Prólogo

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Alrededor del año 1977, Avery, una niña de cabellos negros, pecas, y ojos verdes, que tendría unos 8 años para ese entonces, se encontraba jugando en la pequeña plaza que había en el parque de caravanas donde vivía con sus padres, cuando vió llegar el auto de su vecino que había salido temprano esa mañana.

—Buenas tardes, señor Munson— le saludó desde los columpios cuando le vió bajar del auto, este le saludó de vuelta con una sonrisa.

—Que tal, Avery.—respondió el mayor—hay alguien a quien quiero presentarte.

Seguido de esto, rodeó el auto para abrir la puerta de la parte de atrás. De esta, salió el niño que, según la infantil y dramática mente de la chica, podía ser un angel, el niño más lindo que había visto en su corta vida.

—Él es mi sobrino Eddie, es algo callado, pero seguro que se hacen buenos amigos.— continuó el hombre dando un pequeño empujón en el hombro al chico, como queriendo decirle "Acércate, la niña no muerde."
Seguido de esto, comenzó a descargar las pocas cosas del chico del auto y a meterlas en su hogar.

El niño en cuestión solo se acercó lo necesario como para poder observar a detalle a la niña. Llevaba un vestido que le cubría hasta la mitad de la canilla de color amarillo, unos zapatos del mismo color y su largo cabello negro amarrado en dos coletas. Se le quedó mirando un buen rato, el suficiente para que la chica le pudiera analizar de la misma manera.

Sus ropas, a diferencia de la de ella, no eran muy coloridas. Su cabello oscuro era tan corto que casi llegaba a parecer que no tenía cabello en absoluto. Su piel era pálida, y resaltaba sus ojos marrones, tan oscuros como el chocolate más amargo, pero tan brillantes como dos canicas. A la chica le encantaron.

Se paró del columpio, en el que se balanceaba con una fuerza casi nula, para ponerse frente a frente con el chico. De cerca se veía bastante más alto que ella, quizá un par de años más.

—Mucho gusto, Eddie, yo soy Avery y vivo en el trailer detrás del de tu tío.

El chico solo se le quedó mirando de la misma manera. Avery, aparte de bonita, le había parecido una niña demasiado femenina. No quería hacerse su amigo y tener que jugar a las muñecas y a la hora del té con ella. Y pensaba que mientras más la ignorara, más rápido ella se aburriría y lo dejaría en paz.

Con lo que no contaba era con la inmensa curiosidad de la de ojos verdes.

—Tengo 8 años, ¿Tu qué edad tienes?—Fue su segundo intento de socializar con el chico, pero, de nuevo, no obtuvo respuesta.

Pensó durante un momento, y volteó para todos lados intentando buscar una manera de hacerle hablar. Y sus ojos pararon en los columpios de hace un rato. Se giró de vuelta al chico, esta vez con una sonrisa tan maquiavélica como era posible para una chica de su edad.

—Si logro hacer que hables, ¿Jugarás conmigo en los columpios?

Al de ojos marrones esa idea le pareció más un reto al ver la expresión de la niña: "Si yo gano, tendrás que jugar conmigo, si tu ganas, te dejo en paz".

Así que no dudó en asentir ligeramente.

Por su lado, la chica creyó estar avanzando con él y se emocionó al punto de soltar un chillido y agarrar sin previo aviso las manos del chico. Haciendo que algo que él sostenía todo ese tiempo cayera al piso.

—Ups, lo siento...—dijo la chica agachándose a recogerlo.

Resultó ser una figura que le parecía bastante conocida. Era una especie de ser con dos cabezas que la chica relacionó a un juego de mesa.

—¿Te gustan los juegos de mesa?—preguntó mientras le devolvía el pequeño juguete.

Al chico lo tomó desprevenido que supiera de donde era esa figura.

—¿Sabes lo que es Calabozos y Dragones?— preguntó el chico casi en un susurro, y ella asintió repetidas veces con una sonrisa ahora más bien inocente.

—Pero nunca he podido jugarlo, no tengo muchos amigos y a los pocos no parecen interesarles.—dijo moviendo sus pies de una manera graciosa, pateando la tierra como si hubiera algún objeto invisible ahí.

Los ojos de Eddie se iluminaron al instante.

—Si gustas yo puedo enseñarte a jugar, y buscaremos más amigos con los que jugar, seguro que hay alguien.—soltó de repente con una sonrisa de oreja a oreja.

Que soltara tantas palabras de primeras tomó un poco desprevenida a Avery, pero pronto esta le sonrió de la misma manera.

—¿Eso significa que ahora somos amigos?—cuestionó acomodando sus coletas por encima de sus hombros.

—Si llegas al tobogán antes que yo, entonces seras incluso mi mejor amiga.—dijo el chico y comenzó a correr incluso antes de terminar de hablar.

—¡Oye! ¡Eso es trampa!—se quejó la menor comenzando a correr tras el entre risas.

La idea de un mejor amigo le emocionaba. Y, como si fuera por obra del destino, o una coincidencia, como quieran llamarlo, llegó al tobogán antes que Eddie y escaló hasta llegar a la cima de este.

—Te gané, ahora serás mi mejor amigo, no puedes retractarte.—Le dió su más sincera sonrisa cuando le vió llegar casi sin aire a los pies de la escalera del tobogán.

El reto de los columpios se les olvidó, y pronto comenzaron a hablar de mil y un cosas hasta que fue hora de ir cada uno a su casa.

La amistad de Eddie Munson y Avery Cunningham duró 6 bellos años.

Con 17 años, un 20 de Marzo del año 1986, una pelinegra observaba la hoja de un cuaderno con un dibujo algo viejo de lo que parecía ser un personaje de color rojo, mientras recordaba cómo fue que conoció al chico que le había robado el corazón y parecía ni inmutarse por ello, pues hacía casi 3 años que no se hablaban, hace tres años que se evitaban y el parecía no recordar su amistad a pesar de ser vecinos y seguir viviendo a un lado de ese mismo parque.

Un sentimiento de rabia la invadió. Cerró con fuera el cuaderno sobre su escritorio, cerró las cortinas de su ventana y se dispuso a ir a dormir, no necesitaba recordar más cosas que le hicieran sentir así, y debía dormir si no quería llegar tarde a la escuela el día siguiente.

Por su lado, el joven Eddie Munson, de 19 años, ahora con un cabello rizado hasta los hombros, se encontraba en su cama observando la primera fotografía que le había tomado su tío Wayne junto a la pelinegra. Eran dos niños de unos 11 y 9 años, montando un concierto imaginario con una escoba y una  espátula.

En lo más profundo, deseaba poder arreglar su relación con la chica y volver a tener esos momentos tan alegres. Deseaba no haber sido un cobarde y hacerle frente a lo que sentía.

Pero para eso primero debía recuperarla.

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If only you knew 『Eddie Munson』Donde viven las historias. Descúbrelo ahora