– ¿Cuánto falta? –preguntó Kirko mientras la sometía contra la piedra.
Eva se sobresaltaba cada vez que el hombre descargaba su desesperación sobre ella. Ya se cumplía el quinto día de inmunidad, y la esperanza estaba muy lejos. Tampoco tenía cabeza para estudiar cada expresión corporal de Kirko. Si no encontraba el castillo de Iskran, ¿qué más inventaría?
–No mucho –contestó.
– ¿No mucho? Pierdo la paciencia. ¿Por qué estás tan nerviosa? –preguntó Kirko, tomándola por el cuello.
A la joven le costó trabajo respirar. Los ojos del líder desertor le robaban la calidad de la sangre y no veía ninguna luz en ellos, solo odio y desquiciada maldad. Cada vez estaba más convencida de que caería en las manos de ese hombre, violada y torturada por todos sus seguidores. Pero aún tenía tiempo para encontrar el valle, o eso esperaba.
Mientras su mirada se cruzaba con la de aquel sujeto, pensó:
Prefiero aventarme de una cumbre, antes de caer en tus manos.
–Estamos muy cerca –mintió ella.
–Más te vale, perra.
Cuando la tarde cayó y se reunieron alrededor de una fogata, Eva se dio cuenta de que la miraban como si fuera otro pedazo de carne que se cocinara en el fuego; a excepción de Liliana, que siempre procuraba permanecer ajena.
Eva intentó encontrar consuelo en su mente. Pensó en alguna imagen que le trajera algo de paz: su hermana, cuando voló entre las garras de Iskran, las noches en que aprendía a leer bajo la protección del dragón. Todo se opacaba cuando volvía a abrir los ojos.
De repente, Kirko volvió a estallar, pero esta esta vez contra todo el grupo:
– ¿Dónde está? ¿Quién fue el maldito que me robó? –Se levantó furioso, mirando de aquí allá.
Pasó la vista sobre todos sus hombres, mientras sostenía la espada para amenazar a cada uno. Con la otra mano apretó el fardo de tesoros que jamás descuidaba.
A la muchacha le parecía increíble como todos le temían. ¿Cuál era el poder de Kirko?
–Hablen, pedazos de mierda. ¿Quién me robó?
Eva observó al líder desertor. ¿A caso su poder residía en la confianza asesina? ¿O quizá era un guerrero elevado sobre mil cadáveres enemigos? Lo cierto era que cuando se enfadaba, su rostro se desfiguraba. Pelaba los dientes y escupía cual perro rabioso. Cientos de arrugas se marcaban como la piel de un monstruo. Los ojos se le aclaraban tanto que daban la ilusión de desaparecer. Cualquiera pensaría que estaba poseído.
El grupo lo miró con sorpresa, retrocediendo ante la furia.
– ¿A qué se refiere, señor? –Se atrevió a preguntar uno.
Kirko se acercó a aquel desgraciado y lo señaló con el filo de la espada.
– ¡No se hagan pendejos! ¡Alguien de ustedes me robó el cepillo de oro!
Se hizo un silencio donde solo se escuchó el crepitar del fuego.
Eva imitó la misma expresión desconcertada de los hombres para que Kirko no se fijara en ella. Pero el hombre parecía convencido de que alguien de su mismo grupo había sido.
Obligó a todos sus hombres a que le mostraran sus fardos y cualquier parte de sus abrigos, pero el cepillo jamás apareció. Por último se dirigió a Eva, ella se despojó del abrigo para demostrarle que no tenía nada. Eso pareció bastar pues Kirko volvió a fijarse en los otros.
– ¿Quién hizo guardia anoche? –escupió.
–Liliana, Díaleron y Fergus.
–Un paso al frente, hijos de perra. ¿Quién de ustedes me robó?
Sin respuesta. Solo cabezas agachadas.
– ¿O protegen al ladrón?
Ante el silencio, el líder atravesó con la espada a uno de los hombres. La sangre corrió bajo una expresión desorbitada que desconcertó a los demás. Por primera vez, Eva vio terror en Liliana.
–Es solo una advertencia –masculló Kirko con depredadora pasividad–. Para el amanecer espero ver mi tesoro, si no seguirán cayendo.
Esa noche nadie logró conciliar el sueño, mucho menos el líder que esperaba sorprender al ladrón, sin embargo éste nunca apareció.
A la mañana siguiente caminaron por horas. Nadie habló. Era el último día que Eva tenía para mostrarles el castillo. Esperaba que todo el oro prometido fuera suficiente para calmar al líder; de lo contrario seguro cumpliría con su amenaza de seguir asesinando.
Aunque tampoco mantenía la esperanza de ser rescatada ni de encontrar el castillo de Iskran. Las lágrimas comenzaron a rodar en su rostro, sentía como si en sus hombros sostuviera el peso de las montañas. Ni siquiera fue capaz de comer la carne que le ofrecieron.
Kirko no le quitó la mirada de encima y, su silencio, solo anunciaba un terrible final para ella.
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La mujer del dragón
FantasíaLos juglares cuentan la historia del tesoro perdido en Skorkoth, custodiado por Iskran, el dragón negro. Muchos han ido en su busqueda; ninguno ha regresado. La leyenda se convirtió en mito y, al final, en cuento para asustar niños. Pero Eva, una jo...