Capítulo 15 - Dobles intenciones

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Gabriela se había sorprendido cuando recibió una invitación para tomar el té en casa de Sarita. Habían estado sin hablarse un mes, y desde lo ocurrido en el pasado, no había estado tanto tiempo sin saber de su hija mayor. No quiso ejercer presión, todo el mundo cometía errores y ella, la primera.

Llegó a la hora estipulada y aparcó a la entrada junto al auto de Franco.

Conocía que su yerno era bastante goloso, por lo que hizo que Dominga preparase su dulce favorito. Quería ir en son de paz, ya que no sabía el motivo de aquel distanciamiento y no iba a ser ella la que pusiera piedras en el camino, esta vez no.

Recorrió el corto camino desde su auto a la puerta principal. A penas se había encontrado con algún vaquero en su llegada a la hacienda, ese verano la temperatura estaba apretando fuerte y estos debían estar recluidos para no sufrir ningún golpe de calor. Se respiraba un ambiente tranquilo por esa parte y sobre todo porque sus nietos aún estaban de campamento. Miró con media sonrisa hacia el castillo de madera del que salían un par de columpios y una rampa, recordaba como el primer verano que lo instalaron, Andrés y Gaby no querían más que estar en la zona más alta, haciendo que su padre tuviera que subirse al mismo para obligarles a bajar.

Un castillo de Reyes.

Le había causado gracia el juego de palabras con el apellido de sus nietos, pero más gracia le causaba verse diciendo los nombres completos de los niños sin un atisbo del desprecio que le tuvo al apellido en el pasado, o no tan pasado, porque cuando esos cinco nietos que sus hijas le habían regalado le confesaron lo que le habían hecho al profesor Carreño, volvió a odiar el apellido; si sus hijas no se hubieran enredado con los Reyes no hubieran dado como fruto esos niños que habían sido capaces de matar a un hombre. Se culpó por esas milésimas de segundo en que su mente trató de volver a ser la Gabriela de antes. Allí ya no había Reyes ni Elizondo, allí había una única familia, y si tocaban a unos de sus miembros, todos respondían, por eso no dudo en ofrecer dinero a su hija y su yerno.

Durante su estancia en la casa, y sin pretenderlo, había escuchado a Franco y Sara hablar sobre sus problemas económicos. Al principio creyó haber escuchado mal, pero solo necesitó unos días más en la casa para comprobar que las cosas no iban tan bien como creía, por mucho que el matrimonio se esforzase en hacer ver que todo marchaba correctamente.

Irene la recibió con una gran sonrisa, se la devolvió sin evitar vergüenza, aún recordaba cuando puso en duda su contratación. No le parecía nada correcto que una chica tan joven fuera hacerse cargo de sus nietos, por aquel entonces de un Andrés recién nacido, pero la lealtad y el buen trabajo de la joven, la hizo ver lo equivocaba que estaba. De nuevo había prejuzgado las decisiones de su hija.

–Doña Gabriela, los señores la están esperando en el salón.

Le tendió la bolsa a Irene y caminó tras ella. Se sintió nerviosa, su hija más fiel la había dado la espalda, y no entendía el por qué.

–Madre.

Sarita y Franco se levantaron para recibirla, aunque solo fue la primera la que saludó, pero con un tono de voz frío. Su yerno se cruzó de brazos en cuanto la vio.

–Hija mía –consiguió que no se le quebrase la voz.

El silencio se instauró en la sala durante el tiempo que Irene sirvió el té, así como el dulce preparado por Dominga. Había tanta tensión en el ambiente que ni siquiera fue capaz de decir que el postre era un regalo expresamente para su yerno. Irene terminó su trabajo y se retiró, dejando aún más silencio en el lugar que solo era roto por el sonido de las cucharas golpeando las tazas, la suya y la de su hija, porque Franco no había cambiado ni un ápice su semblante y la miraba fijamente.

En el fondo del lago (Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora