1: El dinero no compra la felicidad.

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Nota: esta historia ocurre tres años antes de la línea temporal actual de Infinity.

A las ocho empezaba mi rutina, me levantaba sin muchas ganas de la cama y me preparaba para ir al colegio

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A las ocho empezaba mi rutina, me levantaba sin muchas ganas de la cama y me preparaba para ir al colegio. Luego de ponerme mi ridículo uniforme, que me hacía ver como un vendedor de biblias, me pasaba a revisar a mi mascota, Dexter, o Dex; un Gecko leopardo que se convirtió en mi único compañero honorable en esta casa desde hace casi un año.

Yo tenía esta fascinación con los reptiles desde niño. Tal vez porque nunca pude superar Parque Jurásico.

Ver a Dex por las mañanas era lo único que podía alegrarme el día, tenía una cara sonriente, como el resto de los Geckos, pero para mi era especial la sonrisa forzada de él.

Le rocié un poco de agua con el atomizador y luego noté como comenzaba a acariciar el aire con su patita izquierda, su forma de decirme que quería comer.

—¿Qué pasa Dex?, ¿tienes hambre? —saqué unas pinzas y tomé uno de los gusanos que tenía en el criadero—, ¿quieres un Lowell?

Tex devoró el gusano tan pronto se lo acerqué, y justo luego de eso mi hermano abrió la puerta de mi cuarto sin previo aviso, como era su costumbre.

Hizo una mueca de asco y luego mustió.

—Tú y ese asqueroso animal son el uno para el otro, hasta se parecen. Los dos adoran arrastrarse.

—¿Qué quieres Lowell?

Lowell es mi hermano mayor, así le decía también a los gusanos que le daba de comer a mi gecko. Siempre creí que el insulto iba más bien para los pobres gusanos.

—Mamá me envió para preguntar, dice que tienes ya solo una semana para decidirte cómo y dónde festejarás tu cumpleaños.

Él creía que yo era estúpido como para creerle que mi mamá lo mandó a preguntar tal cosa, a esta hora de la mañana resultaba imposible que estuviera despierta, pues la resaca no la dejaría levantarse hasta medio día, la hora del brunch.

Brunch, el desayuno para los ricos, ellos pueden desayunar al medio día porque su horario de trabajo se los permite, siendo en su mayoría los dueños de su tiempo. Podían levantarse tarde y juntar la comida de la tarde con el desayuno y darle el refinado nombre de Brunch.

—No haré nada.

A Lowell se le borró la maliciosa sonrisa de la cara. Ya se estaba saboreando la decimosexta oportunidad de humillarme en público.

—¿Qué?

—No pienso festejar.

—¿Por qué no?, cumplirás dieciséis. No es cualquier número Leonard.

—Lo sé, por eso el cambio.

Lowell no era un hermano preocupado porque yo fuera a perder mi oportunidad de tener un cumpleaños memorable. Quería organizarme una fiesta que se quedara grabada en mi memoria, sí, pero no de una buena manera.

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