Un trato

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Eva corrió durante toda la noche entre veredas que llevaban lejos del valle. Muchas veces el camino parecía un paraje muerto y sin salida, con vueltas peligrosas y paisajes que eran iguales al anterior. El cansancio terminó por vencerla y al fin se dejó caer frente a un árbol seco. Bebió un poco de agua y luchó contra el sueño por un rato.

¿Iskran ya sabrá que me fui? ¿Estará buscándome? Seguro a ese anam mentiroso le irá muy mal con él.

Aún durante el sueño, sus temores no la dejaron en paz. A veces soñaba que volvía a surcar el cielo en un dragón negro y volvía a la granja, donde su hermana la esperaba. Pero ella no estaba ahí, solo un par de cuerpos calcinados. De pronto abrió los ojos y volvió a ver las estrellas que cubrían el cielo de las elevaciones.

Iskran todavía no me encuentra, pensaba.

A su alrededor la ponían en alerta ruidos que escalaban por la montaña. Pronto giraba, esperando encontrar una mirada roja, pero el fuego de su antorcha le mostraba que solo se trataba de cabras montañesas, habitantes perpetuas de las elevaciones. En poco tiempo se quedaría sin luz y tendría que detenerse otra vez o continuar su camino a oscuras, lo cual era peligroso en ese sitio de pendientes y recovecos.

Viajó todo el tiempo entre los cauces que formaba la cadena montañosa, donde su olor estuviera lejos del aire que corría libre sobre las cumbres. Parecía funcionar pues el día llegó y su viaje continuaba sin novedades en el cielo. Comenzó a creer que Iskran estaba dispuesto a dejarla ir.

Al mediodía las nubes eran una delgada capa que descubría la cara del sol. La joven abrazó su buena suerte y al fin pudo sentarse a comer un poco, sin temor al cielo. Sin embargo no perdió tiempo, inmediatamente de terminar continuó. La última vez que caminó por esos lugares, le había costado días encontrar el castillo perdido de Iskran; así de grandes eran las montañas y el camino que le esperaba por delante.

En las noches siguientes pasó frío y durmió apenas. La comida empezó a escasear y se arrepintió de haber guardado tan poco, todo por la falta de tiempo.

Después del quinto día sus únicas provisiones eran tres limas y un trozo de carne seca. Los cuales racionó lo mejor que pudo.

Algunas cabras de montaña se acercaban para comerse la cascara que tiraba. Al final se volvieron sus compañeras de viaje, pero cuando se quedó sin limas, la abandonaron.

Tropiezos, duros caminos que a veces topaban con una pared de roca. Iba guiada por la dirección del sol, aunque en ocasiones debía rodear una montaña completa para seguir el camino. Poniente era el sitio que la llevaría cerca de casa, lejos de ese mundo desolado.

Al amanecer del tercer día creyó que su mente le jugaba bromas. Escuchó voces que se acercaban por algún sitio adelante. Abrió los ojos y agudizó el oído. ¡Voces! ¡Conversaciones! Parecían reales. Decidió seguirlas, pero a veces rebotaban en la roca y la confundían. No sabía si estaban a la izquierda o a la derecha. Al final no importó pues alguien la apresó por detrás. La joven luchó por liberarse de aquellos brazos fuertes, pero el opresor superaba su fuerza. Después de rendirse percibió que un aliento fétido le susurraba al oído:

–Vaya, vaya, estamos de suerte. Vendrás conmigo.

– ¡No! ¡Suéltame!

El hombre la obligó a caminar hacia adelante. Eva sintió en la espalda el miembro erguido de aquel sujeto. Nunca imaginó que esas voces se convertirían en la peor pesadilla.

La joven olió un agradable aroma a carne cocida que la hizo añorar a Iskran. Por primera vez en su vida deseó estar bajo su protección otra vez, pero ya llevaba demasiado tiempo afuera y él no había aparecido. Pensó que la había abandonado.

La mujer del dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora