Ari, mochila en mano, se despidió de sus padres con un fuerte abrazo.
—No te eches novio, eh— le dijo su madre con una sonrisa torcida que tenía la intención de hacerle rabiar.
No obstante, Ari la rechazó con un gesto de la mano y otra sonrisa torcida. Le acompañaron hasta casi la puerta del avión; y, prometiéndoles que estaría bien, entró con paso decidido.
Llevaba una chapa con el logo de la agencia con la que realizaba el viaje. Todos los estudiantes la llevaban, se las habían entregado a todos al mismo tiempo. Sin embargo, no había entablado conversación con nadie aún.
Se sentó junto a una chica de pelo oscuro, algo más que el de Ari. Le sonrió.
—Soy Ari, diminutivo de Arizona— pronunció como lo habría hecho su madre, es decir; en inglés —o de Arizona.— esta vez en castellano — ¿Como te llamas?—le dijo con una sonrisa.Mientras las palabras brotaban, su mente había empezado a imaginar posibles reacciones de la chica. Y casi suspiró cuando esta le devolvió la sonrisa.
—Yo soy Ana—le respondió.
El avión comenzó a moverse en ese momento, avanzando en línea recta por la pista. Los reflejos de Ari la obligaron a agarrar con fuerza los reposa brazos.
—Es la primera vez que viajas por aire, ¿verdad? — comentó Ana.
—Bueno, sí...— confirmó Ari.
—Pues no te preocupes, esto se moverá un poco al despegar y al aterrizar, cuando las ruedas toquen el suelo. —sonrió animadamente.Tal y como Ana había predicho, el avión despegó y todo empezó a moverse ligeramente, balanceándose, mientras la piloto trataba de estabilizarlo. Ana miró a través de la pequeña ventana, y Ari hizo el amago de imitarla, pero rápidamente dirigió su atención al azafato de vuelo que estaba explicando lo que hacer en caso de emergencia.
Cuando terminó, Ana seguía observando encandilada las vistas de la ciudad, que iba desapareciendo progresivamente. Arizona no sabía muy bien lo que debía hacer, así que sacó el libro que en ese momento se apoderaba de sus pensamientos y continuó leyendo.
De vez en cuando, notaba miradas inquisitivas e intermitentes viniendo de Ana. Pero Ari continuó leyendo.
Minutos después, Ana le preguntó a ver si había leído los libros anteriores a ese. Ari le contestó que por supuesto, que era muy Fan de esa saga. Resultó que Ana también.
En ese instante a Ari le invadió el remordimiento. Aun habiendo notado la curiosidad de Ana, no había colaborado y Ana había hecho todo el trabajo por entablar conversación.
Se esforzó por mantener viva la conversación. Hablaron y hablaron. Dado que habían comenzado hablando de libros, la conversación se desvío por caminos inimaginables.
—El avión sobrevuela Inglaterra en estos momentos —dijo una voz femenina, interrumpiéndolas.
Miraron rápidamente por la ventanilla, y a Ana se le escapó un sonido de asombro. Un claro se abría en las nubes que hasta el momento parecían haberse implantado bajo ellos. A través de este, se apreciaba una minúscula parte de mar, del cual surgía a lo lejos un pedazo de continente verde y tierra. En algunas partes, casitas de colores y luces parecían pegadas cual maqueta. Aún más bellas, si cabía, eran las islas que navegaban a la deriva, a ciegas.
—Algún día, crearé mi propia isla—comentó Arizona con un tono de broma.
Y así, hablaron sobre islas. Ari le explicó como haría unos juegos del hambre con realidad virtual tridimensional, al más puro estilo Avatar.
Ana le empezó a explicar que ella haría un Campamento Mestizo o una Nueva Roma para que niños de todo el mundo pasaran el verano. (Héroes del Olimpo)
Mientras explicaba el sistema que emplearía para la asignación de dioses, Ari se dio cuenta de algo difícil de explicar.
Le pasaba a menudo. Empezó a contemplar la escena de otro modo, como si fuera una espectadora y no una partícipe. Por supuesto, eso no era una película, y no se veía a ella misma. Pero empezó a fijarse en cada parte del proceso de comunicación por separado. Así, mientras escuchaba, se maravillaba ante la pasión que reflejaban sus ojos claros, verdosos. Sus labios rojos se movían rápido, y de forma muy precisa. Todo su cuerpo se movía al ritmo de su voz, una máquina perfectamente engrasada que se coordinaba para transmitir un mensaje.
Volvió a implicarse.
De lo que se percataba al mirar todo pensando del modo que un espectador lo haría, podía verlo mientras participaba en la conversación. Pero verlo no era lo mismo que apreciarlo. Simplemente, no eran cosas en las que una se fijara al hablar, ni siquiera con la intención de intervenir.
Y, como era un fenómeno humano asombroso, Ari no quería perdérselo. Sobre todo porque parecía ensalzado por la fuerza, las ganas, la pasión con la que se expresaba. Ana era otra Fangirl, y Arizona lo sabía. No pensaba perder la oportunidad de conocerla, se sentía bien, muy bien. De alguna manera, sabía que merecería la pena.
Justo después de decidir que si alguna vez se convertían en millonarias y se hacían su isla la llamarían Atlantida, a Ari le empezaron a doler los oídos.
Estaba asustada, y agradecía los consejos de Ana para que ese tormento cesara. Parecía que le iban a explotar los oídos; se los cubrió con las manos y agachó la cabeza, escondiéndola. El brazo tranquilizador de Ana sobre sus hombros pareció calmarla. Le ofreció un chicle. Lo aceptó porque había oído que se usaban para ese tipo de ocasiones, y masticándolo fuerte, el dolor poco a poco se volvió soportable.
El avión volvió a temblar, por la ventanilla se veían carreteras peligrosamente cerca. Llegó a la pista, agitándose, y justo como Ana había predicho, con una sacudida tocó tierra.
Los pasajeros del avión aplaudieron. Al cabo de unos minutos, los azafatos y azafatas abrieron las puertas y dieron la salida. Primero por la puerta delantera, y luego la trasera.
Ari y Ana cogieron las mochilas y se dirigieron a las escaleras.
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YO
Non-FictionArizona es una chica normal. Como miles de personas en todo el planeta. Claro que, ni en su clase, ni en el colegio, hay mucha gente como ella. Antes contemplaba la vida y veía un camino claro, unidireccional y con un destino inevitable y maravillo...