Capítulo 9
No hay esperanza
En una inolvidable y lluviosa mañana, el 30 de junio de 2019.
Argentina Rodríguez
Iba en el último asiento de la fila del colectivo, apoyada contra la ventanilla fresca, cuando llega Gino López, saludando a la mitad de los pasajeros, y me ve desde arriba... porque yo iba sentada y él de pie.
—¿A qué se debe esa sonrisa, pillina?— dijo mi amigo.
Estaba contenta por el clima esa mañana, pero habían tantos factores que sumaban, y entre ellos, recibir su sonrisa socarrona y sus comentarios adorables, estaba entre los que yo daba por hecho.
Ya pasaron 2 días y el diagnóstico de Gino no es muy bueno. He dormido en la sala de espera tan solo un par de horas en toda la noche, igual que ayer. Acurrucada como un niño sin consuelo en el hombro de Ismael, ambos sentados en un par de incómodas sillas de plástico.
Papá trabaja en este hospital, y de vez en cuando vuelve para hacerme compañía, traerme comida, hacerme un cariñito en el rostro... Pero por más que sea mi gran modelo a seguir y que lo amo como a nadie, lo único que me podría calmar en este momento, sería ver al médico salir a mi encuentro y decirme que lo peor ya ha pasado, que serán unas pocas semanas de recuperación y luego todo estará bien.
—¿Hoy no sonreís? El clima es el mismo que ayer.— repito su voz en mi mente, de aquella vez que me notó triste antes de su partido de fútbol. —¿Qué puedo hacer?— imploró cuando adivinó que me afligía la melancolía por mamá.
—¿Qué puedo hacer?— repito sin querer en voz alta, aunque me sale rasposa de tanto que he llorado.
Ismael se despierta al escucharme, ya son las nueve de la mañana y no sabemos nada. El estúpido padre de Gino López no hace más que rezar en el asiento frente a mí, ignorando mi presencia y lanzándome miradas de asco cada tanto, como si el estar aquí me volviera una intrusa.
—¿Argentina?— habla mi novio somnoliento, mientras corre cuidadosamente el cabello que tengo enredado sobre la cara. —¿Me dijiste algo, mi amor?— pregunta con un tono tan suave como una pluma.
—¿De qué hablas?— había dicho Gino aquella vez que lo acusé de ser un mal jugador —Soy el mejor del equipo.— Lloriqueó mientras me zamarreaba la cara.
—Amor.— repite Ismael Messina a mi lado, regresándome a la realidad —Bonita... — susurra algo triste cuando lo miro. Noto que algunas lágrimas amenazan con caer de sus ojos —No sé qué decir...— admite.
Me siento algo culpable por no poder darle seguridad, él está más preocupado por mí que por mi mejor amigo, pero realmente ni yo sé qué va a ser de mí si Gino no sale de esta.
Realmente podría faltarme cualquier cosa en la vida, mientras él se quede sé que todo estará bien.
Ismael me sigue viendo con una mezcla de angustia y duda, quizá preguntándose qué demonios pasa por mi cabeza, pues he estado casi muda toda la noche, repitiendo en mi mente la imagen y la voz de mi mejor amigo.
Me protege como a una hermana y me cela como un novio.
Aparece la madre de Gino con los ojos hinchados, ella fue la única a la que le permitieron quedarse con mi amigo en la habitación de él.
El estúpido señor López se pone de pie apresurado. Sin embargo, ella se dirige hacia mí.
—Mi hijo quiere hablar con vos.— anuncia con algo de resentimiento, quizás le resulta incorrecto que prefiera hablar conmigo antes que con su propio padre, pero no me interesa.
ESTÁS LEYENDO
Por Siempre: Te Quiero.
Novela JuvenilArgentina Rodríguez ha llevado el primer año sin su madre barriendo los dolores bajo la alfombra, obligándose a sí misma a ser feliz y no ser una carga para su padre ni su mejor amigo. Ismael Messina, un chico callado e introvertido, al borde de l...