Chico lindo

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Fukase limpió rápidamente la gota de sudor que cayó en el mostrador; hizo uso de un movimiento rápido para limpiar la gota -y otras cosas- sin que el cliente lo notara. Una habilidad que desarrolló con los meses.

Su voz era lenta, gruesa y baja debido a la edad. El cliente, un señor de la tercera edad con un cabello café con más canas de las que puede contar. Normalmente, atender abuelos no es de sus actividades favoritas -siempre abajo de atender niños en el auto mac-, la mayoría cree que por haber vivido mucho tiene el derecho de menospreciar a los más jóvenes. Le faltan dedos para contar la cantidad de veces en que gente mayor le ha faltado el respeto, pero reconoce que el señor es amable, un poco estresante, pero amable y para un ser un hombre de la tercera edad, no pide mucho.

El ruido de distintas voces y tonos de una manada de adolescentes que claramente pagarían con un billete de quinientos lo hizo ser consciente de tantas cosas que hubiera preferido no presentarse a trabajar: El ruido inconfundible de la parrilla indicando que la carne ya está lista para pasar a las bandejas; el llanto de un bebé en el lobby y los gritillos de su hermano de no más de diez años; los gritos de sus compañeros lanzándose órdenes y palabras innetenbibles; el pitido de la freidora que indicaba que alguien debía sacar las papas antes de que se quemen y vuelvan a castigarlos a todos con una semana sin papas. Demasiado, mucho ruido para su gusto.

Mientras el cliente seguía debatiendo si debía o no aceptar su oferta de ponerle tocino adicional a su hamburguesa -por favor, necesita vender otros treinta más-, Fukase tomó su celular rápidamente para verificar la hora porque ya no confiaba en la hora de caja, a veces adelantada y a veces atrasada. Leyó 4:17. Iba a matar a Len, se suponía que ese imbecil entraba a las 4. Kaito, el gerente en turno, le había dicho hace media hora que cuando Len llegara le quitaría la caja para poder mandarlo a comer. Para ser honesto, prefería irse a comer más tarde, pero tenía hambre y cualquier cosa era mejor a estar en caja.

Su estómago se contrajo. Definitivamente iba a matarlo.

—Con el tocino está bien muchacho -la voz ronca del señor hizo que levantara su vista de su celular, lo guardo y continuó con el turno.

—Ok, se lo voy a confirmar —Fukase habló al mismo tiempo que secó el sudor de su frente, tenía mechones de su cabello rojo pegados a ésta. La camisa que tenía abajo de su uniforme se pegaba a su cuerpo, podía sentir el sudor bajar y ser absorbido por la camisa blanca. Tanto sudor lo hacía sentir en un sauna —. Va a ser una McPollo con tocino, con papas y refrescos grandes, con fanta para su bebida. Además, quiere un mcflurry de ore y unas papas grandes extras —hizo una pausa para pasar saliva. Su boca se sentía tan pastosa que tuvo la urgencia de dejar todo e ir por un refresco. Agua no, ni a punta de pistola lo hacen tomar el agua de aquí —, ¿es correcto? —preguntó finalmente.

—Sí, gracias.

—Ok, le cobraría 183 pesos —no había terminado de decir cuando el señor sacó un billete de 500.

Puta. Madre.

Se masajeó la sien de la forma menos disimulada posible, ni si quiera le pidió los tres pesos, estaba harto, sólo quería que se fuera. Le dio su cambio y acomodó la bandeja a su vez que le informó que podía esperar a su derecha en lo que su pedido estaba listo.

—Gracias joven, por cierto, deberían arreglar los aires. Se siente mucho calor.

—Definitivamente —le dio toda la razón sin quejas, él ya no aguantaba estando en caja, no quería ni imaginarse como se sentirían los de cocina teniendo las parrillas a un metro de ellos en el mejor de los casos.

En días buenos, cuando los climas funcionaban —los cuales eran pocos-, había estado en cocina y a la verga. Se sentía como si te fueras a desmayar del calor.

Chico lindo [Pikase]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora