Visitante inesperado

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– ¡Date prisa! –exigió el dragón–. Deseo escucharla una vez más.

–Pero la he cantado tres veces. ¿Qué tiene de especial? Creí que la odiabas.

Iskran guardó silencio un momento hasta que al fin respondió:

–Aunque la letra es absurda, admito que la melodía es vigorizante.

Eva le dedicó una larga mirada. A pesar de lo temible que era el dragón, cada vez descubría en él  deseos, obsesiones y amarguras propias de los humanos.

– ¡Qué tanto miras, rata de campo! Has lo que te ordeno.

– ¿Sabías que la letra es una profecía? La encontré en uno de tus libros.

Iskran recargó su mandíbula en las manos.

–Absurdo –se mofó. Soltó una risa y una pequeña llama escapó de su nariz–. Ningún pastor tiene la inteligencia de liderar un ejército. Los he visto, cuando volaba sobre los valles para devorar ovejas, me reía del miedo que se dibujaba en sus caras. Olía cuando se orinaban cada vez que me escuchaban rugir.

Eva entrecerró los ojos.

–Yo pastoreo y no me oriné cuando te vi.

Iskran mostró los colmillos.

– ¡No olvides que te perdoné la vida! –rugió y dio un puñetazo al suelo.

La joven sonrió hasta que al fin comenzó a cantar.

***

Esa tarde Eva frotó su piel con un ramo de hojas aromáticas que la ayudaban a desprender la suciedad; las mismas que crecían a lo largo del valle. Con aceites lavó su cabello y ungió de nuevo su cuerpo para después sumergirse en el riachuelo. En ese momento la joven pensaba en esa lanza de cobre. Recordó el dolor y la desesperación que descontroló a la criatura.

Iskran tiene una debilidad después de todo.

Estaba dispuesta a bajar a la biblioteca y buscar todo lo referente a las lanzas de cobre.

Al final se incorporó en el agua, mostrando su desnudez al cielo de las montañas. El viento enseguida la rodeó y Eva corrió para cubrirse con una manta. Contempló al sol antes de volver al castillo. Un último vistazo que le recordó a su tierra, la que había quedado atrás en distancia y tiempo.

Solo escuchaba el aire frío, el susurro de las flores y el césped. De pronto la perturbó un crujido, algo que no debía estar ahí. Eva se encogió y miró fijamente a su alrededor. Tal vez había sido su imaginación o una cabra de montaña que se atrevió a cruzar el valle.

Por un momento todo volvió en calma.

Su cabello seguía escurriendo agua y el frío se volvió más intenso.

–Psss, psss oye... –escuchó que alguien la llamaba.

El corazón de Eva dio un salto. ¿Habría sido un juego del viento?

–Por aquí...

Buscó a su alrededor hasta que entre unos arbustos vislumbró dos ojos que la miraban fijamente. Sintió un vuelco en el estómago y un escalofrío que la recorrió.

– ¿Estás sola? –preguntó la voz.

Eva siguió sin responder. Estaba sorprendida, tomada de la garganta por la impresión.

Un sujeto reveló su presencia desde atrás de los arbustos. Llevaba el rojo cabello largo, desaliñado y grasiento. Su rostro sucio con tierra y sudor, denunciaban un largo viaje, pero sus ojos amarillos como halcón, brillaban con nueva esperanza. Tenía un hacha atada a la cintura y el cuerpo cubierto por pieles viejas. Apestaba a tiempo y cansancio.

La mujer del dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora