gritos nublaron mi vista, hasta que ya no se oyeron más. Había muerto..., mi única familia me había abandonado. Estaba sola.

Desperté agitada y rápidamente me senté en la cama; gritos inundaron la habitación que compartía con las otras mujeres de El Refugio y todas despertaron a la misma vez que yo.

Era una pesadilla. Una maldita pesadilla otra vez. Uno de estos días iba a morir a causa de mi propio sueño.

-Bella, ¿estás bien? -Escuché a Hela preguntar desde la otra punta.

Hice señas con las manos para que no se preocuparan y musité, en susurros, un:

-Claro, sólo... sólo fue una pesadilla, vuelvan a dormir.

Las luces se apagaron, ellas volvieron a acostarse y yo me levanté. No podía seguir viviendo así. Mi vida, literalmente, era una constante pesadilla. A cada segundo del día nuestros invasores nos acechaban, nos buscaban, tenían hambre. Debíamos salir de nuestra sede para ir a buscar municiones, armas, comida, agua... arriesgábamos nuestras vidas a diario para sobrevivir en éste universo que nadie pidió.

Eran las cinco de la mañana, pero como era verano (o eso suponía) ya estaba un poco claro el día. Los guardias de las torres seguramente estarían despiertos, pero con mucho sueño, por lo que pensé que querrían que alguien los suplante un par de horas, por lo menos hasta el desayuno.

Suspiré pesadamente, mientras me vestía. Sobre la camiseta que usaba para dormir me coloqué el chaleco negro, luego el jean azul claro rasgado en las rodillas y por último las botas negras. Alrededor de mi cintura coloqué el cinturón de todos los días que usaba y dentro de las cartucheras (fundas) coloqué las armas correspondientes.

Mis cabellos castaños y desordenados los recogí en una coleta de caballo alta y, antes de salir de la habitación general de las mujeres, me miré al espejo.

«Comenzar de nuevo».Donde viven las historias. Descúbrelo ahora