17

367 45 34
                                    

—Llegáis tarde —nos recriminó Mariona, apoyada contra el muro que rodeaba el Refugio con los brazos cruzados.

—Haber cargado tú todas esas cajas en el coche —se quejó Jan—. Pesan mil kilos cada una.

—Qué exagerado —murmuró ella, caminando hacia el maletero que mi hermano acababa de abrir.

Cogió una de las cajas llenas de botellas de alcohol como si no fuera nada, y al intentar levantarla se le cayó de nuevo en el maletero. Jan la miró, con las cejas levantadas y una sonrisa divertida en el rostro.

—¿Qué decías? —preguntó él—. Me ha parecido escucharte decir algo sobre que soy un exagerado.

Su única respuesta fue un gruñido, y volvió a intentar coger la caja, esta vez poniéndole más esfuerzo. Lo consiguió y, aunque por su expresión se podía ver que estaba sufriendo por lo mucho que pesaba, se fue hacia el interior de la casa sin decir una palabra.

Jan rio al verla caminar con dificultad, negando con la cabeza para sí mismo. Me pareció curioso que hubieran pasado de apenas dirigirse una mirada a recuperar su relación de molestarse mutuamente tan rápido, pero supongo que algún día tenía que ocurrir. Quizás habían tenido una charla, como la mía con Pol, y habían acordado darse una tregua por el bien del grupo. Ya intentaría sonsacarle información a Mariona, porque tenía claro que de Jan no iba a sacar nada.

Escuché a Samu soltar un grito dentro del coche, en el asiento trasero, y abrí la puerta para ver qué estaba pasando.

—¡Creo que se va a hacer caca! —exclamó, estresado.

—¡Paco, ni se te ocurra! —gritó Jan antes de apartarme de la puerta para coger a la cabra y sacarla del coche. La miró a los ojos con el ceño fruncido—. Ya hemos hablado esto, Francisco: en el coche no se hace caca, ni pis, ni nada que vaya a mancharlo. El coche es sagrado.

Sí, al final el nombre ganador de la cabra, pese a que había algunos muy originales, había sido Francisco. Se lo habían puesto entre Samu, que ya llevaba un par de días en nuestra casa, y mi hermano. Decían que era el mejor nombre porque lo podían llamar de varias formas: Francisco, Fran, Paco, Paquito... A mí me parecía una pésima idea, entre otras cosas porque el animal no iba a entender por qué lo llamaban por nombres diferentes, pero a ellos les había hecho mucha gracia.

Si a eso le sumamos que mi hermano se creía que tenía otro perro, llevándose a la cabra a todos lados en el coche, el pobre animal iba terminar teniendo una crisis de identidad. Al menos tenía a Monty, con el que se llevaba bastante bien, pero a él no lo subíamos al coche porque era demasiado grande y no cabía.

—¡Paquito! —exclamó Pol en cuanto entramos en el Refugio seguidos por la cabra.

—Hola a ti también —dijo Samu—. Parece que te interese más la cabra que nosotros.

—Es que me interesa mil veces más la cabra que vosotros —respondió, y Samu rio antes de darle un empujón—. Además, se me hace muy raro llamarlo "cabra", teniendo en cuenta que es macho. Hay que llamarlo cabrón.

—Técnicamente sería un cabrito —puntualicé, y los tres hombres me miraron—. Es un bebé... Aunque a la que ya no está en edad de mamar pasa de ser un cabrito a un chivo, y cuando son adultos se les llama cabras.

—¿A qué edad ya no maman? —preguntó Jan.

—Creo que a los seis meses.

—¿Eres experta en cabras ahora? —inquirió Pol, divertido.

—Google es mi amigo. —Sonreí.

—Podrías escribir un artículo sobre el cuidado de cabras, y hacerme una entrevista —sugirió mi hermano como el que no quiere la cosa.

Hasta que acabe el veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora