Capítulo 2

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Las rutinas en mi casa por la mañana son sagradas. Y no es porque yo sea una maniática del orden y la limpieza. Pero con un bebé ya se sabe. Bueno, ya no es tan bebé, pero con un hijo de por medio ya se sabe, o haces rutinas o todo se desmadra. Nosotras seguimos la siguiente: A las siete mami se levanta, me ducho, me visto, me arreglo y preparo el desayuno. A las ocho menos cuarto despierto al monito, subo la persiana y la dejo cinco minutos que remolonee en la cama. Luego desayunamos las dos juntas. La ayudo a vestirse (poco a poco ya lo va haciendo sola), preparamos su mochila para el colegio, yo preparo mi maletín del trabajo y nos vamos en coche rumbo al colegio. Y así es todas las mañanas. Bueno menos fines de semana y los miércoles, que suele quedarse a dormir en casa de mi madre la noche anterior y me deja una mañana libre a la semana para dedicármela a mí misma. Llegamos a la puerta del colegio a las nueve menos cuarto. Aparco el coche y la acompaño hasta la puerta y cuando ya la dejo de ver porque ha entrado dentro del edificio, entonces doy media vuelta y me vuelvo al coche. A las nueve y media empiezo mi horario laboral, así que tengo el tiempo justo para llegar. ¿Y qué sucede cuándo vas con prisa? Que todo se jode y se vuelve contra tus planes. Ya me tienen el día liado. Un coche aparcado en segunda fila justo al lado del mío. Ya está, no puedo sacar el coche y voy a llegar tarde al trabajo. Hoy me había vuelto a levantar con el pie derecho y me había vuelto a poner (y a sentir) radiante.... Pues ¡hala! el dueño de ese mercedes negro me está poniendo negra a mí también. Me apoyo en la puerta del copiloto, en el lado de la acera y me enciendo un cigarrillo. Espero, espero y espero, y de tanto esperar ya me estoy desesperando. Saco el móvil y mientras espero cotilleo Facebook, intentando que el tiempo pase más deprisa.

- Disculpa, ahora mismo saco el coche- me asusto, no me lo esperaba pero ¡jodeeer! Es la voz más bonita que he oído nunca. No bonita de angelical, bonita de sexy. Cuando lo miro puedo confirmar que esa voz encaja perfectamente con su cuerpo. Vaya hombre. Debe tener unos cuarenta y pocos años. Quizás es algo mayor, pero os recuerdo que Brad Pitt tiene cincuenta años y a más de una nos gustaría tenerlo esta noche en nuestra cama. ¿O no? Pues eso, un madurito de pan y moja.

- Gracias- solo le digo gracias por ser educada cuando en realidad me muero de ganas de nombrarle de gilipollas para arriba.

Me subo al coche y me pongo el cinturón mientras espero que ese atractivo hombre saque su puñetero coche de ahí. Perdón lo de puñetero sobraba, lo sé, pero estoy de mal humor. Sí, me pone de mal humor que un coche se aparque mal delante de mi coche bien aparcado y que no pueda mover mi vehículo a mi antojo si no cuando el otro me lo permita. Espero y espero y pasan cinco minutos y el tío sigue ahí, subido a su coche pero sin arrancar. Le miro. Alucino. ¿Qué coño estará haciendo? No voy a tocar el claxon, porque no quiero montar un escándalo, pero ¡ah no! esto no va a quedar así. Me bajo y me dirijo hacia su ventanilla. Doy unos golpecitos en la ventanilla. Me mira, y le hago un gesto indicándola que la baje. Voy a ser educada, lo prometo.

- Disculpe, ¿Le importaría sacar ya el coche para que yo pueda seguir con mis cosas?- ¿Veis? he sido educada.

- Oh si, perdone ,he recibido un correo importante y se me ha ido el santo al cielo -me dice como si nada.

¡Oh sí! Perdone, he recibido un correo importante y se me ha ido el santo al cielo, digo yo recochineándome de él en mis pensamientos. Será imbécil.

- Muy bien, ahora sácalo o llegaré tarde al trabajo.

Vuelvo a mi coche y cuando me subo por fin ya se ha ido. ¡Será engreído el tío! Al final llego por los pelos, pero cumplo con mi horario. Tampoco os he contado en que trabajo ¿Verdad? Pues bien, soy psicóloga. Y ejerzo en un pequeño centro de salud mental. Trabajando conmigo en el centro hay dos psicólogos más y dos psiquiatras. Lo cierto es que tuve suerte al encontrar este trabajo nada más terminar la carrera. Aunque Iván tuvo mucho que ver, sus padres son amigos del hijo del dueño del centro. ¿Enchufe? Es posible, pero a mucha honra, porque al menos tengo trabajo en estos tiempos tan difíciles que corren. Iván es el padre de Daniela, y como ya os dije, voy a dejar esa historia para más adelante. Mi trabajo me apasiona. Desde bien pequeña siempre sabía que este era mi futuro y gracias al apoyo de mis padres y de Julián lo conseguí. Julián me ayudó mucho escogiendo la carrera. Sabía que no sería fácil y mucho menos encontrar trabajo de ello, pero él siempre me apoyó. Luego se fue... pero eso ya es agua pasada.

Tú eres lo que necesitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora