Picnic

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Corrió al baño y se metió el cepillo de dientes a la boca y mientras se lavó, recorrió su habitación reuniendo la ropa que llevaría en esa primera cita.

Como quería verse provocadora, pero lo suficientemente inocente para atraer más a ese mejor comprador, eligió un vestido corto y ajustado.

Decidió que no llevaría ropa interior superior y solo eligió unas pantaletas negras de encaje suave que se le ajustaban muy bien a las nalgas y caderas.

Se duchó tan rápido que salió acalorada, pero empapada. Se retocó la depilación de las piernas, los mulsos y las axilas, por si acaso.

Llevó un pequeño bolso con dinero y un chaleco de hilo en caso de sentir frío. Metió también algunos productos de belleza: gel de labios, perfume, rubor y un cepillo para el cabello.

Cuando se encontró frente a frente con Miguel, él le señaló el cabello. Era un desastre sin cepillar.

—Sí, me cepillaré en el coche —mustió tímida—. Qué vergüenza. —Se cepilló el cabello con los dedos.

Se le puso la cara roja al darse cuenta de que todo le estaba saliendo mal.

—No tiene que avergonzarse, no conmigo —dijo Miguel, comprensivo.

—Gracias.

—Soy Miguel y voy a estar a su servicio durante el viaje —indicó y le abrió la puerta del auto con un gesto amable. Kiara asintió y se subió con presteza—. ¿Trajo el contrato? —preguntó. Ella asintió y se lo ofreció. Lo tenía estrujado en la mano. Miguel lo recibió y lo estiró con suavidad—. El Señor nos espera en el lugar de encuentro y...

—¿Es muy lejos? —preguntó ella, ansiosa por llegar.

Miguel se quedó pensativo.

—Cuarenta minutos, una hora —respondió cortante y le cerró la puerta.

Kiara viajó intranquila, mirando por las ventanas oscuras a todos lados, preocupada de que algo malo fuera a sucederle.

¿Y si la raptaban? ¿Si la drogaban y le robaban lo órganos? ¿Sí la sacaban del país para venderla a algún mafioso o psicópata?

Se detestó por no haber pensado antes en eso detalles antes, en la trata de personas y los femicidios que ocurrían día a día alrededor del mundo.

En el coche terminó de arreglarse. Se cepilló el cabello y se maquilló con lo poco que tenía. El perfume entre los senos y bajo sus orejas fue el toque final.

Se le revolvió el estómago cuando vio que se acercaban al Spa. Los anuncios en la carretera se lo revelaron.

El coche se detuvo, Miguel bajó y le abrió la puerta.

—Hemos llegado —le dijo, conteniendo una sonrisa—. Tranquila, el señor Popov la está esperando en el restaurante.

Kiara se quedó boquiabierta cuando supo algo nuevo.

—¿Ese es su apellido? —preguntó preocupada, pero también imposibilitada de pronunciarlo.

No podía repetirlo, porque, aunque pareciera fácil, no lo era.

—Lo es —confirmó el hombre y se bajó del coche para abrirle la puerta y acompañarla hasta la entrada del lugar.

El hombre le indicó hacia donde debía dirigirse y le tocó recorrer ese camino en soledad.

El lugar estaba repleto de visitantes. Mujeres en batas blancas bebiendo café y disfrutando de su descanso.

Eso le quitó la inseguridad y avanzó con valentía por un largo pasillo, el que conducía al famoso restaurante.

El mejor compradorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora