Decisión fatal

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Capítulo 3




Decisión fatal





Harry y Severus se abrazaban con fuerza, sosteniéndose el uno al otro mientras esperaban a que el medimago saliera de la sala de cuidados intensivos. Ninguno de los dos se atrevía a decir nada, ni para consolarse ni para deprimirse, simplemente esperaban con la paciencia que ya estaban acostumbrándose a tener.


Samuel Taylor apareció casi una hora después. Su joven rostro parecía haber envejecido unos cuantos años cuando se quitó el cubrebocas. Severus estrechó la mano de su esposo temiendo que en esa ocasión las noticias no serían nada alentadoras.


— Hemos conseguido estabilizarlo, pero siento mucho decirles que sus fuerzas se agotan. —les comunicó con gravedad.

— ¿Podemos verlo?

— Lo lamento, Harry. —se disculpó el medimago—. Deben esperar unos minutos más, le he conseguido una habitación especial y están acondicionándola para él.

— ¿Pero porqué?

— Me temo que no es conveniente que Archie abandone el hospital, ya no más.

— ¿Nunca?

— No hasta que consigamos un corazón para él, de otro modo no puedo asegurarles que pueda llegar a tiempo al hospital en caso de una nueva crisis.


El doctor Taylor volvió a manifestarles su pesar por la condición de Archie y volvió hacia la sala de cuidados intensivos. Al quedarse solos, Harry buscó ansioso la mirada de Severus.


— Por favor. —volvió a suplicar.

— Harry, no me lo pidas justo ahora, por lo que más quieras.

— ¡Es precisamente ahora cuando más se necesita! —apremió angustiado.



Severus no le hizo caso y fue a sentarse en uno de los sofás de la sala de espera. Harry fue hacia él sin rendirse, luchó para no mostrarse dolido por la decisión, aunque se le rompiera el alma ante la posibilidad de abandonar a Severus, dibujó una ilusionada sonrisa en su rostro.


— ¿Puedes imaginar lo hermoso que será cuando crezca? Se parecerá a ti, lo sé, y le gustarán las pociones, será tu orgullo, Severus.

— No hables de esa forma, no conseguirás nada.

— Severus, date cuenta que en nuestras manos está darle a nuestro hijo un futuro.

— Pero Harry...

— Sev, yo quiero para él que sienta la emoción de recibir su carta de Hogwarts, quiero que conozca amigos como Ron y Hermione que le arranquen sonrisas y aventuras, que pierda el tiempo con tonterías en enemigos como Draco, quiero que vayas con él a comprar su primera varita... que seas su Profesor.


La voz de Harry sonaba tan emocionada, como si ya estuviera viviendo esos momentos, y fue imposible que Severus no sonriera imaginando a su hijo creciendo saludable. Harry notó que había logrado captar su atención y no quiso desaprovechar el momento.


— Quiero que vuele en una escoba. —suspiró ilusionado—. Sev, quiero que atrape una snitch, que se muera de miedo cuando te presente a su primera novia, o novio. Que te haga sentir orgulloso cuando al fin se gradúe... que conozca a alguien que lo ame tanto como tú me amas y que tenga un hijo al que no haya que darle su corazón para que pueda verlo crecer como yo no podré hacerlo


Severus notó que la voz de Harry dejaba su pretensión de ser feliz, tenía un nudo en la garganta igual que él, pero aun así estaba dispuesto al sacrificio. Le sujetó por la cintura elevándole suavemente por el aire. Harry seguía siendo tan ligero como en sus tiempos escolares y eso ambos los disfrutaban.


La mirada esmeralda brilló enamorada mientras rodeaba a su esposo colocando sus piernas en la cintura. Sintió su espalda topar con pared en el mismo momento en que su boca dejaba de ser suya.


Amaba ser besado de esa manera, amaba ser besado por Severus Snape y lo amaría por el resto de su vida, fuese un día o mil años.


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Cuando Severus y Harry pudieron entrar a la habitación especial de su hijo sintieron que el alma se le escapaba de su cuerpo. Archie tenía una especie de pabellón mágico que mejoraba el oxígeno en su entorno, aun así le habían colocado puntas en la nariz para que pudiese respirar.


La habitación tenía muchos monitores, demasiados para un niño tan pequeño.


Los afligidos padres se acercaron a la cama, Archie continuaba bajo los influjos de los medicamentos y dormía, pero su piel era más pálida que nunca, incluso sus labios lucían azulados.


Harry apretó los labios para no sollozar de dolor al ver como el pechito de su hijo subía y bajaba con dificultad. Se acuclilló junto a la cama sosteniendo la frágil manita entre las suyas, era tan pequeña que temía romperla.


Severus permaneció del otro lado de la cama, sufriendo en carne propia la enfermedad de su hijo y la agonía en la mirada verde de su esposo.


Fueron casi veinticuatro horas las que pasaron hasta que por fin Archie empezó a despertar. Harry y Severus continuaban en el mismo lugar, como si el tiempo no hubiese transcurrido para ellos a pesar de haber sentido una eternidad pasar hasta ese momento.


— ¿Pa...pi? —llamó Archie a Harry que continuaba sosteniéndole la mano.

— Aquí estoy, bebé hermoso, no tengas miedo, vas a ponerte bien muy pronto.

— ¿Pa-pá?... ¿don-ta?


Severus se acercó de inmediato, intentando no mostrar su preocupación al ver que su hijo apenas podía mirar a su alrededor.


— Estoy aquí, contigo, hijo. —respondió inclinándose sobre la cama y con suma devoción besó su otra mano.

— Papá... quiero ir... a casa.

— Iremos, bebé hermoso, muy pronto. Pero ahora tienes que portarte bien y obedecer a los medimagos, así podrás sentirte mejor en unos días.

— No. —se negó mientras inflaba su pecho en busca de aire—. Quiero... papá... quiero tu poción... las de aquí... no me gustan.

— Lo sé, mi amor, pero son las que debes tomar ahora.

— No me... hacen sentir bien. —aseguró sollozante—. Quiero... la tuya... quiero... respirar.


Por primera vez desde que se había prometido no llorar frente a su hijo, Harry no pudo callar un doloroso lamento. Se inclinó hacia su hijo secando con besos las cálidas lágrimas que resbalaban de sus ojos negros sin importar humedecerlo con las propias.


Muy pronto Archie volvió a quedarse dormido aunque su respiración seguía siendo demasiado dificultosa. Harry levantó la mirada hacia su esposo suplicando en silencio por ayuda.


Severus se puso en pie colocándose apresurado su capa de viaje.


— ¿A dónde vas? —preguntó Harry.

— A mi laboratorio... Vamos a hacerlo, Harry.


El rostro de Harry se iluminó de alegría, corrió hacia Severus lanzándose a sus brazos.


— ¡Gracias, gracias, Severus! —exclamó ahora con lágrimas de felicidad—. Sé que puedes lograrlo, nuestro bebé hermoso vivirá gracias a ti.

— No, mis manos te ayudarán a salvarlo.


Severus besó a su esposo para enseguida salir apresurado, no se atrevió a terminar su frase: "Mis manos te ayudarán a salvarlo... pero le robarán lo que más quiere en la vida, a ti"


Eso sólo atormentaría el alma más noble y generosa que había conocido jamás.

Juraste no dejarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora