Parte única.

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Desde su nacimiento Min Yoongi fue un niño enclenque, blandengue, enfermizo y de contextura desnutrida.

Su condición se trataba, por supuesto, de un gen descartado entre las generaciones de hombres fuertes, grandes y decididos que conformaban los Min. Uno perteneciente al hermano de un tío abuelo, cuya apariencia débil y de infante no le permitió desarrollarse en ningún área, provocando una muerte sumida en la desgracia, la deshonra y el olvido de sus familiares. Claro, hasta que nació Yoongi y su madre, sumamente aterrada, rebuscó en el árbol familiar hasta toparse con ese hombre milenario, casi idéntico a su hijo, y ella, como buena paranoica, se prometió que su bebé no sufriría el mismo destino. Así que desde muy temprana edad lo sometió a infinitas prácticas.

Para la baja estatura le modificaba las zapatillas pegando en la suela pedazos de madera; para la apariencia amarilla había un gran surtido de proteínas en cada comida; para las enfermedades miles de suplementos vitamínicos, barbijos y guantes; y para la complexión delgada lo cubría con relleno para sillón, ubicando el material estratégicamente en su torso, piernas y brazos, que se camuflaban por la ropa ancha.

Todo eso era acompañado por un estricto sistema de privación. Por lo tanto el joven, a sus trece años de vida, nunca había saboreado la mantequilla derretida en su boca, o probado la dulzura del azúcar, o el gluten, o la leche, o cualquier alimento que no sea verduras y carne en puré.

Tampoco poseía mascotas para prevenir que se lanzaran a su ataque al confundirlo con una presa, las alergias y otros percances. Cualquier animal que ingresara a su casa era exterminado de inmediato.

Dicho de otro modo, la vida de Min Yoongi se podía describir como una dictadura donde él era un muñeco de cristal.

La escuela, lo único que su madre no pudo controlar, tampoco era un escape de su realidad. Desde que ingresó se vio víctima de las burlas de sus compañeros por su vestimenta, sus desayunos, el raro claqueteo que provocaba al caminar y la expresión bobalicona que mantenía en todo momento. Había unos chicos en especial, todos mayores por tres años, que se repartían las horas del día para molestarlo. Y el receso le pertenecía a Hoseok. Así que Yoongi, de naturaleza indiferente y ya muy acostumbrado a esos tratos, solo se sentó a esperarlo. Pero ese día en particular pasó algo realmente interesante.

Hoseok nunca llegó.

Tal vez, pensó, se habían dado cuenta de la poca satisfacción que se podía tener al molestar a un chico menor, decidiendo madurar y dejarlo libre; quizás se cambiaron de escuela; o los expulsaron y condenado al reformatorio; o en una cárcel para menores; o una del estado, donde se rodearían de traficantes, ladrones y otras profesiones delictivas que los dejarían a merced de la buena de Dios.

Sus esperanzas fueron aplastadas cuando uno figura alta y muy fácil de reconocer entró en la pequeña cancha.

Instintivamente su cuerpo tembló con violencia, llegando a sentir como sus extremidades y órganos convulsionaban en un doloroso espectáculo que fue invisible bajo el relleno.

Kim Namjoon era uno de los estudiantes más sobresalientes, hijo de familia adinerada, líder del grupo que lo molestaba y dueño de una mente perversa. Cualidades que por naturaleza chocaban entre sí, por lo tanto procuraba efectuar sus creativos abusos a la hora de la salida, cuando le era imposible meterse en problema o dañar su reputación. Así que Yoongi no podía entender qué hacía ahí.

Tampoco se lo iba a preguntar. En realidad, tan pronto como lo vio tuvo el impulso de esconderse en una esquina o camuflarse entre la gente pero todavía era víctima de esos terribles temblores que solo le permitían mover los ojos y producir un raro tintineo cada vez que sus pies golpeaban cualquier objeto. Sonido que el mayor usó para dar con su paradero. Poco después una mirada dominante y otra más torpe se observaron de frente.

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⏰ Última actualización: Jul 24, 2022 ⏰

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