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Thaile.

El aire se vuelve denso, cada respiración se convierte en una batalla. Mi pecho sube y baja de forma errática, mientras el pánico se apodera de mí, dejándome con la sensación de que el mundo se derrumba a mi alrededor. Todo mi cuerpo tiembla sin control, amplificando el terror que ya crece dentro de mí.

No es cierto, no puede ser cierto. Las palabras resuenan en mi mente, negándome a aceptar la realidad que Shun acaba de soltar como una bomba. Mi cabeza sacude en un intento desesperado de desmentir lo que acaba de oír.

—Tranquila, todo estará bien... —Shun trata de calmarme, pero su voz refleja más nerviosismo que seguridad. Puedo sentir su propia incertidumbre detrás de cada palabra.

—¡Para el auto! —logro gritar entre jadeos—. ¡Que pares el puto auto!

—¡Deténgase! —le ordena a gritos al oficial que conduce, su voz cargada de una urgencia que no puede ocultar.

El coche se detiene bruscamente al borde de la carretera, en un terreno baldío y desolado. Salgo del vehículo de un salto, apenas tocando el suelo antes de tambalearme. El aire fresco golpea mi rostro, pero no logra calmar el frenesí que siento por dentro. Intento regular mi respiración, inhalo y exhalo con fuerza, como si eso fuera suficiente para alejar el horror que me invade.

—Eso, inhala y exhala —Shun se acerca para consolarme, su mano en mi espalda es un intento patético de apoyo que solo me enfurece más. Lo aparto con un empujón violento, sin poder soportar su contacto.

—¡Dime que no es verdad! —le suplico, mi voz quebrada y mis ojos inundados de lágrimas que no puedo contener.

Shun me observa con una mezcla de compasión y tristeza. Se toma un momento antes de responder, como si las palabras le costaran más de lo que quisiera admitir.

—Sé lo que esto puede significar para ti, pero sí, vas a ser mamá —me dice, intentando esbozar una sonrisa de apoyo, pero el gesto se queda a medias cuando ve mi reacción. Mi negación se vuelve aún más desesperada, mientras imágenes que había enterrado en lo más profundo de mi subconsciente resurgen con una fuerza aplastante. Sensaciones de un pasado que pensé haber superado se despliegan ante mí, abrumándome por completo.

Recuerdos de mi yo de quince años emergen, aquel yo que estaba rota y desesperada, rogándole a una enfermera en el hospital donde papá estaba internado que me ayudara a abortar. Lo único que deseaba en ese momento era borrar el horror que había vivido, eliminar la consecuencia de un acto que no podía soportar. Quería contarle a mamá lo que me habían hecho, pedirle que me ayudara a cargar con la culpa que me consumía cada noche. Quería que alguien me dijera que estaba haciendo lo correcto, que me tomara de la mano mientras me dormía bajo la anestesia, sin saber exactamente lo que me harían, solo que terminaría con mi problema.

Nunca pude mirarle a los ojos a papá después de eso, ni siquiera fui capaz de contárselo a Joyce. En ese momento, solo pude hacerme una promesa: jamás iba a ser madre.

Estaba sola, harta de una vida que no había pedido, y no iba a traer a alguien más a este mundo para hacerle pasar por lo mismo. He matado antes, pero nada me parece más cruel que dar vida a alguien cuando no sabes si podrás darle todo lo que necesita, cuando no sabes si podrás protegerlo de todos los horrores que hay en este mundo.

—Tranquila, todo estará bien —insiste Shun, aunque su voz suena cada vez más vacía de convicción—. Terminarás con la misión y ambos estarán bien.

Él habla en plural, como si esta fuera la mejor noticia de mi vida, pero cada palabra suya es un peso que se suma a la carga en mi pecho, una carga que amenaza con aplastarme. Las lágrimas ruedan por mis mejillas sin que pueda detenerlas, y me las limpio rápidamente, como si negarlas pudiera hacerlas desaparecer.

Tras de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora