Capítulo 34. Zenya

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Me acomodé sobre el mullido colchón, cerrando los ojos para posteriormente colocar una venda sobre estos, las manos sobre mis hombros untan los aceites de esencias purificadoras, los suaves movimientos hacen mi cuerpo relajar en tan solo segundos,...

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Me acomodé sobre el mullido colchón, cerrando los ojos para posteriormente colocar una venda sobre estos, las manos sobre mis hombros untan los aceites de esencias purificadoras, los suaves movimientos hacen mi cuerpo relajar en tan solo segundos, abrí los ojos por la falta de movimientos sobre mis hombros, sin embargo, no pude ver nada debido a la venda.

— ¿Señorita? — pregunté al aire.

Nuevamente sentí las manos sobre mis hombros algo ásperas, restandole importancia volví a sucumbir ante la sensación de paz que origina en mi ser. Dejo salir un ligero gemido ante la sorpresa, cuando una mano sostiene mi seno izquierdo, sin quitarme la venda y por reflejo sujeto la mano sobre mi pecho, más grande, más áspera.

El pensamiento de que algún hombre esté invadiendo mi privacidad de esa forma me asustó, justo cuando iba hablar otra mano me sostuvo del cuello, elevando mi rostro, solo bastó un segundo para sentir los labios ajenos sobre los míos, carnosos y suaves, tan familiares, tan adictivos.

— Pajarito — susurró a mi oído.

Con ambas manos quité la venda de mis ojos, mirando hacia arriba, hacia sus ojos, sus labios plantaron beso sobre mi frente. Me puse de pie para luego encararlo, Suleiman colocó sus manos tras su espalda en una posición relajada pero impotente.

— Mi Sultán — hice una reverencia — ¿Qué lo trae a mis aposentos? — pregunté mirando a mi alrededor.

— ¿Acaso no puedo ver a mi amda? —

— Por supuesto que puede, de hecho hace dos noches que quise verle pero usted estaba ocupado — acomodé la toalla, siendo esta la única cosa que protege mi cuerpo de los penetrantes ojos de Suleiman.

— ¿Por qué no se me fue avisado? —  cuestionó.

— No quise incomodarlo a usted ni a su favorita — me obligue a sonreír.

El Padisha suspiró de forma sonora, llevó una mano a su frente con cierta frustración.

— Mevkibe tu precencia jamás podría incomodarme — con sus dedos pulgar e índice me sostuvo del mentón — No debes olvidar que eres la persona más importante para mi, eres mi libertad y a la vez las cadenas que me atan, eres mi adoración y mi perdición. Puedes ir a mis aposentos cuando se te plazca y nadie puede renegar sobre el asunto — una sonrisa formándose en mi rostro ante sus palabras.

— Mi Sultán — tomé entre mis manos la mano de Suleiman para besarla — Mi señor, sus palabras son caricias para mis oídos, que me ame de tal manera me eleva al cielo y me trae de vuelta a la tierra — recuesto mi rostro contra su palma.

— ¿Dónde están nuestros hijos? — sus ojos sin vergüenza recorren mi cuerpo.

— Se encuentran con Gulfem hatun — mis mejillas se calentaron ante las obvias intenciones de mi señor.

La eterna favorita || Mevkibe SultanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora