– CUANDO TIENES UNA HERIDA PROFUNDA, ASÍ EL TIEMPO PASE, AUN QUEDARÁN RASTROS IMBORRABLES DE ELLA...
CICATRICES QUE AÚN HIEREN...
KATIE ANDERSON
Un miedo abrumador me abordaba, pero a la vez la emoción en mi ser por verla, conocerla y con tan solo estar bajo su presencia lo superaba todo. En mi mente transcurría un montón de escenas interminables de lo que podría pasarme. Pero al carajo el temor, esperé tanto esto y no hay momento para acobardarse.
Paige seguía a mi lado esperando que diera el primer paso, mantenía la mirada fija en la puerta del frente.
Y justo cuando creí que giraría la manilla y me atrevería a lo que fuese, el maldito rintong de mi celular comenzó a sonar en una llamada de nada más y nada menos que Lindsay. Juraba que mi teléfono estaba en modo avión.
Colgué rápidamente y sin pensarlo más, abrí bruscamente la puerta y mi tía se sobresaltó.
Si la llamada me había dejado desconcertada, lo que estaba presenciando le ganó. Y era que, nada de lo que imaginé estaba viendo; sino todo lo contrario. Una habitación acogedora, no tan grande, y absolutamente pulcra y ordenada. Varios estantes alrededor y un espacio de balcón con una vista muy hermosa del paisaje, en la cual yacía la chica que tanto anhelaba encontrar. Mi hermana.
Puse toda mi atención en ella que hace un minuto miraba por la ventana, pero por mi acción en un movimiento rápido ladeó su cabeza en dirección a la puerta. Se veía malhumorada y cansada. Unas enormes ojeras adornaban el borde de sus ojos en su inexpresiva cara, su cabello azabache despeinado estaba muy corto, más arriba de los hombros y tenía un gran suéter que le cubría todo el dorso sosteniendo una taza que asumí que era té.
Intente sonreírle lo más amable que pude, pero sin embargo esto no cambió nada en su expresión inerte.
Vaya.
Paige me hizo una señal de que me adentrara, y sigilosamente lo hice. Escuché detrás de mí como la puerta se cerró y me animé a avanzar más adelante. Y la detallé con más claridad. Una pequeña lágrima se escapó de mis ojos dándoles paso a las demás. Apreté levemente mis labios mientras hacia un ademán de acercármele.
Pero ella reaccionó y me detuve.
Cabizbaja me miró de reojo —¿Qué crees que haces? —atacó con su peculiar voz, segura pero sin un ápice de generosidad. Afilada y firme—, o mejor dicho... ¿Qué ya no ha sido suficiente con todo lo que he tenido que pasar por culpa de ustedes?
Seguido a esto, más lágrimas brotaron rápidamente por mis mejillas e intenté nuevamente posarme a su lado. Pero en un gesto de defensa, se levantó tan rápido como cuando me moví un par de pasos.
—Oye, no voy a lastimarte. Solo quiero conocerte, hablar... —murmuré.
—Yo no tengo nada que hablar, y menos con crías que pertenezcan a esa gente —zanjó decidida.
No quise interferir en su actitud, quizá había algo de razón en su comportamiento. Me sorprendió que supiese desde un inicio de quién se trataba. Quizá, esto tenía que ver con su condición o era muy evidente que éramos hermanas.
Y realmente no estaba muy segura de aquellas opciones.
Pero lo confirmé:
—Vete de aquí ahora, o sino gritaré pidiendo ayuda a mi tía —formó una línea recta en sus labios y me dolió esa especie de amenaza.
Asentí en silencio y al tocar la manilla de la puerta, Paige apareció dando vueltas en el pasillo de aquí a allá, y sin pensarlo dos veces me abalancé a sus brazos en busca de un abrazo reconfortante. Y lo recibí.
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Mi vida, mis reglas ©
Ficção Adolescente‹‹ "Sé que voy a quererte sin preguntas, sé que vas a quererme sin respuestas"›› -Mario Benedetti. A Katie Anderson, la vida no le sonreía y para ser sinceros, realmente mucho menos a Lucas. Ambos eran tan distintos, pero a la vez tan parecidos que...