Cuento "Brillar"

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Sobre lo alto de una colina, en una pequeña casa hogareña, vivían dos mujeres; una joven y su abuela. En el patio de su hogar, se hayaba un jardín lleno de malvones plantados. Había docenas de ellos. Todos eran similares, se encontraban bien cuidados y crecían a la misma vez, a excepción de un malvon particular, que su color era más claro que el de los demás. Pero, lo más extraño era que su crecimiento era diferente. Mientras todos se fortalecían por el sol, este malvon se debilitaba. Luego de cierto tiempo, descubrió que su fuente de energía era la Luna.

Una noche, mientras todos dormían plácidamente, la luna curiosó aquel jardín. Observaba a todos dormir en un sueño profundo, pensaba que ninguna estaba despierta, hasta que topó su mirada con aquella planta especial. Ésta, confusa, preguntó:

–¿Por qué no estás descansando como las demás?

La flor, sorprendida por ser notada después de mucho tiempo, respondió:

–Porque, yo, querida Luna, soy un malvon especial, diferente al resto.

–¿Y en qué eres especial? La única diferencia es su color, malvoncín.

–La otra diferencia es mi crecimiento. Los demás crecen y se fortalecen con el sol, en cambio, yo me debilito con él –Al ver la cara confusa de la luna, prosiguió–. En verano, la noche dura mucho menos que el día, por lo que me afecta más, marchitando mis pétalos. He encontrado mi fuerte en ti. La energía que expandes me favorece magicamente.

El planeta se encontraba halagado y bastante sorprendido. Desde que los humanos habían creado la luz eléctrica, sentía que ya no servía al no poder iluminar la tierra. Pero aquella confesión, extrañamente le había provocado el sentimiento similar a la felicidad.

Luego de un tiempo, la planta y la luna lograron construir una fuerte amistad, conociéndose profundamente, aceptando sus diversos defectos como pensamientos.

La salud del malvon había empeorado, con el radiante sol de primavera las hojas se le habían marchitado. Empezaba a olvidar algunos momentos del pasado, recuerdos con los demás y con la Luna. Esta última, siempre se mantuvo a su lado, creando nuevos momentos y recordando los viejos.

El 28 de octubre de aquel año, por la madrugada, el malvon y el astro se encontraban contemplándose mutuamente, expresando sus sentimientos a través de sus miradas. Antes de que amaneciera, la planta decidió confesar algunos pensamientos antes de que su compañía se marchase.

–Clarita, quiero que sepas que siempre he soñado con observarte de cerca, de poder demostrar mi cariño a través de caricias, pero por razones obvias, no puedo. Si luego de esta maañana no despierto necesito que sepas que nunca dejé de adorarte, que si no estoy presente en cuerpo, lo estaré en alma.

La luna con lágrimas en los ojos y en el corazón, negó:

–No va a suceder nada, mi malvoncín, la siguiente noche al igual que las otras seguiras aquí, junto a mí.

Este sonrió lastimosamente y siguió:

–Has estado la mayor parte de mi vida acompañándome, siendo mi contención, mi apoyo incondicional. Pase lo que pase, quiero que sigas brillando, que sigas iluminando los demás planetas por las noches. Te amo, mi luna.

–Te amo, mi malvon especial –respondió el planeta, desapareciendo mientras se le caía una lágrima y aparecía el sol.

El malvon cerró sus ojos, y después de tanto sufrimiento pudo descansar.

La siguiente noche, la luna sintió un vació luego de enterarse de lo ocurrido. Pero, sabía perfectamente que debía seguir, seguir brillando. Porque sin importar las circunstancias o los conflictos, hay que seguir brillando, ¿no?

Fin

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