4 octubre - x491

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Esa noche, Rukia soñó con regresar a casa, soñó que se escapaba del castillo en medio de la noche antes del baile y que corría por ese camino blanco hasta dejar los terrenos del castillo. Soñó con ese soldado de mirada profunda, soñó que la tomaba en sus brazos y se la llevaba, sin soltarla ni dejarla sola, hasta que llegaba a su casa con su madre.

Luego se despertó y se sorprendió al encontrarse soñando con un extraño.

Aún era de noche, todos dormían en sus camas pero ella se sentó en la suya pensando en ese sueño y en esos ojos color miel que le trastornaban el descanso. Nadie la había mirado nunca con esa intensidad, nadie nunca la había hecho sentir tan indefensa, expuesta y ansiosa por más de eso al mismo tiempo; y nadie la había hecho soñar de esa manera.

Se quedó pensando en todos los hombres que conocía: el hermano de Yuki, el hijo de uno de los soldados que trabajaba en la Gran Casa y el hijo del carnicero. Recordó a los comerciantes que vendían en los puestos de Maranni, al joven sacerdote que estaba en el Templo de las Deidades de Maranni e incluso al panadero con el que se había besado tanto como había querido, pero ninguno de ellos había causado nada parecido a lo que le hizo ese soldado. Ninguno la había visto como lo había hecho ese soldado; ninguno le inspiró lo que le inspiró ese soldado.

Pero él era un soldado, uno al que tal vez nunca volvería a ver.

── ──

Desde el balcón de su habitación, Ichigo podía ver como el bosque se iluminaba por la luz de la luna, la luna estaba casi llena y dentro de unos días más la luna estaría completamente llena, y en lo único que podía pensar era en la joven que había visto en la mañana por el camino.

Sus ojos eran algo que él nunca había visto, ese color tan oscuro y al mismo tiempo tan brillante era algo que no se podía explicar. 

El mundo se había detenido en cuando cayó en aquél mar violeta y solo pudo mirar esos ojos hasta que el caballo se hubo alejado lo suficiente de allí. Podría haberse bajado del caballo y preguntarle su nombre, tal vez ofrecerse a acompañarla a donde quiera que se dirigiera solo para mirarla de cerca y descubrir algo más allá de aquellos ojos, pero no lo hizo. El soldado que llevaba dentro lo obligó a llegar al castillo para entregar el mensaje a su madre.

Quizás no volvería a verla y se alegró en ese momento de no saber su nombre, porque si lo sabía entonces la buscaría y no podía permitirse el lujo de hacerlo, no podía desviarse del camino que se había trazado a pesar de que en ese momento se sentía completamente perdido. ¿Cómo podían esos ojos detener su mundo y perderlo de una manera tan absoluta? Ichigo no tenía respuesta para esa pregunta.

Dejó de ver el bosque iluminado por la luna y volvió a su cama. Estaba cansado, sentía que podía dormir por días y al mismo tiempo, el recuerdo de esa mirada que no se desviaba como solían hacerlo las miradas de las mujeres que sabían que era un príncipe, lo mantenía despierto.

Si la dueña de esos ojos hubiera sabido que él era un príncipe, entonces no tendría ese problema de insomnio esa noche. Si la chica hubiese sabido que él era un príncipe habría bajado la mirada y ambos habrían seguido su camino ignorantes el uno del otro.

¿Qué habría respondido la chica si él se hubiera ofrecido a acompañarla en lugar de seguir el camino hacia el castillo? ¿Le había dicho a ella que él era un príncipe? ¿Le habría dicho que era soldado? ¿Él le habría dicho su nombre? ¿Ella habría aceptado su compañía?

Le estaba empezando a doler la cabeza y cerró los ojos tratando de hacer que la fatiga que sentía fuera más fuerte que esa extraña fijación que tenía. Había sido solo un segundo, un maldito segundo, y el mundo entero se había puesto patas arriba.

El Ruiseñor || IchiRuki FFDonde viven las historias. Descúbrelo ahora